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Capítulo 26

El doctor Eric Fields se ofreció para colaborar con la recogida de pruebas en la escena del crimen, así que él y Olivia siguieron a Quinn y a Miranda hasta la carretera donde habían encontrado el vehículo de Nick. Cuando llegaron, ya había una docena de coches de la oficina del sheriff aparcados al borde del camino. Dos agentes dirigían el escaso tráfico y alrededor de la camioneta de Nick habían desplegado la cinta policial.

Quinn dudaba que Nick estuviera todavía con vida, pero no se lo dijo a Miranda.

Se preguntaba qué andaría buscando. ¿Acaso investigaba una corazonada? ¿Por qué había salido sin apoyo o sin dejar que al menos alguien supiera dónde iba? ¿O es que quizá se había encontrado en el lugar equivocado en el momento equivocado?

Sam Harris ladraba órdenes a sus subordinados cuando vio que Quinn y Miranda bajaban del jeep.

– Lo tengo todo bajo control -dijo el ayudante del sheriff al verlos llegar.

– Estoy seguro que así es -dijo Quinn.

El doctor Fields se acercó.

– Sam, me alegro de volver a verte -dijo, y le tendió la mano.

– Doctor Fields. No sabía que había venido. -Harris parecía algo nervioso e impresionado por la presencia del director del laboratorio.

– He acompañado a la doctora St. Martin por otro caso cuando nos hemos enterado de la desaparición del sheriff Thomas he venido para ver si puedo ayudar en algo. Volveremos a Helena en cuanto terminemos aquí y me encargaré de acelerar el análisis d las pruebas. ¿Crees que esto tiene algo que ver con la investigación del Carnicero?

A Quinn no le agradaban demasiado las concesiones que Fields hacía a la vanidad de Harris, pero entonces cruzó una mirada con Fields. El doctor lo miró con una leve sonrisa y Quinn tuvo que reconocer sus dotes de diplomático. En seguida dedujo que Fields era mayor, y más sabio, de lo que aparentaba.

– En este momento, no queremos precipitarnos en las conclusiones, doctor Fields -dijo Harris -. Puede que el sheriff Thomas estuviese investigando alguna pista del caso van Auden. Todavía estamos reconstruyendo su itinerario durante el día de ayer.

– ¿Puedo echarle un vistazo a su vehículo?

– Por supuesto que sí. Ahora mismo tengo a los técnicos del laboratorio trabajando en ello. Estoy seguro de que estarán agradecidos de que usted pueda supervisarlos. -Harris acompañó a Fields hasta la camioneta de Nick.

Quinn no pudo evitar una sonrisa.

– No pensé que Fields pudiera manipular a Harris de esa manera. Parece tan… Doogie Hauser.

Olivia rió.

– Eric tiene un curriculum impresionante y, entre otras cosas, ha dirigido el laboratorio de criminología de Oklahoma City. Trabajó en estrecha colaboración con nuestra gente después del atentado de mil novecientos noventa y cinco y se siente muy afortunado de contar con nuestra ayuda en su laboratorio. No es habitual que nos acojan con tanta amabilidad.

– Harris es como una piedra en el zapato -dijo Quinn.

– Cuando Nick lo nombró primer ayudante, le dije que tendría problemas -añadió Miranda-. Harris fue su rival en las elecciones.

– Eso lo explica todo.

Los ojos de Miranda se llenaron de lágrimas que no llegó a derramar cuando miró por el camino hacia la camioneta de Nick.

– Quinn, Nick está muerto, ¿no?

– Eso no lo sabemos -dijo Quinn. Lo embargaba la tristeza al verla en ese estado. Le tocó el brazo -. Todavía no sabemos gran cosa. Piensa en positivo.

Ella lo miró, mordiéndose el labio.

– ¡Me siento tan impotente!

– Pues no tienes porqué. Tenemos a dos agentes revisando los archivos en este mismo momento, basándonos en la información que nos ha dado el profesor Austin. Una lista que quedará reducida a unos cuantos nombres. Y dos agentes más que llegan esta noche. Más temprano que tarde, tendremos noticias. Nos estamos acercando, Miranda. Vamos a atrapar a este tío. Lo presiento.

– ¿Antes de que mate a Ashley?

– Dios mío, eso espero.

Veinte minutos más tarde, el doctor Fields llamó a Quinn. Se acercaron al coche de Fields.

– ¿Han encontrado algo? -preguntó Quinn.

El director del laboratorio dio un golpecito a la bolsa que llevaba.

– Voy a encargarme de las pruebas. Han limpiado el interior a fondo.

– ¿No hay huellas dactilares?

– En el volante no hay huellas de Nick ni de nadie más. Ni en el salpicadero ni en las puertas. Harris ha dicho que tenía un testigo, un camionero, el hombre que informó sobre el vehículo abandonado.

– ¿Testigo? -Quinn estaba que echaba humo. Harris estaba reteniendo información valiosa. Si se obcecaba en esa actitud, Quinn estaba preparado para asumir la autoridad y detener a ese imbécil por obstrucción a la justicia.

– El testigo no vio a nadie dentro ni alrededor del coche. Venía por este camino a la una y media de esta tarde, siguió en dirección sur por la ciento noventa y uno y se detuvo a comer y echar gasolina, a unos cinco kilómetros de aquí. Lo tiene todo registrado en su libro de viaje. Salió del restaurante a las tres y el todoterreno del sheriff estaba aquí. Dice que casi chocó con él después de tornar la curva. Llamó enseguida para avisar.

– Eso nos da una referencia en el tiempo. Bien. -Quinn intentaba darle un sentido a esa información-. Alguien dejó aquí el coche de Nick. ¿Por qué? Porque quería que lo encontraran. Lo podrían haber dejado en un millón de lugares para que nadie lo viera en días, o quién sabe cuándo. Lo han hecho para distraer -dijo, respondiendo a su propia pregunta.

– A mí me parece razonable -dijo Fields -. Una cosa más. A pesar de que limpiaron el coche, he podido recoger unas muestras de tierra del acanalado del pedal de freno. A primera vista, parece el mismo tipo de arcilla que encontramos en el asesinato de Douglas. Es una muestra pequeña, menos de un gramo. No puedo decir con seguridad si son idénticas hasta hacer unas pruebas, pero creo que por cautela deberíamos suponer que proviene del mismo lugar.

– Lo cual significa que el Carnicero tiene a Nick.

Olivia y el doctor Fields dejaron la escena junto al camino para volver a Helena. Quinn y Miranda volvieron al despacho del sheriff y, cuando llegaron, el agente Booker les pidió que fueran a verlo.

– Tenemos cuatro posibles sospechosos -dijo; sus ojos claros saltaban de un lado a otro, emocionado -. No puedo creer que de todos esos nombres hayamos llegado a esto tan rápido.

– Hay que seguir el rastro de las pruebas -dijo Quinn-. Todos los detalles sirven. -Cogió la lista de manos de Booker, sabiendo que Miranda miraba por encima de su hombro.

– El primer tío -dijo Booker- todavía trabaja en el campus. Mitch Groggins. Es cocinero en la cafetería. Lleva diecisiete años ahí. Tiene cuarenta años. Su madre vive en Green River, Utah.

Quinn asintió, con todo el cuerpo vibrando de expectación. Ésa era la lista. El asesino era uno de esos nombres. Lo intuía.

– ¿Habéis hablado con su madre? ¿O averiguado si estuvo de visita recientemente?

Booker negó con la cabeza.

– Hemos estado ocupados reduciendo la lista. No hemos tenido tiempo. Lo siento…

Quinn alzó una mano.

– Habéis hecho lo correcto -dijo, y anotó algo en su libreta.

– El próximo en la lista se licenció un año después de que desapareció Penny Thompson. Sólo hacía una asignatura con ella, de biología avanzada, y no vivía en una de las residencias universitarias. Se llama David Larsen. Abandonó la ciudad después de licenciarse y aprobó un máster en biología de la fauna salvaje en la Universidad de Denver. He mirado su expediente y está en nómina en la universidad.

Denver… aquello estaba en el centro de Colorado. Quinn consultó el mapa que les había dejado el profesor Austin. Denver quedaba fuera de la región. Aún así, era probable que un biólogo especializado en fauna salvaje realizara parte de su trabajo al aire libre. Se justificaba un seguimiento para averiguar si hacía trabajo de campo.

– ¿Qué edad tiene? -preguntó Quinn, buscando las hojas de datos en la carpeta elaborada por Booker.

– Treinta y siete.

– Vale. ¿El siguiente?

– Bryce Younger. Treinta y cinco años. Estaba en el primer curso cuando desapareció Penny. Vivían en el mismo edificio del campus, en North Hedges. La Universidad de Montana tenía dormitorios mixtos; ya sabes, los chicos en una planta, las chicas en otra.

– Lo sé -dijo Quinn.

– Así que él estaba una planta por debajo de Penny. Se conocían. Seguían una asignatura juntos. Y luego, mira esto, es originario de Utah. Volvió allí después de licenciarse y trabaja en la construcción. No está casado, no tiene hijos.

En la construcción. Significaba que estaría en buena forma, capaz de neutralizar físicamente a una mujer.

– ¿Hay algo que indique que haya venido a Montana recientemente?

– Su empresa de construcción es muy grande, tienen proyectos por todo el oeste de Estados Unidos, entre ellos la construcción del nuevo edificio de ciencias, en Missoula.

La Universidad de Montana en Missoula quedaba a unas dos horas al noroeste de Bozeman.

– El último tipo de la lista tiene cuarenta y cinco años; es un poco mayor que los demás. Brad Palmer. Trabajaba como auxiliar en una de las asignaturas de Penny y se marchó poco después de que ella desapareciera. Habían salido juntos. Tiene pinta de jugador de rugby. Por lo visto, consiguió una beca deportiva para jugar en Stanford, pero se lesionó la rodilla. Se graduó, trabajó de entrenador en el equipo de un instituto. Vino aquí para hacer una licenciatura en ingeniería mecánica. Según el expediente, lo interrogaron varias veces, pero no pudieron acusarlo de nada.

– Pero, mira esto -añadió Booker-. Vive en Grand Junction, Colorado.

Quinn miró su mapa. Ahí estaba, Grand Junction, justo en la línea dibujada por el profesor Austin.

Miranda escuchaba cómo Quinn tomaba el mando. Tenía que reconocer que sabía hacerlo.

Miró las fotos de los cuatro hombres. Cualquiera de ellos podía ser el Carnicero. Sintió que se le ponía la carne de gallina.

Se quedó sentada en un rincón, absorbiendo las órdenes de Quinn en lugar de escucharlas. Llamó a los dos agentes que esperaban esa noche y los desvió hacia Colorado. Primero a Grand Junction, para comprobar lo del ex novio, y luego a Denver, a investigar al biólogo.

Quinn también llamó a la policía de St. George; les informó de la investigación en curso y les pidió que averiguaran algo sobre Bryce Younger. Mandó a Booker y Zachary a Missouri a investigar al propietario de la empresa de construcción y para saber si Younger había viajado a Montana en las últimas tres semanas. Quinn no dejaba el teléfono, mientras despachaba a los agentes y se preocupaba de mimar la vanidad de Sam Harris, todo a la vez.

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