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Capítulo 22

Miranda miró su reloj. Ya eran las siete y media de la mañana y Quinn todavía no aparecía.

Tenía el jeep en la universidad así que dependía de él para volver a la ciudad. ¿Por qué habría aceptado volver con él la noche anterior?

Estabas agotada. Sí, temía quedarse dormida al volante. Llevaba casi dos semanas prácticamente sin dormir y la falta de sueño empezaba a pasarle factura.

Sin embargo, le sorprendió dormir tan bien la noche anterior. Nada de pesadillas ni interrupciones. Pero al despertar por la mañana, recordó una conversación con Quinn un año antes de ser admitida en Quantico. Pensando en ello, llegó a la conclusión de que él siempre había tenido dudas, pero no a propósito de sus capacidades.

– Me marcho mañana por la mañana -dijo Quinn, echándole a Miranda un mechón de pelo detrás de la oreja.

– ¿Mañana? Pensaba que tenías la semana libre.

– Así es, pero ha pasado algo.

El tono de voz de Quinn le dio una clave acerca de la verdad.

– Un asesinato.

– Preferirías no saberlo.

– Todo lo contrario.

– Miranda, ¿por qué te haces esto?

Estaban sentados en el porche de la hostería. Era tarde por la noche y la mayoría de los clientes se habían retirado o tomaban una última copa antes de que el bar cerrara a las once.

– Pronto seré agente del FBI, Quinn. Puedo enterarme de los detalles. -Miranda estaba matriculada en cursos de psicología y criminología. Ya había obtenido su licenciatura compaginando sus estudios el año anterior. Habría ingresado a Quantico ese año, salvo que todavía le quedaban diez meses para cumplir los veintitrés años.

– No paras de hablar de ello.

– Ya te he contado mis planes.

– Es verdad. Sólo que pensé que cambiarías de parecer.

– ¿Por qué? -¿Acaso le había dado a Quinn la impresión de que flaqueaba? Esperaba que no.

Él la miró y en sus ojos había tal carga de emoción que ella se sintió maravillosa y completamente conquistada por él.

– Hace un año que no paras de asombrarme, Miranda. Has sido todo un estímulo para mí cuando el trabajo comenzaba a hastiarme. Cuando era incapaz de atrapar al cabrón que te hizo daño… – Tragó saliva y desvió la mirada, pero ella alcanzó a captar el brillo húmedo en sus ojos.

– No es culpa tuya. Lo perseguiremos. Y algún día lo encontraremos.

Quinn se giró lentamente hacia ella, le cogió las manos y se las apretó con fuerza. Ella se abandonó en sus brazos, contenta y segura de sí misma y de su sexualidad por primera vez desde la primavera pasada.

– Estás tan cerca. Creo… que eres lo bastante lista y estás lo bastante motivada para convertirte en una excelente agente del FBI. Sin embargo, creo que la investigación del Carnicero te motiva más que el hecho de querer ser agente. – Quinn suspiró y le acarició el pelo-. No sé si tiene sentido lo que digo.

– Ya te demostraré que soy capaz. -¿Había hablado como si sintiera pánico? No, sólo quería ser enfática-. Dijiste que me darías una carta de recomendación. Pero si no quieres dármela, puedo conseguir otras.

– Te prometí una carta y la tendrás.

– Además, no ingresaré en la Academia hasta dentro de un año -dijo ella, e hizo una pausa -. No me has contado lo de tu caso.

Él la estrechó con fuerza y se quedaron mirando las sombras. Ella llevaba puestas cuatro capas de ropa y una manta alrededor de las piernas. Ahí, con Quinn a su lado, se sentía segura.

– La víctima es un menor -dijo él, con voz queda-. Son los peores casos.

– ¿Miranda?

Ella tuvo un sobresalto. Quinn estaba al pie de la escalera y la miraba con expresión intrigada.

– ¿Vamos? -preguntó.

– Vamos.

Ella debería haber leído entre líneas en aquel momento. Volviendo a pensar en aquella noche, se dio cuenta de que Quinn tenía reservas desde el principio a propósito de su decisión. Le dio la carta de recomendación porque se la había prometido, pero no confiaba en que siguiera adelante. Miranda no sabía si estaba más enfadada con él por su preocupación o consigo misma por no haberse dado cuenta de ello en su momento.

Estaba tan segura de que quería ingresar en el FBI. Hablando con Quinn de los casos en que había trabajado y de los asesinos que había puesto entre rejas, ella se sentía inspirada y llena de esperanza de que también podría enfrentarse a los maleantes y al final triunfar.

Eso sí, sólo había un maleante que de verdad quería encontrar, que de verdad necesitaba derrotar. No era la primera vez que pensaba que quizás el psiquiatra tuviera razón. Su obsesión por atrapar al Carnicero era lo que la motivaba, lo que la había llevado a presentarse al FBI. Ella no lo habría llamado obsesión, pero la verdad es que se concentraba en poca cosa más. ¿Cómo podía abandonar si él seguía cazando mujeres?

– ¿Miranda? -dijo Quinn, cuando ya estaban en el coche.

– ¿Qué?

– ¿Pasa algo malo?

– No. -¿Tanto se le notaba? Miró a Quinn y le sonrió -. La verdad es que anoche dormí bastante bien.

– Me alegra saberlo. Lo necesitabas. -Habían salido a la carretera principal. Ella miró el reloj del salpicadero. Las 7:50. Empezó a pensar en la planificación de la búsqueda, y volvió a revisar mentalmente la cuadrícula que habían elaborado el día anterior, preguntándose si mandar a sus hombres a inspeccionar algún otro lugar. Cualquier coordenada que escogiera era como un disparo al azar.

– ¿Sirve de algo?-preguntó.

– ¿Perdón?

No se había dado cuenta de que pensaba en voz alta.

– Pensaba en la búsqueda. Cada vez que secuestran a una mujer, no hago caso de los límites y peinamos miles de hectáreas. Y ¿de qué sirve? Nunca hemos encontrado a nadie a tiempo. No pudimos salvar a Rebecca. ¿Por qué habré pensado que podíamos?

– Deja de criticarte así, Miranda. Es lo que hacía Nick ayer porque se sentía presionado por la prensa. Tú eres una especialista en búsqueda y rescate. He revisado tus métodos y las rutas que has seguido y yo habría hecho exactamente lo mismo con el personal y los recursos que tenías.

– ¿Sí?

– Absolutamente. Y si no fuera por lo metódico de tus búsquedas, jamás habríamos encontrado algunos cuerpos.

– Pero era demasiado tarde. -Habían encontrado a las hermanas Croft cuatro semanas después de que las mataran. Con Rebecca habían tardado menos de un día. Pero habrían pasado varias semanas si el hijo del juez Parker no hubiera hallado accidentalmente el cadáver.

– Anoche hablé con Olivia.

– ¿Y? ¿Ha descubierto algo? No habría llamado si no tuviese noticias. ¿Qué hay de nuevo?

– Fui yo quien la llamó -explicó Quinn-. Y no tiene nada definitivo. Pero ha mandado unas muestras de tierra al laboratorio del FBI en Virginia. ¿Sabes de algún lugar por aquí donde haya tierra o arcilla roja?

– ¿Roja? -Miranda revisó sus conocimientos de geología-. No lo creo. En los alrededores, no. -Miranda se mordió el labio-. ¿Arcilla roja? Podría hablar con alguien del departamento de geología, quizá sepan algo.

– Trata de hacerlo discretamente, ¿vale? Te dejaré en la universidad. Iría contigo, pero tengo que encontrarme con Nick para ver lo de los expedientes de la universidad. Vamos a repartirnos el trabajo con la lista que tenemos. Acabaremos con unas tres docenas de nombres en total, pero es lo único que tenemos por ahora hasta que Olivia nos dé algún resultado definitivo.

Miranda miró a Quinn de reojo. ¿Quería que investigara aquello? No esperaba que la incluyera en sus planes, a la luz de lo ocurrido en el pasado. Saber que él confiaba en ella para encontrar respuestas, aunque fuera sólo un pequeño aspecto de la investigación, significaba mucho.

– Gracias -dijo.

– ¿Por qué?

– Por confiar en mí.

– Sólo te pido que tengas cuidado -dijo él, finalmente.

La Puta iba a despellejarlo vivo.

Pero ¿qué se suponía que tenía que hacer él? Ese jodido poli había venido a meter las narices. ¿Qué habría pasado si hubiera decidido saltarse todas las normas sobre inspecciones y búsquedas, si hubiera entrado en la cabaña?

Él no podía decirle nada a La Puta a propósito de eso. Ella no sabía todo lo que él guardaba. No lo habría entendido. Él necesitaba una conexión con las mujeres que había cuidado. Manoseaba sus fotos y lo recordaba todo a propósito de ellas. La suavidad de su pelo. La belleza de los cuellos. Y sus pechos… sobre todo amaba sus pechos. Bellos, redondos, llenos.

No, ella no lo entendería.

Pero ahora tenía que deshacerse del jodido vehículo del poli. Quizá lanzarlo por la orilla del camino. O abandonarlo donde lo encontraran fácilmente. ¿Era preferible esconderlo o dejar que lo descubrieran?

No lo sabía. Por eso la había llamado.

Ella subió por el estrecho camino a más velocidad de lo que debía, y casi acabó empotrada en la parte de atrás de la camioneta del sheriff. Bajó del coche a toda prisa, con su rubia cabellera rebotando sobre los hombros.

– ¡Maldito imbécil!

– Estaba husmeando por aquí.

– Tenemos que irnos. -Ella subió la escalera a grandes zancadas y se detuvo en la puerta-. ¿Dónde está? ¿Qué has hecho con el cuerpo? ¿Lo has enterrado?

– Está con la chica.

Ella parpadeó y lo miró con ojos desmesuradamente abiertos.

– ¿Por qué habrías de arrastrar el cuerpo a kilómetros de aquí? ¿Por qué no lo has enterrado aquí?

– Creo que no está muerto.

– ¿Y eso, por qué coño?

Él se encogió de hombros. No estaba en sus planes matarlo. Sólo lo había dejado fuera de combate. Había sangrado un poco, pero no creía haberlo matado. De hecho, tirado ahí en el balcón, no le urgía demasiado matarlo. ¿Qué gracia tenía matar a alguien que no sabía lo que le esperaba?

En fin. Él no tenía pensado dejar que el sheriff se largara. A la larga, moriría de hambre.

– Eres un imbécil. ¡Un gilipollas de mierda! Ahora tenemos que irnos, abandonar Montana. Me has arruinado la vida. ¡Maldito, maldito seas!

La Puta se paseaba a grandes zancadas, mesándose el pelo. El se encogió, apoyado en la pared exterior de la casa. No había manera de saber qué era capaz de hacer en ese estado de ánimo.

La Puta siguió farfullando y lanzando imprecaciones durante diez minutos antes de dirigirse a él con el índice en alto.

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