Cuando Quinn volvió con Miranda a la hostería ya era pasada la medianoche. Miranda estaba inusualmente callada, y Quinn la entendía. Acababa de volver a vivir una experiencia traumática en el bosque.
Los paramédicos habían tardado casi dos horas en transportar a Nick, Lance Booker y Ashley desde la quebrada hasta el rancho de los Parker, donde esperaban las ambulancias. Un médico le vendó la pierna a Miranda mientras esperaba en un refugio provisional. Le fijaron un entablillado y la subieron lentamente por la montaña después de los otros.
Miranda había querido volver enseguida a casa, pero Quinn la llevó al hospital para que le suturaran la herida. No estaba dispuesto a perderla de vista, y no le soltó la mano durante toda la visita.
Aunque David Larsen había muerto, lo único en que Quinn atinaba a pensar era que había estado a punto de volver a perder a Miranda.
Bill y Gray esperaban en el bar. Bill se apresuró a ir hacia su hija en cuanto ésta entró cojeando con la ayuda de Quinn.
– Randy -dijo, con la voz ahogada por la emoción.
– Estoy bien.
Estaba mejor que bien. Miranda era una superviviente nata. Era algo que Quinn ya daba por sabida, y ella había demostrado su valor enfrentándose cara a cara con el mal.
Esperaba que ahora creyera en sí misma. Nada de dudas sobre su persona, nada de «qué pasaría si». Se había convertido en una mujer que, Quinn lo sabía, volvía a ser dueña de sí misma.
– Sentaos -dijo Bill, y arrimó un par de sillas.
Se hundieron en sus asientos mientras él les preparaba un whisky doble de su mejor botella.
– Espera un momento, si tomas analgésicos, no puedes beber -dijo, reteniendo el vaso de Miranda.
– Dámelo, papá -dijo ella, estirando la mano-. No me he tomado las píldoras. Sabes que detesto los fármacos.
Él le pasó el vaso y se sentó a su lado.
– Todo ha acabado. Estás a salvo.
Quinn apenas podía hablar. Todavía estaba anonadado por el corte que Larsen le había infligido a Miranda.
La mayoría de las personas jamás vivían la experiencia traumática de enfrentarse a un asesino en serie. Y menos aún dos veces.
Quinn le contó a Bill la versión abreviada de lo sucedido.
– No puedo creer que el hermano de Delilah Parker… Y el pobre de Ryan, enterarse de esa manera -dijo Bill, sacudiendo la cabeza.
Miranda habló por primera vez.
– Ryan es valiente. No sé por qué Larsen no lo mató. Tiene que haber intuido que Ryan lo sabía.
– Por lo que sé de los asesinos en serie -dijo Quinn-, tienen sus propios sistemas de valores.
– ¡Valores! -dijo Bill, indignado.
– Quizá «reglas» sea una palabra más adecuada -explicó Quinn-. Por ejemplo, algunos asesinos no hacen daño a los animales. Larsen era biólogo especializado en la fauna salvaje y, según todos los que hablaron con mi compañera en Denver, amaba a las aves que cuidaba. Incluso les ponía nombres.
– Theron -murmuró Miranda.
Quinn se giró para mirarla. De pronto, se sintió nuevamente desbordado por vivas emociones al pensar en lo cerca que Miranda había estado de la muerte.
– Perdón, ¿has dicho Theron?
Ella asintió con un gesto de la cabeza.
– Al morir, dijo «Theron». No entendí lo que significaba.
– Podría ser uno de sus pájaros. -Quinn se volvió hacia Bill y le apretó la mano a Miranda-. Puede que Larsen sintiera ese vínculo de sangre con su sobrino. Iban a pescar juntos. Ryan pensaba que su tío era una persona que sabía escuchar. Puede que a Larsen ni se le hubiera pasado por la cabeza hacerle daño, pero quizá tampoco creyera que Ryan lo delataría.
– Pero ¿por qué no se marchó, sencillamente? ¿Por qué no desapareció?
– Tenía que acabar lo que había comenzado.
– Le he dejado a Richard un par de habitaciones -dijo Bill-. Él y Ryan se quedarán unos días. Richard está preocupado por Delilah. Cree que Larsen la ha matado.
– Es posible -dijo Quinn, aunque no lograba entender en qué momento había sucedido eso. Richard y Delilah estaban juntos cuando Sam Harris los visitó. Richard dijo que ella salió poco después, y que parecía muy turbada. Ryan se encontró con Larsen más o menos a la misma hora en que Delilah salió del rancho.
Había una hora en las andanzas de Larsen todavía por explicar, el tiempo que Ryan había tardado en llegar a la hostería a caballo.
Por las pruebas halladas en el rancho de Parker, Larsen había entrado en la casa en algún momento, pero Quinn no sabía a qué hora.
¿Había vuelto Delilah Parker durante el breve rato que Quinn y el juez Parker habían salido? ¿Acaso había tenido un altercado con Parker? No había signos de violencia en la casa. No habían llevado a cabo una búsqueda por toda la propiedad debido a la operación de rescate en la quebrada. Al día siguiente acudiría un equipo completo para inspeccionarla, y lo mismo harían en la cabaña de Parker en Big Sky, donde Nick había tropezado con el escondrijo de Larsen.
O quizá Delilah temía que su hermano fuera a por ella y se había escondido. Entonces volvería al día siguiente, cuando se enterara de su muerte.
O puede que huyera porque se sentía culpable. Porque conocía las andanzas de su hermano y no había hecho nada para impedirlo.
Quinn no lo sabía con certeza, pero no le gustaban esos cabos sueltos, y el papel de Delilah Parker en la vida de su hermano era bastante oscuro.
Nick seguía inconsciente. Tenía una herida grave en la cabeza y una infección que deberían tratar. Quinn rogaba a Dios para que sobreviviera.
Por lo visto, JoBeth Anderson se recuperaría. Y los padres de Ashley se habían trasladado desde San Diego. A la joven le darían el alta hospitalaria en un par de días, y ya había decidido volver a California.
– ¿Qué pasó con Sam Harris? -preguntó Miranda, disimulando un bostezo.
Quinn se puso tenso.
– Acabó volviendo a la oficina del sheriff y el telefonista le comunicó que lo habían relevado de sus funciones. Salió de la comisaría, al parecer, bastante furioso. Mañana me encargaré de él.
En realidad, no sabía qué haría con Harris. Había puesto en peligro toda la investigación y nada le gustaría más a Quinn que aplicarle una sanción ejemplar. Aún así, pensó que debería dejar la situación en manos de Nick una vez que se recuperara del todo. Le escribiría un informe formal al sheriff en cuanto hubiesen atado los cabos sueltos de la investigación.
Por ejemplo, ¿dónde estaba Delilah Parker? ¿Estaba viva o muerta?
Miranda bostezó, y Bill le dijo a Quinn que la llevara de vuelta a su cabaña.
– Cuida de ella, Peterson -dijo el viejo. Quinn no dejó de captar el doble sentido.
Bill abrazó a su hija.
– Te quiero, Randy -murmuró en su oído, con la voz enronquecida por las lágrimas.
– Yo también te quiero, papá.
A Miranda no le agradaba que se ocuparan demasiado de ella, y Quinn se estaba pasando de la raya. No paraba de asegurarse de que estuviera cómoda en la cama, con la pierna elevada, de preparar sus analgésicos y una botella de agua en su mesita de noche, aunque ella insistía en que no se tomaría las grageas. Quinn encendió un fuego en la cocina de leña para combatir el frío que dominaba al ponerse el sol, y le ofreció algo de comer, otra copa, agua. Le dijo que era tarde y que tenía que dormir.
A pesar de todo, eso sí, era muy tierno.
– Quinn, siéntate -dijo ella, dando unos golpecitos en la cama.
– No quiero hacerte daño en la pierna.
– No me harás daño. Por favor -pidió, y le tendió la mano. Él la cogió.
Quinn se sentó y Miranda adivinó el cansancio en sus vivos ojos color chocolate. Cansancio, preocupación y alivio.
Y amor.
En sus ojos asomaron unas lágrimas, pero no de dolor ni de tristeza.
Por primera vez desde que el Carnicero había cambiado el curso de su vida, se sentía verdadera y maravillosamente viva.
Quería compartirlo todo con Quinn.
Él se inclinó y le acarició la mejilla. Ella apoyó toda la cara en su mano, suspiró y cerró los ojos.
– Te quiero Miranda.
Ella abrió los ojos. Lo vio a él buscando su respuesta. Había sido incapaz de decirlo antes. No porque no sintiera algo profundo por él sino porque tenía miedo. No soportaba la idea de volver a perderlo, y no sabía qué haría para vencer su resentimiento y su sensación de traición.
Sin embargo, junto con la confusión, había desaparecido el miedo. El pasado era precisamente eso, pasado.
– Yo también te quiero -dijo con voz temblorosa-. Quinn, he sido una tonta. Me sentí tan herida hace años que nunca entendí qué hiciste y por qué lo hiciste. No sé si tenías razón, pero ya no tiene importancia. Se impusieron mi orgullo y mi testarudez. Creí que tú dudabas de mí, y eso me dolió más que cualquier otra cosa.
– Lamento haberte hecho daño -dijo él, y unas lágrimas brillaron en sus ojos-. Pero nunca dudé de ti. Espero que me creas.
– Te creo. Yo también te herí. Dije cosas crueles de las que me arrepiento -dijo Miranda, y guardó silencio. Le costaba tanto abrir su corazón, incluso a Quinn, en cuyo rostro resplandecía el amor que sentía por ella.
Miranda respiró hondo y pidió lo que quería, lo que necesitaba. A él.
– ¿Podemos recuperar lo que teníamos?
El se inclinó hacia delante y la besó ligeramente.
– Randy, no podemos volver atrás. No somos los mismos. Pero… -dijo, y volvió a besarla-, podemos seguir adelante.
Una esperanza renació en el corazón de Miranda. Pero tenía que oírlo. Con toda exactitud.
– ¿Qué quieres decir? ¿Qué deseas tú?
– Te necesito a ti. Te quiero a ti. Mi vida ha estado vacía sin ti. Jamás me he enamorado de nadie más que de ti, y te he llevado siempre en mi corazón. Debería haber vuelto antes, pero me perdió mi propia testarudez.- Quinn sacudió la cabeza y le recogió un mechón de pelo detrás de la oreja.
– Estaba seguro de que, después de un tiempo, llamarías -dijo-. Que quizá me gritarías pero que, al final, dirías que me querías y preguntarías cuándo iría a verte.
– Y bien, creo que si algo queda claro es que somos dos personas muy testarudas.
Él le apretó suavemente la mano y la sostuvo contra su pecho.
– Randy, eres increíble. Has sido capaz de vencer a tus demonios mediante la pura voluntad. Cada vez que te observaba, pensaba que no encontrarías la fuerza interior, que te dejarías vencer por tus dudas. No podía estar siempre repitiéndote que eras valiente y aguerrida. Tenías que demostrártelo a ti misma.