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El mal se esconde bajo la superficie.

– ¿Miranda?

Miranda pegó un salto y se llevó la mano al arma, todo al mismo tiempo.

Era el agente Booker.

– Mierda, Lance.

– No era mi intención asustarla.

– No me has asustado. -La había aterrorizado. Sentada ahí sola, pensando en el Carnicero. Y en David Larsen y en Sharon… – ¿En qué puedo ayudarte?

– El agente Peterson me ha pedido que hoy me quede con usted. Ya sabe, como no han encontrado a Larsen, ni nada.

La semana anterior, la habría enfurecido la protección de Quinn. Ella no sólo era capaz de defenderse sola del Carnicero, sino de defenderlos a todos, del Carnicero y de cualquier otro mal que se atreviera a poner un pie en sus tierras de Montana.

Pero aunque supiera defensa personal, y entrenara a un grupo de mujeres en la universidad, se mantuviera en buena forma física y pudiera orientarse en cualquier punto del condado, la sola idea de enfrentarse a David Larsen en persona la paralizaba.

– Gracias, Lance -dijo.

Cruzó hasta el mapa en la pared y se quedó mirando, haciendo acopio de valor para superar las horas que quedaban del día. Si encontraban a Larsen, ¿los llevaría hasta Ashley? ¿Les diría dónde estaba Nick? ¿Si estaba vivo o muerto?

¿Qué buscaba Nick en la oficina del Registro de la Propiedad? Había consultado los títulos de propiedad de todas las tierras de la región. Incluyendo la de su padre, según observó cuando ella y Quinn los revisaban. Nada le llamó la atención. ¿Qué le habría llamado tanto la atención como para que arriesgara la vida en su investigación? Tiene que haber pensado que no era peligroso, o no habría acudido solo.

Añoraba a Nick. Ojalá le hubiera dicho que lamentaba que las cosas no hubieran funcionado entre ellos. Ella nunca deseó hacerle daño. Él se portó muy bien con ella. Le dio todo el espacio que necesitaba, la dejó seguir con su trabajo y la apoyó en todo lo que hacía. El problema era que ella no lo había amado como él a ella.

Como ella amaba a Quinn.

Sintió una especie de calorcillo al recordar cómo la tocaba. Con ternura. Lentamente. No había olvidado dónde le gustaba que la tocara. Tampoco había olvidado lo sensible que era ella con las cicatrices de sus pechos, cómo le gustaba ponerse encima, todos esos pequeños detalles que se habían ido forjando desde el terror que le infundiera aquel desequilibrado. Un terror que había durado una semana.

Con Quinn se relajaba y se entregaba tal cual era, de buena gana y con alegría. Cuando hacían el amor, eran compañeros.

Había estado a punto de decirle que lo amaba. Tenía toda la intención. Pero no le salían las palabras. Una parte de ella se resistía y Miranda no sabía por qué.

Quinn decía que la conocía. ¿Cómo era posible que la conociera tan bien si ella todavía luchaba por conocerse a sí misma? Así que se mordió la lengua y guardó silencio, aunque sus palabras fueran sinceras y aunque quisiera pedirle a Quinn que nunca volviera a marcharse.

Quizás, al final, ése fuera su mayor temor, que él volviera a dejarla. No era nada fácil convivir con ella, eso lo sabía, y a veces se mostraba deliberadamente conflictiva para que la gente no se le acercara demasiado. Era más fácil mantener a las personas a cierta distancia que mostrar la propia vulnerabilidad.

La gente perecía de muertes violentas. La lucha de su madre contra el cáncer. El asesinato de Sharon. Y, ahora, la probable desaparición de Nick. Todos muertos.

¿Qué haría ella si algo le pasaba a Quinn?

Quinn llamó a su despacho en Seattle para hablar con Bonnie Blair, una especialista en investigación de antecedentes. Si había algo que descubrir sobre David Larsen, Bonnie lo encontraría.

– Hola, Bonnie. He recibido tu informe. No hay gran cosa. ¿Qué te parece si echas mano de tus procedimientos mágicos para encontrar alguna otra cosa?

Siguió un largo silencio.

– ¿Qué más quieres? -Bonnie sonaba un poco irritada.

– Bueno, para empezar quisiera saber el nombre de los padres, su hermana, dónde nació…

Bonnie lo interrumpió.

– Todo eso estaba en mi informe. Te he mandado dieciséis páginas.

– ¿Dieciséis? Yo recibí una. – Sam Harris. Tenía que haberlas cogido él. Pero ¿por qué?

¿Habría algo en esas páginas de fax que Harris quisiera ocultar? ¿O quería proteger a alguien?

– Lo siento, Bonnie. ¿Te importaría mandármelo de nuevo? Me quedaré aquí, esperando junto al fax.

– Lo haré por ti. Pero que sepas que aquí estaré, esperando una caja de bombones en mi mesa cuando vuelvas.

– Vale.

Abrió la puerta y le hizo señas al sargento de guardia para que viniera al despacho de Nick.

– Sargento, por favor, localice a Sam Harris y dígale que vuelva a la comisaría, inmediatamente.

El sargento frunció el ceño pero no dijo nada. Fue hasta la mesa principal y cogió el teléfono.

Quinn ya estaba de vuelta en el despacho de Nick cuando empezó a llegar la primera página del fax. Era la página que él ya tenía.

Siguieron otras quince. A medida que fueron saliendo del fax, Quinn vio cómo se configuraba ante él la vida de un asesino en serie.

Nacido y crecido en Portland, Oregón. El padre, Kyle Larsen, abandonó a la familia cuando David tenía tres años y, al parecer, dejó de tener contacto con ellos. Murió nueve años más tarde en una trifulca por drogas que acabó mal.

Madre maltratadora… Los Servicios de Protección del Menor tuvieron que sacar a David de su casa en dos ocasiones, pero las dos veces lo habían devuelto. Bonnie señalaba que tendrían que pedir los expedientes a los tribunales.

Dos delitos cometidos en la adolescencia. De eso también tendrían que pedir los expedientes.

Una detención por violación a los dieciocho años. Interesante, David cursaba primer año en la universidad Lewis and Clark, en Oregón. Lo detuvieron por violación, pero la víctima se retractó. Él se aferró a la coartada de que había pasado la noche en casa de su hermana, dato que su hermana confirmó. ¿Acaso la víctima quedó tan traumatizada que renunció a llevar el juicio adelante?

Un detalle le llamó la atención a Nick. Los pechos de la víctima quedaron marcados de por vida con un cuchillo.

Todo encajaba. Un hogar sin padre, una madre maltratadora, que probablemente abusaba sexualmente de él. Tendría que ver los archivos de los Servicios de Protección del Menor. Crece en un ambiente dominado por mujeres. La madre lo acosa. Los pechos son a la vez un objeto sexual y un objeto maternal. David se ensañaba con los pechos de sus víctimas como hubiera querido hacer con su madre.

Su hermana mayor se convirtió en su tutora después de la muerte de su madre. Se definió oficialmente la causa de la muerte como «accidental». Su hermana le sirvió de coartada ante la acusación de violación. O la hermana lo protegía o David la tenía aterrorizada. O ambas cosas a la vez.

La hermana… hermana. Quinn siguió hojeando el expediente.

Delilah Larsen.

Delilah. ¿Dónde había oído ese nombre recientemente? Richard Parker. Su mujer se llamaba Delilah. El nombre era tan poco común que tenía que ser ella. Desde luego, Delilah Parker no parecía una víctima, aunque Quinn sabía que las apariencias podían engañar. Sólo la había visto esa única vez, y la habría definido como meticulosa, organizada e inteligente.

Sin embargo, hasta las mujeres más distinguidas podían ser víctimas de abusos y manipulaciones por parte de una persona a la que amaban o temían. Quinn tendría que proceder con cuidado con los Parker.

Si Delilah Parker no sospechaba que su hermano era peligroso, quizás era porque no quería reconocerlo, y puede que intentara advertirle de la investigación. Quinn conocía varios casos en que un pariente cercano, un amigo o amante no creían que alguien en quien ellos confiaban podía ser un asesino.

Por otro lado, si estaba al corriente de lo que David Larsen hacía con esas mujeres, estaban ante una dinámica del todo diferente. Era evidente que no había acudido a la policía a denunciar sus sospechas. Quizás él abusara de ella y la manipulara, y luego quizás la convenciera para que lo protegiera. O quizás fuera cómplice de sus actividades.

Había que vigilar de cerca a Delilah Parker.

Quinn leyó el resto del informe y encontró la confirmación que necesitaba.

Después de que se retirara la acusación de violación, David Larsen ingresó en la Universidad de Montana y se fue a vivir con su hermana, que cogió un empleo como secretaria en el despacho de la Junta de Supervisores.

Richard Parker era supervisor durante la época en que ella estaba ahí.

Sam Harris se había llevado el informe para prevenir a Parker a propósito de su cuñado. Parker era un juez influyente, pero ¿en qué estaría pensando Harris? Poner en peligro toda la investigación sólo por salvar el prestigio político de alguien?

A menos que su intención fuera averiguar el paradero de David Larsen gracias a su hermana, creyendo que él solo sería capaz de atraparlo.

¡El muy imbécil!

Quinn dio un salto. Llamó al sargento de guardia.

– ¿Ha encontrado a Harris?

– No, señor.

– Siga intentándolo. ¿Quién está libre ahora para acompañarme en una salida?

– Estamos muy escasos de personal, señor -dijo el sargento, mirando su hoja-. Puedo llamar a Jorgensen. Hoy está en tráfico.

– Llámelo.

Ryan Parker estaba jugando con un videojuego en el salón después de comer cuando llegó un coche de la oficina del sheriff y estacionó en la entrada. Al cabo de un rato, entró su madre.

– Ryan, por favor, recoge y vete a tu habitación. Tenemos visita. Ryan apagó el videojuego, aunque estaba a punto de derrotar a Darth Maul.

– Sólo es Sam -dijo su padre, desde su mesa frente a los grandes ventanales.

– Richard -fue lo único que dijo su madre, pero le lanzó la mirada. Esa mirada que decía no discutas conmigo y que Ryan conocía muy bien.

Ryan guardó el videojuego, cerró los armarios y subió. Abrió y cerró la puerta de su habitación, para que su madre pensara que la había obedecido. Pero en lugar de quedarse en su habitación, volvió de puntillas hasta lo alto de la escalera donde podía oír sin que lo vieran.

El chico se enteraba de muchas cosas con ese sistema.

– Me gustaría haber venido en circunstancias más agradables – dijo Sam Harris.

– ¿Algo relacionado con la chica que fue asesinada? -preguntó su padre.

– No es nada fácil decir esto, y por eso le he pedido a mi agente que se quede en el coche. Creo que conviene que puedan pensar en cómo están las cosas, sin nadie por en medio que quiera usar la información para perjudicarle en su carrera, juez.

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