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Él siempre ganaba, con la excepción de aquella que había escapado…

Se levantó de la cama cogiendo la sábana y enrollándosela por el cuerpo. Fue hasta su escritorio y abrió un cajón de un tirón tan violento que el contenido se desparramó por el suelo. Furioso consigo mismo, pero sobre todo con La Puta, encendió la lámpara y se puso de rodillas en el suelo para recoger sus tesoros.

Hizo un montón con los carnés de conducir de su colección (veintiuno en total) y los dejó a un lado, con el de Rebecca encima del todo. Tocó la foto y se puso a pensar, no en el ritual de la muerte sino en la vida, en la vida que ella le daba al correr. La vida que le daba cuando le suplicaba piedad. Por cualquier cosa. Él mandaba. Él tomaba todas las decisiones y ella no tenía nada que decir.

Rara vez hablaba con las mujeres. Ellas no eran nada.

Cogió la libreta de tapas de cuero desgastado que contenía su vida. Respiró sobre la tapa ajada, y se sintió extrañamente en paz. Cuando empezaba a planear algo, le ocurría eso. La preparación requería tiempo, concentración, inteligencia.

Y él tenía las tres cosas. Había llegado el momento de planear la próxima cacería. Cuanto antes, mejor.

Los huevos de Theron estarían a punto de romperse. Y, desde luego, no quería perdérselo.


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