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Al mismo tiempo, Miranda era una mujer insegura en lo que se refería a sus propios puntos fuertes y sus temores, y también, en cuanto a que el miedo le ganara la partida. ¿Cómo convencerla de que sabría perseverar? ¿Cómo explicarle que ser un agente del FBI no anularía su miedo?

Quinn se detuvo en la entrada y quitó la llave del contacto.

– ¿Miranda?

– ¿Sí? -preguntó con voz cansina.

– ¿Has oído mi conversación con Colleen?

– Sí.

– ¿Quieres que hablemos de ello? ¿Tienes alguna pregunta?

– Ninguna pregunta. -Miranda calló y abrió los ojos -. Espero que sea uno de ellos, Quinn. Si no, habremos vuelto al comienzo.

– Es uno de ellos.

– ¿Es la voz de la experiencia la que habla? -preguntó ella, con un amago de sonrisa.

– No, es mi intuición. Escucha la tuya.

– De acuerdo -dijo ella, y fue a abrir la puerta.

– Deja que te acompañe hasta tu cabaña -dijo él.

Ella asintió y lo besó suavemente en la mejilla.

– Gracias.

Santo Dios, ¿cuándo acabaría aquello?

Mucho rato después de que el sol se llevara el poco calor que proyectaba sobre esa barraca oscura y húmeda y se hubiera retirado por la noche. Mucho después de que el primer aullido de un coyote cortara la profunda quietud. Mucho después de que Ashley dejara de llorar en su sueño, Nick permanecía despierto, esperando.

El Carnicero volvería. Y él nada podía hacer para proteger a Ashley.

Nunca habría imaginado que la noche pudiera ser tan insoportable.

Cada vez que intentaba aflojar las cuerdas de las manos, éstas se tensaban más y tiraban de los pies, a los que estaban atadas. Nick estaba aplastado contra la pared, y Ashley seguía en el centro de la pequeña habitación. Por fin dormía, por fin tenía un poco de paz después de un día de angustias que no cesaban.

Cuando se le despejó un poco la cabeza, Nick le pidió a Ashley que se arrastrara hasta él e intentara deshacerle los nudos. Pero ella estaba encadenada al suelo y no podía moverse. Y cada vez que él intentaba acercarse, las ataduras se apretaban.

Nick intentaba asegurarle que encontrarían una manera de salir. Quería convencerla de que sus hombres y el FBI estaban a punto de descubrir la identidad del asesino.

Pero ¿cómo sabrían dónde mirar? Nick no sabía quién era el Carnicero, sólo que merodeaba por la propiedad de los Parker. Podía ser un amigo, un inquilino o un empleado de Richard Parker. O, quizás, un intruso. O el propio Richard Parker.

¿Seguiría Quinn sus huellas? ¿Vería lo que él había visto? No era demasiado probable. Mientras subía hacia las tierras de Parker, él mismo creía que se había lanzado tras una pista falsa. El hecho de haber nacido y crecido en el sudoeste de Montana le permitía entender algunas cosas sobre las tierras y los registros de propiedad, pero más gracias a la perspectiva de la historia y de la experiencia que al seguimiento de pruebas sólidas.

Saber que tenía buena intuición no lo hacía sentirse mejor. Iba a morir. Y Ashley tendría que soportar las horribles vejaciones, y luego sería cazada y degollada.

Tenía que encontrar una manera de salir de ahí.

Las criaturas de la noche de repente se callaron, como si de pronto se percataran de la presencia de un depredador más grande y peligroso. Nick aguzó los oídos. Alguien se acercaba a la barraca.

Al cabo de un momento, se giró la cadena de la puerta y resonaron los eslabones. Nick sintió que Ashley se despertaba de golpe.

– No -gimió-. Otra vez, no.

– Tranquila -dijo él, con voz ronca.

– No, ¡tranquila, no! ¡No puedo estar tranquila!

En la barraca hacía un frío penetrante, pero cuando la puerta se abrió y el viento de la noche llegó hasta él como un manto gélido, se estremeció. Por primera vez, se dio cuenta de lo helada que debía estar Ashley.

La puerta se cerró. El Carnicero no dijo palabra.

Nick oyó el claqueteo de algo metálico, y Ashley lanzó un grito de dolor.

– ¡Basta! ¡No le hagas daño!

Nick le hablaba al violador mientras intentaba zafarse de sus cuerdas. Ashley no paraba de gritar, y luego comenzó a sollozar, hasta que un grito horrible rasgó el silencio de la noche.

El violador hablaba, tal como había dicho Miranda. Alguna palabra suelta… mía, para siempre…, con gruñidos y el ruido de un gran esfuerzo.

A Nick se le saltaron las lágrimas. De puro odio. Rabia. Impotencia. Oyó el entrechocar de las carnes desnudas mientras el Carnicero violaba a Ashley y usaba algo metálico para pincharla. Sus pechos.

Él había visto las cicatrices de Miranda. Ahora sabía cómo le había infligido las heridas.

¿Cómo había sobrevivido Miranda a una tortura tan brutal? ¿Para luego convertirse en la mujer fuerte y valiente que era? La venda que no lo dejaba ver había caído. Entendió que Miranda era más que una víctima, más que una superviviente.

Era la vencedora.

Ashley volvió a gritar y a sollozar. El silencio casi absoluto del Carnicero era más desconcertante que si lo hubiera oído gritar obscenidades. Como si al guardar silencio se quisiera demostrar algo a sí mismo.

Nick no supo cuánto tiempo el Carnicero siguió torturando a Ashley. Era como si no se percatara de la presencia de él. Ignoró todas sus súplicas, maldiciones y acusaciones. Al final, salió. Y cerró la puerta con la cadena. Ashley permanecía en silencio.

¿La habría matado?

No, no haría eso. La necesitaba para la caza. Quizá se hubiera desmayado. Escuchó aguantando el aliento hasta que tuvo la seguridad de que respiraba.

Nick quería consolar a la chica, pero no sabía qué decir. ¿Qué podía decir él para borrar el dolor y la humillación de lo que Ashley acababa de vivir?

Decidió prepararse mentalmente para la huida. Quizás el Carnicero viera como un desafío cazar al sheriff. Nick tenía que idear algún tipo de manipulación psicológica para convencerlo de que lo soltara.

Disparas a mujeres jóvenes por la espalda. ¿No eres lo bastante bueno para cazar a un hombre?

Las mujeres son fáciles. Lloran y tropiezan y te suplican misericordia. ¿Qué hay de deportivo en eso? Si me sueltas, no podrás alcanzarme. Así veremos si das la talla.

Si podía provocar al Carnicero para que se decidiera a cazarlo, quizá le diera a Ashley una verdadera oportunidad para escapar. Tenía que convencerla para que corriera en la dirección contraria.

Y que no mirara atrás.

La Puta le advirtió que no usara más la cabaña en caso de que el poli le hubiera contado a alguien a dónde se dirigía. La Puta creía que seguía mandando.

A él no le importaba dormir al aire libre. Tenía un saco de dormir para bajas temperaturas, una manta térmica y café caliente que había comprado en una gasolinera después de dejar a su chica.

Era difícil concentrarse en ella con ese maldito poli al lado que no callaba. Pensó en matarlo y acabar de una vez… Igual, al final lo mataría. Aunque la idea de cazar a un poli lo entusiasmaba. Sería una presa difícil. Incluso puede que tratara de atacarlo.

Pero el poli perdería, desde luego.

Estoy en la mejor forma posible.

Se puso a cavilar sobre cómo atar algunos cabos sueltos. La Puta le dijo que no podía tener a Miranda Moore. Eso cambiaría. La Puta ya no mandaba.

Mataría a la que consiguió escapar. Qué duro había sido. Lo perseguía hasta en sus sueños. Ahí donde veía su foto, había una pesadilla en ciernes. Él no recordaba toda la pesadilla, sólo que se despertaba empapado en sudor, todavía viva la imagen de ella cortándole el corazón de un tajo para luego devorarlo, mientras él miraba.

Y entonces se transformaba en su madre.

Se dio cuenta de que luchaba contra su saco de dormir. Se obligó a relajarse. No pienses en ella. Ella estaba muerta, acabada. Eso estaba bien. ¿Por qué habría de pensar en su madre?

Era Miranda. Ella era la culpable de que volvieran los malos recuerdos. La que se había escapado.

La Puta no dejaría que la matara, pero a él ya no le importaba. Si insistía, también le cortaría el cuello.

Quizá lo hiciera de todas maneras.


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