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– Hay docenas de obreros de la construcción moviéndose por la base -dijo Quincy, con voz férrea. Abrió los ojos y miró a Kaplan-. ¿Y no se le ha ocurrido mencionármelo hasta ahora?

Kaplan se agitó, incómodo.

– No surgió el tema.

– Se ha producido un asesinato en su base, ¿y no se le ocurre mencionarme que por estas puertas pasa una cantidad anormalmente grande de varones de entre dieciocho y treinta y cinco años que realizan un trabajo temporal y no cualificado o, en otras palabras, docenas de hombres que se ajustan al perfil del asesino?

Ahora, incluso los dos marines miraban a Kaplan con interés.

– Todas y cada una de las personas que reciben autorización para entrar en esta base tienen que obtener antes un pase de seguridad -replicó Kaplan, en tono monótono-. Sí, tengo una lista con los nombres y sí, mis hombres les han estado interrogando. Pero no permitimos que ninguna persona con antecedentes entre en la base, ni como empleado, ni como obrero, ni como huésped ni como estudiante. Por lo tanto, la lista está limpia.

– Eso es maravilloso -dijo Quincy, con voz crispada-. Salvo por un detalle, agente especial Kaplan. ¡Nuestro sospechoso no tiene antecedentes porque nunca hemos conseguido detenerle!

Kaplan se sonrojó. De pronto era muy consciente de que los dos guardias le, miraban y de la creciente furia de Quincy. De todos modos, no dio su brazo a torcer.

– Examinamos la lista y analizamos los nombres. Ninguna de esas personas tiene ningún historial de violencia ni antecedentes por agresión. En otras palabras, no hay nada que indique que ninguno de esos obreros deba ser señalado como sospechoso… a no ser que pretenda que investigue a todas las personas que conducen una furgoneta.

– Sería un buen comienzo.

– ¡Sería la mitad de la lista!

– Sí, ¿pero cuántas de esas personas han vivido antes en Georgia?

Al ver que Kaplan guardaba silencio y pestañeaba, Quincy asintió con sombría satisfacción.

– Lo único que tiene que hacer, agente especial, es un simple informe crediticio. Eso le permitirá conocer sus direcciones previas e identificar a todo aquel que tenga alguna relación con Georgia. Entonces tendrá la lista de los sospechosos. ¿Está de acuerdo?

– Pero…, bueno… Sí, de acuerdo.

– Ahí fuera hay dos chicas más -prosiguió Quincy, con voz serena-. Creo que ese hombre ya ha conseguido llegar demasiado lejos.

– No tenemos la certeza de que nuestro asesino sea uno de los obreros de los equipos de construcción -protestó Kaplan, con terquedad.

– No, pero tampoco podemos dejar de hacernos esa pregunta. No debemos permitir que sea él quien controle el juego. -Los ojos de Quincy ahora miraban en la distancia-. Usted tiene que hacerse con el control o perderá. Con esos depredadores, la astucia es lo único que vale. Y el ganador se lo lleva todo.

– Pondré a mis hombres a trabajar en la lista -dijo Kaplan-. Concédanos unas horas. ¿Dónde estarán?

– En la Unidad de Ciencias de la Conducta, hablando con el doctor Ennunzio.

– ¿Ha averiguado algo sobre el anuncio?

– No lo sé…, pero espero que al menos él haya tenido suerte, puesto que los demás hemos fracasado.


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