– ¿El Unabomber? Por supuesto.
– Ese caso se centró sobre todo en los escritos del señor Kaczynski. No solo contábamos con las palabras escritas en los paquetes en los que enviaba sus bombas, sino también con diversas notas incluidas en estos, las cartas que dirigió a la prensa y el manifiesto que exigía que se publicara en los periódicos. Sin embargo, no fue un lingüista forense quien estableció las conexiones, sino el hermano de Kaczynski, que reconoció ciertas partes del manifiesto debido a las cartas que le enviaba su hermano. Sin una cantidad de material tan extensa que analizar, ¿quién sabe si hubiéramos sido capaces de identificar al Unabomber?
– En cambio, este tipo no le ha dado a la policía demasiado con lo que trabajar -replicó Rainie-. ¿No le parece extraño? Por lo general, y siguiendo con el ejemplo que usted nos acaba de dar, en cuanto esos tipos empiezan a hablar resulta que tienen mucho que decir. Este hombre nos ha dado a entender que le preocupa el medioambiente, pero no ha comentado nada más sobre el tema.
– La verdad que eso fue lo primero que me desconcertó -dijo Ennunzio, posando la mirada en Quincy-. Creo que esto pertenece más a su especialidad que a la mía, pero resulta inusual encontrar cuatro mensajes breves idénticos. En cuanto un asesino establece contacto, ya sea con la prensa o con alguna figura de autoridad, la comunicación suele volverse más fluida. Por eso me sorprendió tanto que el mensaje de la última carta al editor fuera exactamente igual que los anteriores.
Quincy asintió.
– Cuando un asesino se comunica, ya sea con la prensa o con algún agente al cargo de la investigación, casi siempre lo hace para dejar constancia de su poder. A algunos, enviar cartas y ver cómo sus mensajes son repetidos por los medios de comunicación les proporciona el mismo tipo de emoción que experimentan otros asesinos cuando visitan la escena del crimen o contemplan un recuerdo de alguna de sus víctimas. Los asesinos suelen empezar con algo breve, una nota inicial o una llamada telefónica, pero en cuanto saben que han conseguido la atención de todo el mundo, utilizan dichas comunicaciones para vanagloriarse, jactarse y reafirmar constantemente su sentido del control. Forma parte de su obsesión egoísta. -Quincy frunció él ceño-. Sin embargo, este mensaje es diferente.
– Se distancia de los hechos -dijo Ennunzio-. Fíjense en la frase: «El calor mata». No es él quien mata, sino el calor. Como si él no tuviera nada que ver.
– Sin embargo, el mensaje está repleto de frases breves y usted ha comentado que eso indica que posee un nivel elevado de educación.
– Es inteligente, pero se siente culpable -explicó Ennunzio-. No desea matar, pero se siente impulsado a hacerlo y, por lo tanto, pretende echar la culpa a cualquier otra cosa. Quizá, esa es la razón por la que no ha escrito nada más. Con sus cartas no pretende demostrar su poder, sino buscar la absolución.
– Existe otra posibilidad -se apresuró a decir Quincy-. Berkowitz también escribió largas cartas a la prensa en un intento de explicar sus crímenes, pero él sufría una enfermedad mental y, por lo tanto, entraba en una categoría distinta a la de asesino organizado. Aquellas personas que padecen algún tipo de incapacidad mental, como la paranoia o la esquizofrenia…
– Suelen repetir una frase -dijo Ennunzio-. Eso también se puede observar en aquellos que han sufrido una embolia o tienen un tumor cerebral. Invariablemente, todos ellos repiten una y otra vez una palabra o un mantra.
– ¿Está diciendo que este tipo está loco? -preguntó Rainie.
– Es posible.
– Pero si está chiflado, ¿cómo es posible que haya esquivado a la policía y haya sido capaz de secuestrar y asesinar a ocho mujeres?
– No he dicho que sea estúpido -replicó Quincy-. Es probable que sea competente en diversos aspectos, aunque aquellos que le rodean deben de saber que hay algo en él que no acaba de estar bien. Posiblemente se trata de un tipo solitario que se siente incómodo en compañía de otras personas. Puede que esa sea la razón por la que pasa tanto tiempo al aire libre y por la que utiliza la emboscada como forma de ataque. Un asesino como Ted Bundy confiaría en sus habilidades sociales para abrirse paso hasta la víctima y romper sus defensas; en cambio, este hombre sabe que no puede hacer algo así.
– Sin embargo, es capaz de idear elaborados rompecabezas -dijo Rainie con voz monótona-. Busca víctimas desconocidas, se comunica con la prensa y juega con la policía. En mi opinión, ese tipo es una especie de psicópata de la vieja escuela.
Kaplan levantó una mano.
– Bueno, ya es suficiente. Creo que nos estamos desviando un poco del tema. El Ecoasesino es problema del estado de Georgia. Nosotros hemos venido aquí para hablar del agente especial McCormack.
– ¿Qué ocurre con él? -preguntó Ennunzio, con el ceño fruncido.
– ¿Cree que McCormack podría haber escrito esas notas?
– No lo sé. Tendrían que proporcionarme algún otro documento que hubiera sido escrito por él. ¿Por qué están investigando al agente especial McCormack?
– ¿No se ha enterado?
– ¿De qué? Salí de la ciudad para asistir a una conferencia. Ni siquiera he tenido tiempo de escuchar todos los mensajes.
– Ayer encontraron un cadáver -explicó brevemente Kaplan-. Una joven. En la ruta de entrenamiento físico de los marines. Tenemos razones para pensar que McCormack podría estar implicado.
– Ciertos elementos del caso son similares a los del Ecoasesino -añadió Rainie, ignorando la mirada sombría de Kaplan-. El agente especial McCormack cree que el crimen ha sido obra del Ecoasesino, que ha empezado a atacar aquí en Virginia, mientras que el agente especial Kaplan cree que McCormack podría ser nuestro hombre y que simplemente preparó la escena de forma que encajara con la de un antiguo caso.
– ¿Han encontrado un cadáver aquí? ¿En Quantico? ¿Ayer?-Ennunzio parecía aturdido.
– Debería salir de este refugio antiaéreo de vez en cuando -le dijo Rainie.
– ¡Eso es terrible!
– Yo tampoco creo que la muchacha disfrutara demasiado.
– No, no lo entienden. -Ennunzio observó sus notas con ojos enloquecidos-. Tengo una teoría… y se la hubiera sugerido al agente especial McCormack de haber tenido la oportunidad de hablar con él. No se trata más que de una sospecha, pero…
– ¿Qué? -preguntó Quincy-. Explíquenosla.
– El agente especial McCormack mencionó de pasada que había empezado a recibir llamadas telefónicas sobre el caso. Me dijo que, al parecer, un informador anónimo estaba intentando ayudarles. McCormack creía que podía tratarse de alguien cercano al asesino, un miembro de su familia o su esposa. Sin embargo, mi opinión es bien distinta. Teniendo en cuenta que las cartas al director son tan breves y que, con el tiempo, la mayoría de los asesinos tienden a dilatar sus comunicaciones…
– Oh no -dijo Quincy, cerrando los ojos. Era evidente que había seguido la línea de sus pensamientos-. Si el sujeto no identificado se siente culpable, si intenta desvincularse del acto…
– Quería pedirle al agente especial McCormack que grabara dichas llamadas o transcribiera las conversaciones al pie de la letra en el mismo instante en que colgara -prosiguió Ennunzio, con voz sombría-. De este modo, podría comparar el lenguaje del informante con las palabras de las cartas. Verán, no creo que esté hablando con ningún miembro de la familia. En mi opinión, el agente especial McCormack está hablando con el propio asesino.