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– Por lo que dices, parece que era una mujer intensa.

– Lo era. -Kimberly guardó silencio unos instantes-. Sin embargo, ¿sabes qué es lo más irónico de todo? ¿Sabes qué pienso?

– ¿Qué?

– Que nos necesitaba. Era exactamente el tipo de persona que mi padre y yo deseamos proteger. Era débil, tomaba malas decisiones, bebía demasiado, salía con hombres inadecuados y creía las mentiras que le contaba todo el mundo. Dios, mi hermana necesitaba desesperadamente que alguien la salvara de sí misma, pero no lo hicimos. Yo pasé gran parte de mi infancia enfadada con ella, llorando y quejándome porque siempre estaba triste por algo, pero ahora solo me pregunto por qué no cuidé mejor de ella. Ella pertenecía a nuestra familia. ¿Cómo pudimos fallarle tanto?

Mac no dijo nada, pero le tocó una vez más la mejilla. Suavemente. Con el pulgar. Kimberly sintió el roce de su piel endurecida a lo largo de la línea de su mandíbula y el contacto la hizo estremecer. Sintió deseos de cerrar los ojos y arquear la espalda como un gato.

– ¿Otra brizna de hierba? -susurró.

– No -respondió él, en voz baja.

Kimberly le miró. Era consciente de que sus ojos decían demasiado y que necesitaba protegerse más, pero fue incapaz de detenerse.

– No te creen -dijo, con voz suave.

– Lo sé. -Sus dedos se deslizaron de nuevo por su mandíbula y se demoraron en la curva de su oreja.

– Mi padre es bueno. Muy bueno. Pero como todo investigador, es meticuloso. Empezará a trabajar por el principio hasta llegar a tu conclusión. Puede que en otro caso no importara, pero si tienes razón y hay otra chica secuestrada…

– El reloj hace tictac… -murmuró Mac. Las ásperas yemas de sus dedos volvieron a recorrer su mandíbula y se deslizaron suavemente por su cuello. Kimberly sentía que su pecho se alzaba y descendía cada vez más deprisa, como si una vez más estuviera corriendo por el bosque. ¿Estaba corriendo hacia algo o seguía escapando?

– Pareces muy tranquilo -dijo, de repente.

– ¿Por el caso? En absoluto. -Sus dedos dejaron de moverse y se demoraron en la base de su cuello, cerrándose sobre su clavícula y sintiendo su rápido pulso. Sus ojos la miraban con intensidad. ¿Era un hombre que estaba a punto de besar a una mujer o un policía obsesionado con un caso difícil? A Kimberly no se le daban bien estas cosas. Las mujeres Quincy tenían un largo historial de mala suerte en el amor. De hecho, el último hombre al que su madre y Mandy creían haber amado las había matado. Eso sí que era intuición femenina.

De pronto deseó no haber hablado tanto de su familia. Deseó ser realmente una isla, poder volver a nacer sin ningún vínculo y sin ningún pasado. ¿Cómo habría sido su vida si su familia no hubiera sido asesinada? ¿Quién habría sido entonces Kimberly Quincy?

¿Habría sido más amable, más dulce, más gentil? ¿Habría sido el tipo de mujer capaz de besar a un hombre atractivo bajo las estrellas? ¿Una mujer capaz de enamorarse?

Apartó la mirada y separó su cuerpo de su roce. Ya no importaba. De repente le hacía demasiado daño mirarle a los ojos.

– ¿Vas a trabajar en esto, verdad? -preguntó, dándole la espalda.

– Esta tarde he estado leyendo un poco sobre Virginia -dijo con despreocupación, como si ella no se hubiera apartado-. ¿Sabes que en este estado hay más de ciento sesenta mil hectáreas de playas, montañas, ríos, lagos, bahías, pantanos, embalses y cavernas? Cuenta con diversos sistemas montañosos importantes que ofrecen más de mil seiscientos kilómetros de senderos y ochocientas mil hectáreas de parques nacionales. Y a eso se le tiene que añadir la Bahía Chesapeake, el estuario más grande de los Estados Unidos. Además, hay cuatro mil cavernas y diversos embalses que se crearon inundando pueblos enteros. ¿Quieres variedad y sensibilidad ecológica? Virginia tiene variedad y sensibilidad ecológica. ¿Quieres peligro? Virginia tiene peligros. En resumen, Virginia es perfecta para el Ecoasesino… Y por supuesto que voy a trabajar en el caso.

– No tienes jurisdicción.

– En el amor y en la guerra todo vale. He llamado a mi supervisor. Ambos creemos que esta es la primera pista sólida que hemos conseguido en meses, de modo que si abandono la Academia Nacional para realizar ciertas averiguaciones, no se echará a llorar. Además, tu padre y el NCIS están yendo demasiado despacio. Para cuando sepan lo que nosotros ya sabemos, esa muchacha llevará muerta largo tiempo. Y no quiero que eso ocurra, Kimberly. Después de todos estos años, estoy harto de llegar tarde.

– ¿Y qué vas a hacer?

– A primera hora de la mañana me reuniré con un botánico del Instituto de Cartografía Americano. Después improvisaré.

– ¿Por qué vas a hablar con un botánico? Ya no tienes la hoja…

– No tengo la original -respondió-. Pero podría haber escaneado una copia…

– Has copiado una prueba -dijo ella, con seriedad.

– Sí.

– ¿Y qué más?

– ¿Vas a ir corriendo a contárselo a papá?

– Creo que me conoces mejor que eso.

– La intento.

– Estás obsesionado con este caso, ¿sabes? Podrías estar equivocado. Este crimen podría no tener relación alguna con el Ecoasesino ni con esas chicas de Georgia. La primera vez no encontraste a tu hombre y ahora solo ves lo que quieres ver.

– Es posible -se encogió de hombros-. ¿Pero acaso importa? Una joven ha muerto porque alguien la asesinó. Se trate de mi hombre o de otro distinto, encontrar a ese hijo de puta hará de este mundo un lugar mejor. Y francamente, con eso me daré por satisfecho.

Kimberly le miró con el ceño fruncido. Resultaba difícil discutir contra semejante tipo de lógica.

– Quiero ir contigo -dijo de repente.

– Watson no te lo permitirá. -Mac se incorporó y se limpió los hierbajos de las manos-. De hecho, te pegará semejante patada en el culo que pasarán días antes de que puedas sentir el dolor del moratón.

– Puedo solicitar una baja personal. Hablaré con uno de los consejeros y alegaré angustia emocional por haber encontrado un cadáver.

– Ah, querida, si les dices que sufres angustia emocional por haber encontrado un cadáver seguro que te echan. Esto es la Academia del FBI. Si no puedes hacer frente a un cadáver, estás en el lugar incorrecto.

– La decisión no dependerá de Watson. Sí el consejero está de acuerdo conmigo, tendré que irme. Es así de simple.

– ¿Y cuándo descubra tus verdaderos motivos?

– Estaré de baja… y lo que haga en mi tiempo libre es cosa mía. Watson no tendrá ninguna autoridad sobre mí.

– No llevas demasiado tiempo en el FBI, ¿verdad?

Kimberly alzó la barbilla. Entendía su punto de vista y estaba de acuerdo con él. De hecho, esa era la razón por la que su corazón palpitaba con tanta fuerza en su pecho. Seguir este caso le haría ganarse su primer enemigo político, y eso sería un inicio menos que estelar para su carrera. Llevaba veintiséis años deseando convertirse en agente del FBI. Resultaba extraño que ahora estuviera tan dispuesta a echarlo todo por la borda.

– Kimberly -dijo Mac de repente, como si hubiera leído sus pensamientos-, sabes que esto no traerá de vuelta a tu madre ni a tu hermana, ¿verdad? ¿Sabes que por muchos asesinos a los que detengas, nada cambiará el hecho de que tu familia murió y que no pudiste hacer nada para salvarla?

– He visitado sus tumbas, Mac. Sé lo muertas que están.

– Además, eres una simple estudiante -prosiguió él-. No sabes nada de ese hombre y ni siquiera has completado tu formación. Es probable que tus esfuerzos no sirvan para nada. Reflexiona bien sobre ello antes de echar tu carrera por la borda.

– Quiero ir.

– ¿Por qué?

Ella esbozó una tensa sonrisa. Aquella era la pregunta del millón de dólares. Y, honestamente, podía dar varias respuestas. Que Watson había tenido razón esta mañana y, nueve semanas después de haber ingresado en la Academia, seguía sin tener amigos ni aliados entre sus compañeros. Que, de hecho, solo había sentido lealtad por un cadáver que había encontrado en el bosque. Que sentía la culpabilidad del superviviente y estaba harta de pasar las vacaciones en un campo repleto de cruces blancas. Que tenía una necesidad mórbida de perseguir a la muerte después de haber sentido en una ocasión sus dedos en la nuca. Que, al fin y al cabo, era la hija de su padre. Que los vivos no se le daban bien y que estaba desesperadamente unida a los muertos, sobre todo cuando el cadáver guardaba semejante parecido con Mandy.

Había tantas respuestas posibles… Pero se sorprendió a sí misma cuando optó por responder con la que más se aproximaba a la verdad.

– Porque quiero.

Mac la miró durante un prolongado momento, antes de asentir en la oscuridad.

– De acuerdo. Alas seis en punto de la mañana. Reúnete conmigo delante del Jefferson. Trae ropa para caminar.

– Y Kimberly -añadió, mientras ambos se levantaban-, no olvides tu Glock.


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