– Jesús -murmuró Rainie.
El silencio se cernió sobre la sala hasta que Kaplan carraspeó.
– La víctima de esta mañana no apuntaba hacia ninguna dirección concreta. De hecho, sus brazos y piernas estaban extendidos en las cuatro direcciones.
– Lo sé.
– Es otra incoherencia.
– Lo sé.
– Sin embargo, tenía una roca en la mano -siguió diciendo Kaplan, cuyos ojos evaluaban a Mac-. Y una serpiente en la boca. No puedo decir que haya visto muchos casos similares.
– También tenía una hoja en el pelo -añadió Mac-. El médico forense se la quitó en la escena y yo la recuperé. Iré a buscarla en cuanto terminemos.
– Ha destruido la cadena de custodia -protestó Watson.
– Pues deme una azotaina. ¿Quieren la hoja o no?
– Simplemente, no tiene sentido -estaba diciendo Kaplan, que todavía parecía desconcertado-. Por una parte, la serpiente sugiere que esa muchacha podría ser el mapa del que usted está hablando. Por otra, lo único que tiene en común este caso con los anteriores es una carta al director publicada hace seis meses. Además, han transcurrido tres años desde la última muerte y su asesino siempre ha atacado en el estado de Georgia. Puede que ambos casos estén relacionados o puede que el hombre que le llama esté jugando con usted y que el cadáver haya aparecido aquí por simple casualidad.
Todos los presentes empezaron a asentir. Watson, Quincy y Rainie. Kimberly fue la única que no lo hizo y Mac se sintió orgulloso de ella.
– Tengo una teoría -dijo de repente. Todos le miraron y él lo consideró una invitación a seguir hablando.
– Cuando ese hombre empezó a matar en 1998, las primeras pistas que dejó fueron evidentes y sencillas. A partir de entonces empezó a incrementar la dificultad: las pistas cada vez eran más complejas, los lugares que escogía cada vez eran más peligrosos y cada vez atacaba con más frecuencia. Siempre lograba anticiparse a nuestra curva de aprendizaje e iba complicando las reglas del juego. Siempre se mantuvo un paso por delante de nosotros. Pero todo terminó en el año 2000 cuando, siete cadáveres después, logramos hacerlo bien y salvamos a una de esas muchachas. Entonces se retiró porque por fin habíamos ganado el juego.
Mac miró a Quincy.
– Los asesinos en serie nunca se retiran -dijo el perfilador psicológico.
– Cierto, pero no siempre lo saben, ¿verdad?
Quincy asintió, pensativo.
– En ocasiones lo intentan. Bundy salió de la cárcel en dos ocasiones y las dos veces juró que no volvería a atacar a ninguna mujer. Se retiró e inició una vida tranquila, pero no duró demasiado. Había infravalorado su necesidad fisiológica y emocional de matar. De hecho, cuanto más se esforzaba en reprimir sus impulsos, más intensos se volvían estos. Finalmente atacó a cinco jóvenes en una noche.
– Creo que este tipo ha intentado parar -dijo Mac, mientras Rainie y Kaplan cerraban los ojos-. Pero sus impulsos asesinos no han hecho más que intensificarse y, al final, se ha visto obligado a empezar de nuevo. Pero no ha regresado con el mismo juego -prosiguió, adoptando un tono sombrío-. Nosotros ganamos la partida anterior, de modo que ahora ha creado uno distinto. Uno en el que las extremidades de la víctima ya no son las agujas de una brújula. Uno en el que el mapa contiene una serpiente de cascabel viva y letal. Uno en el que el cadáver es abandonado en los terrenos de la Academia del FBI porque, ¿de qué sirve inventar un juego si no consigues que los mejores salgan a jugar contigo? En el año 2000, ese tipo mató a tres muchachas en doce semanas. Si se trata del mismo hombre, si se trata de un juego nuevo, no sé qué se le habrá ocurrido, pero les prometo que será mucho peor. Por eso, y disculpen si les ofendo, no puedo permanecer aquí encerrado ni un minuto más. No hay tiempo para hablar de este caso. No hay tiempo para redactar informes de investigación ni para establecer la cronología de los acontecimientos. Desde el mismo instante en que se encuentra el primer cadáver, el reloj empieza a hacer tictac. Si quieren tener alguna posibilidad de encontrar a la segunda víctima con vida, levanten el culo de sus asientos y pónganse a trabajar, porque les aseguro que allí fuera hay otra joven y lo único que deseo es que no sea ya demasiado tarde.