Se volvió hacia Mac y Tina. El fuego estaba tan cerca que podía sentir su calor en la cara. Pero sobre todo era consciente de Mac, de sus calmados ojos azules, de su cuerpo grande y fuerte, de su fe absoluta en que Kimberly podría encargarse de Ennunzio y, ahora, de su deseo de sacarlas sanas y salvas de allí.
La vida está llena de opciones, pensó Kimberly. Vivir, morir, luchar, correr, desear, temer, amar, odiar. Existir en el pasado o vivir el presente. Miró a Mac, después a Tina y descubrió que ya no tenía ninguna duda.
– Vamos -dijo.
Echaron a correr. Ennunzio aulló tras ellos. O quizá, simplemente rió. El fuego avanzaba con rapidez y las llamas pronto les alcanzarían.
El muro de fuego se cernió sobre él y, de una forma u otra, Ennunzio por fin descansó en paz.
Encontraron el vehículo diez minutos después. Acostaron a Tina en el asiento trasero y Mac y Kimberly se dejaron caer en los delanteros. En cuanto Mac conectó el motor, se alejaron a toda velocidad por el llano y herbolado camino, esquivando a los animales que huían.
Kimberly oyó un rugido que parecía proceder del infierno y, al instante, el cielo se llenó de helicópteros de rescate y aviones forestales. Llegaba la caballería trayendo consigo profesionales para sofocar las llamas y salvar a quienes pudieran ser salvados.
Dejaron atrás el pantano y se detuvieron, con el chirrido de los neumáticos, en un aparcamiento repleto de vehículos.
Mac fue el primero en apearse.
– ¡Atención médica! ¡Deprisa! ¡Aquí!
Los Servicios de Emergencia trataron a Tina con agua y gasas frías para que su temperatura corporal descendiera. Quincy y Rainie cruzaron el parque a todo correr para abrazar a Kimberly, pero Mac se adelantó y la estrechó en sus brazos. Cuando Kimberly apoyó la cabeza en su pecho, Mac la abrazó con fuerza y ella por fin se sintió a salvo.
Nora Ray apareció entre la multitud y se acercó a Tina.
– ¿Betsy? -murmuró Tina, débilmente-. ¿Viv? ¿Karen?
– Las tres se alegran de que estés viva -le dijo Nora Ray, acuclillándose junto a su cuerpo postrado.
– ¿Están bien?
– Se alegran de que estés viva.
Tina entendió lo que intentaba decirle y cerró los ojos.
– Quiero ver a mi madre -dijo, echándose a llorar.
– Todo irá bien -le dijo Nora Ray-. Te lo aseguro. Ha ocurrido algo malo, pero has sobrevivido. Has ganado.
– ¿Cómo estás tan segura?
– Porque hace tres años, ese mismo hombre me secuestró.
Tina dejó de llorar y miró a Nora Ray con sus ojos inyectados en sangre.
– ¿Sabes adónde van a llevarme?
– No, no lo sé. Pero si quieres, puedo acompañarte.
– ¿Cuidaremos la una de la otra? -preguntó Tina, en un susurro.
Nora Ray sonrió.
– Siempre -respondió, apretándole la mano.