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Estuvo así todo el día, dándole vueltas en su cabeza dolorida, en círculos concéntricos inútiles, hasta que pensó que estaba volviéndose loca. Por primera vez desde que…, bueno, desde ese día, no dominaba la situación, estaba a merced de otra persona.

Sonó el teléfono. Era Ed.

– Hola, soy yo. Llamaba para saber si lo habías pasado bien en la fiesta. He visto las fotos. ¿Por qué no hay ninguna tuya? Volveré a llamar…

Sin pensar con claridad lo que hacía, desesperada por hablar con alguien, por salir de la cárcel de su cabeza, Martha descolgó el teléfono.

– Hola, Ed, soy yo.

– Hola. ¿Estás bien?

– Sí, sí, estoy bien. Gracias.

– Estupendo. Sólo es una llamada de rutina. Para saber si estabas bien. No querrás salir a tomar algo, ¿verdad?

– No -dijo Martha rápidamente-, no, Ed, no puedo. Gracias. Hoy no, al menos.

– ¿Mañana entonces? -preguntó con voz ilusionada.

Otra cosa que Martha no debería haber dicho.

– No. No, mañana no -se apresuró a decir-. Quería decir que no.

– Martha, estás rara. ¿Te encuentras bien?

– Sí. Sí, estoy bien. Gracias.

– Pues no parece.

– Pues lo estoy. Todo perfecto. Sí.

– De acuerdo. -Martha casi le oyó encogerse de hombros-. Volveré a llamar. Seguramente mañana.

Aquello no la había ayudado mucho. Tal vez debería habérselo contado a Ed. Al menos sabía que él la amaba, y le deseaba lo mejor.

Volvió a sonar el teléfono. Ella descolgó con rapidez.

– Ed, por favor…

Pero no era Ed. Era Janet.

– Hola, Martha, soy yo. Quería saber cómo estabas.

Su tono era amable, cariñoso, de genuino interés. Martha se sintió mejor de repente. Qué absurdo había sido pensar que esa mujer tan amable quisiera hacerle algún daño.

– Hola, Janet -comentó, y ella misma notó el alivio que delataba su voz-. Qué amable eres. Estoy bien, en serio. Mucho mejor. Gracias de nuevo por lo de anoche, estuviste maravillosa.

– Cielo, no fue nada. Puse mi hombro para que lloraras, nada más.

– ¡No! Creo que me salvaste de volverme loca.

– A mí me pareces muy cuerda. Oye…, he pensado…

– Janet -dijo Martha-. Janet, no se lo dirás a nadie, ¿verdad?

– ¡Martha! Martha, por supuesto que no se lo diré a nadie. ¿Por quién me has tomado?

Vaya, la había ofendido. ¿Qué podía hacer ahora?

– No, claro que no. Es que… no sé lo que digo. Es sólo que…

– Martha… -La voz era infinitamente cariñosa-. Martha, escúchame. Necesitabas hablar. No podías guardártelo para ti sola siempre. Aunque… aunque ella no hubiera estado en la fiesta. Es una carga intolerable. No sé cómo lo has aguantado tantos años. Te está matando, eso está claro. Me gustaría pensar que hablar conmigo te ha ayudado… aunque sea un poco.

– Me ha ayudado, Janet, me ha ayudado mucho.

Mentirosa, Martha, no te ha ayudado, te ha aterrorizado.

– Es normal que te inquiete pensar que yo pueda contárselo a alguien. Lo comprendo, en serio. Pero no hablaré. Te lo juro. Sería imperdonable. Me siento muy honrada porque confiaras en mí. Porque me demostraras tanta confianza. No te traicionaré. Te lo juro, Martha. De modo que deja de preocuparte. Por favor.

– Gracias, Janet, te lo agradezco mucho. No me preocuparé más.

No se preocuparía. No se preocuparía más.

Clio llegó a casa y encontró una carta del Royal Bayswater. ¿Estaría disponible para una entrevista con la junta el miércoles 3 de julio, para hablar del puesto de especialista en geriatría?

Se sintió feliz y triunfante. Aún no tenía el empleo, aquello sólo era el principio. Pero era mucho. Para ella, en aquel momento, era mucho.

Quería contarle a alguien lo de la entrevista. Era una de las peores cosas de vivir sola: la rutina diana podía sobrellevarse, incluso los días malos, pero por pequeñas que fueran, necesitaba compartir con alguien las alegrías.

Decidió llamar a Jocasta; tenía el teléfono apagado.

No podía decírselo a Mark, ni a nadie de la consulta, y ya empezaba a sentir que su placer disminuía, cuando, como si lo hubiera adivinado, llamó Fergus.

– Sólo quería darte las gracias por hacerme compañía anoche. Y saber si habías llegado a casa sana y salva.

Clio le dijo que había llegado sana y salva y que la habían convocado a una entrevista para el puesto de especialista.

– No sé por qué, pero no me sorprende -dijo él, y fue como si le viera sonreír.

– ¡Oh, no! -Chad estaba escandalizado-. Dios santo, no me lo puedo creer. ¿Cómo puede haberse filtrado eso, por el amor de Dios?

– ¿Qué? -Abigail se inclinó por encima de su hombro para leer-. ¿Qué pasa? Ah, sí. Ya veo. Oh, vaya.

– ¿Cómo cojones ha pasado? -preguntó Chad-. Nadie lo había visto excepto algunos de nosotros. Nadie. Y la empresa de investigación, claro. Pero ellos no lo harían. ¡Es imposible!

– ¿No harían qué?

– Filtrarlo.

– ¿Tiene que ser una filtración deliberada a la fuerza? -preguntó Abigail.

– Totalmente deliberada. Pero ¿quién? -Sonó el teléfono-. Mierda. Cógelo tú, Abigail, por favor.

Ella contestó.

– Abigail Lawrence. Oh. Sí, Jack, está aquí. ¿Qué? Sí, lo ha…

Y leyó el artículo de la primera página del News, con la voz de fondo de Chad, al principio en un tono comedido, después levantando la voz con indignación.

– ¡No, no he sido yo! Por supuesto que no. A nadie. Por el amor de Dios, Jack…

«La racha de pérdidas del Partido Progresista de Centro continúa -escribía Martin Buckley, editor de política-. El nuevo partido político de centro izquierda, el Partido Progresista de Centro, que hizo su debut hace apenas unos meses, está soportando duros reveses. Tras ser lanzado con una plataforma de anticorrupción y antiamiguismo, se ha visto perseguido por los escándalos. El famoso diputado conservador Eliot Griers se vio envuelto en el denominado escándalo del «Abrazo en la Cripta», cuando se le descubrió en St. Mary's Undercroft, la capilla en el sótano de la Cámara de los Comunes, con una divorciada. Hace pocas semanas se descubrió que Chad Lawrence, el carismático diputado por Ullswater North (votado el hombre más sexy de Westminster el año pasado por la revista Cosmopolitan), aceptó dinero para la fundación del nuevo partido de una empresa china, con sede en Hong Kong.

A pesar de su fulgurante ascenso en las encuestas, el partido empieza a decaer, afectado por los escándalos. Un estudio encargado por el líder del partido, Jack Kirkland, mostraba una pérdida del diez por ciento de votantes potenciales. Al principio, el Partido Progresista de Centro captó la imaginación del público, pero parece que el cinismo del electorado hacia todo el sistema político del país se ha extendido al nuevo partido.

A menos que el Partido Progresista de Centro consiga algún golpe espectacular en las próximas semanas, puede estar destinado a ser recordado como el partido de menor duración de la historia. Teniendo en cuenta la cantidad de personajes valiosos que tiene en sus filas, eso sería una tragedia de considerable magnitud.»

Mientras leía el informe del News con el corazón encogido, Martha Hartley no pudo dejar de pensar que otro escándalo -y además tan escabroso- dentro de sus filas de personajes valiosos podría resultar fatal.

Nick Marshall estaba esperando en el comedor de prensa de la Cámara de los Comunes a un ejemplar bastante soso de chica Blair, cuando vio que Martin Buckley salía solo.

– Hola. Un buen artículo el de hoy. Interesante.

– Gracias.

– Me entristece un poco. Habría apostado a que al menos seguirían dando un poco de guerra.

– ¿Ah, sí?

– Sí. Un observador cualquiera podría pensar que ahora alguien les está haciendo la cama a ellos.

– Tu observador no tendría que ser un genio. La lista de sospechosos sería muy larga.

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