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– ¡Tolón! ¡Tolón!

Pico se rió.

– ¡Avon llama!

Lassiter respiró hondo, cerró los ojos y soltó el aire.

– ¿Hay algo que no nos hayas dicho? -inquirió Buck.

Lassiter movió la cabeza de un lado a otro.

– Tengo un problema en Italia. Puede que tenga que ver con eso.

Cuando llegaron a la oficina, Pico aparcó el coche en el garaje subterráneo mientras Buck acompañaba a Lassiter hasta el piso noveno. Al abrirse las puertas del ascensor, Buck se pasó las dos manos por el pelo y dijo:

– Esa Victoria no está nada mal, ¿eh?

Al llegar a su despacho, Lassiter se acercó a la ventana y miró la calle. Había un Ford Taurus azul aparcado en prohibido. Lassiter no podía ver si había alguien dentro del coche, pero salía humo del tubo de escape. Apretó los dientes, corrió las cortinas y fue hacia su escritorio.

Le estaba esperando un paquete envuelto en papel de carnicería. Miró el remite: «Instituto de la Luz.» Abrió el paquete.

Dentro había un ejemplar de Reliquia, tótem y divinidad. No tenía tapas y varias de las páginas estaban dobladas en las esquinas, pero, aun así…, parecía interesante. El libro tenía varias fotos en blanco y negro, reproducciones de pinturas como «El mensajero de Abgar recibe el sudario con la imagen de Cristo», «La ciudad de Hierápolis», «María amamantando al Niño» y «La masacre de los inocentes».

Esta última, fechada hacia 1490 y atribuida a un «maestro germánico», formaba parte del «tríptico de Jerusalén». Según el texto, el cuadro hacía énfasis en el sadismo de los torturadores de Cristo al tiempo que ilustraba la boda metafísica de Jesucristo con santa Verónica.

Lassiter pasó las hojas del libro.

El primer capítulo trataba del origen del culto a las reliquias y los iconos. Se comparaba el judaísmo con la cultura griega, que Baresi caracterizaba como politeísta, sedentaria y de iconos. Algo con lo que quería decir que los griegos organizaban sus vidas alrededor de las ciudades-Estado y que su arte incluía representaciones de figuras humanas. Por otro lado, definía el judaísmo como un «monoteísmo lingüístico». Era una religión de nómadas, orientada hacia la palabra más que hacia la imagen. Veía el cristianismo como una secta del judaísmo, o una tendencia cismática de éste, que se fue volviendo progresivamente icónica con el paso de los siglos, hasta que, aproximadamente en el 325 d. J. C, empezaron a aparecer representaciones de Cristo.

El segundo capítulo, titulado «Sangre y gnosis», abordaba las actitudes culturales de los cristianos y los judíos hacia la naturaleza, especialmente hacia la menstruación, o «flujo femenino». Lassiter estaba leyéndolo cuando llamó Riordan.

– Tengo algo que contarte -dijo el detective.

Lassiter dejó el libro a un lado.

– ¿Qué ha pasado? ¿Ha hablado la enfermera?

– No, la enfermera no habla, sólo reza. Un rosario tras otro.

– Entonces ¿qué ha pasado? ¿Habéis encontrado a Grimaldi?

– No. Pero creo que sé cómo consiguió escapar. No te va a gustar -afirmó Riordan.

– ¿Por qué dices eso?

– Hemos conseguido un listado de las llamadas que se hicieron desde la casa de Emmitsburg durante los últimos seis meses. Pensé que eso podría darnos alguna pista sobre el paradero de Grimaldi.

– Parece lógico.

– Bueno, la cosa es que me puse a repasar la lista. Resulta que hay varios cientos de números y… ¿A qué no lo adivinas?

– ¡Jimmy!

– Vamos, intenta adivinarlo.

– Se dedican a llamar a teléfonos eróticos.

Riordan lo negó con un ruido nasal que le recordó a Lassiter las señales que suenan en algunos concursos de televisión cuando alguien da la respuesta equivocada.

– No. Resulta que hay un montón de llamadas a una casa en Potomac. No te preocupes, no te voy a pedir que adivines de quién es la casa…

– Gracias.

– Porque nunca lo adivinarías. Resulta que la casa pertenece a un conocido tuyo y mío. Es la casa de Thomas Drabowsky.

Lassiter no lo podía creer. Permaneció unos segundos en silencio, frotándose los ojos con los dedos pulgar e índice. Por fin dijo:

– ¿El jefazo del FBI?

– ¡Exactamente!

– ¿Me estás diciendo que Grimaldi estaba en contacto telefónico con Drabowsky?

– ¡No! Estas llamadas son anteriores. De agosto, septiembre y octubre. De hecho, se acabaron más o menos cuando arrestamos a Grimaldi.

– Entonces… No lo entiendo.

– Casi todas las llamadas están hechas los fines de semana, o por la noche. Así que se me ocurrió que Drabowsky podía tener algún tipo de negocio entre manos con la gente de Emmitsburg. ¿Me sigues?

– La verdad es que no.

– Bueno, la cosa es que Derek y yo fuimos a verlos.

– ¿Derek?

– Sí. Vuelve a estar en el caso. A lo que iba. Fuimos a la casa de Emmitsburg y los interrogamos de uno en uno. La cuarta persona con la que hablé, un tipo con cara de ratón, va y me dice: «Ah sí. Esas llamadas las hice yo. Hablaba a menudo con Thomas.» Y yo voy y le digo: «Ah, ¿sí? ¿Y me podría decir de qué hablaban?» Y él va y me dice: «Claro. Hablábamos del programa de ayuda social. Thomas nos ayuda los fines de semana en el refugio y en el comedor de beneficencia. Thomas es un santo.» Así que yo le digo: «Ah ¿sí? ¿Y quién es Thomas?» Y él va y me dice: «Es un miembro de nuestra asociación, como todos los demás.» «¿Un miembro de qué?», le pregunto yo. Y él va y me dice: «De Umbra Domini. Thomas es numerario.» «¿Y a qué se dedica Thomas cuando no está ayudando a los pobres?», le pregunto yo. Y el tipo me dice: «No lo sé. Nunca hablamos de asuntos mundanos.» -Ríordan soltó una gran carcajada al otro lado de la línea. -Está hablando con un detective de homicidios y dice: «Nunca hablamos de asuntos mundanos.» ¿Puedes creerlo?

Lassiter no dijo nada durante un buen rato.

– Bueno, ¿y qué crees tú que pasó?

– No creo nada -contestó Riordan. -Sé lo que pasó. No lo puedo probar, pero lo sé. Cuando Grimaldi estaba en el hospital se corrió la voz. Luego, sin más, Juliette consiguió trabajo en la unidad de quemados y lo ayudó a escapar.

– Eso ya lo sabíamos.

– ¡Escucha! Potomac no era el único sitio al que hacían llamadas desde Emmitsburg. También hay bastantes llamadas a Italia. A Nápoles, en concreto. ¿Adivina a quién?

– No hace falta.

– Claro que no. Grimaldi estaba llamando a casa, al cuartel general de Umbra Domini. Lo he comprobado.

– Pero ¿no te parece…? No sé. ¿No te parece demasiado arriesgado?

– No. ¿Dónde está el riesgo? Es su casa, ¿no? ¿Qué tiene de raro que llamen a la sede de la asociación de vez en cuando? No, eso no tiene nada de raro. Lo interesante son las fechas. La primera llamada se hizo el día después de que Grimaldi se escapara del hospital. Me imagino que estarían informando sobre su situación.

– Entiendo.

– La siguiente llamada se hizo hace un par de semanas, justo después de que el FBI empezara a vigilar la casa. Me imagino que detectarían a los federales. Algo que, la verdad, no creo que fuera demasiado difícil. Realmente, Drabowsky tenía razón cuando dijo que no hay mucho tráfico en Emmitsburg.

– Así que Grimaldi llamó a Nápoles. ¿Y?

– ¡Tatatachán! Drabowsky tomó el mando de la operación y les echó una manita. Ordenó que levantaran la vigilancia y, claro, Grimaldi desapareció.

Lassiter pensó en ello. Por fin dijo:

– ¿Qué vas a hacer?

– ¿Que qué voy a hacer? Te diré lo que voy a hacer. Me voy a meter en un paquete y lo voy a cerrar. Y luego me voy a manda» a mí mismo por correo a Marte. Eso es lo que voy a hacer.

– Estoy hablando en serio.

– Y yo también. Míralo desde mi punto de vista. Me jubilo dentro de treinta y cuatro días. No necesito esta mierda. Y, además, aunque estuviera lo suficientemente loco para intentar hacer algo, no puedo probar nada. Son meras conjeturas.

– ¡No son conjeturas! Tienes el listado de las llamadas telefónicas.

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