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Era evidente que a alguien se le había ocurrido la brillante idea de invitar a Gus al programa para que sirviera de blanco de tiro para los virtuosos hombres y mujeres que representaban a la revista Harpers, al Washington Post, al New York Times y a la cadena pública de radio NPR. Pero era Gus -un joven apuesto de treinta y tantos años, con su mandíbula griega y sus penetrantes ojos azules -el que les estaba dando un repaso a los «señoritos». Se habían burlado del «sórdido periodismo de las revistas sensacionalistas», y él había contraatacado sin piedad contra los medios de comunicación que representaban la ortodoxia del país.

Con una mezcla de indignación contenida y sangre fría, Gus recordó a sus colegas que el Enquirer se sostenía gracias a las miles de personas que compraban la publicación, sin tener que recurrir a incluir publicidad de sustancias dañinas como el tabaco y el alcohol. Y, en cuanto al contenido, era verdad que el Enquirer nunca había ganado un premio Pullitzer, pero tampoco había que olvidar que el premio había perdido gran parte de su reputación como consecuencia del escándalo de Janet Cook. Hablando de ética periodística, después de nombrar a los asistentes y a sus principales benefactores, Gus puso en duda la capacidad de los asistentes para informar objetivamente sobre cuestiones como las licencias de armas o la salud pública. ¿Cómo era posible ser objetivo cuando el periodista que escribía el artículo había recibido treinta mil dólares por dar una conferencia auspiciada por la Asociación Nacional de Rifles o la Asociación Médica Americana?

– En el Enquirer no damos conferencias -dijo Gus. -De hecho, ni siquiera las cubrimos.

Cuando acabó el programa, el público se puso en pie para aplaudir a Gus.

Gus le devolvió la llamada a las dos de la tarde. Lassiter empezó a explicarle quién era, pero Gus lo interrumpió.

– Me acuerdo perfectamente de ti. Elizabeth Goode me dejó para salir contigo cuando yo tenía dieciséis años y tú diecisiete.

– Lo siento.

– Ya se me ha pasado -le aseguró Gus. Después fue directamente al grano. -Por más vueltas que le doy, no consigo imaginarme qué puedes querer de mí.

Lassiter le dijo que esperaba poder contar con su discreción.

Gus se rió.

– Me dicen exactamente lo mismo por lo menos diez veces al día. Y yo siempre contesto lo mismo: sí, puedes contar con mi discreción; por el honor de los Bulldogs del colegio.

– Se trata de Calista Bates.

– Mi estrella de cine favorita. ¿De qué se trata?

– La estoy buscando.

– Tú y medio mundo. Nos llegan más rumores sobre el paradero de Calista que sobre ningún otro famoso; excepto Elvis, claro. Aunque yo personalmente espero por su bien que siga dondequiera que esté. Si volviera llenaría las primeras páginas durante una semana, pero luego solo sería otra actriz más que busca trabajo.

Lassiter le explicó por encima por qué estaba interesado en la actriz. Le explicó que era un asunto personal y que no podía decirle mucho más, pero que agradecería cualquier pista sobre el paradero de Calista, incluso aunque no pareciera demasiado fiable.

– Me halagas. Un investigador de tu prestigio pidiéndome ayuda a mí. -Gus suspiró. -Pero me temo que no voy a poder ayudarte. Realmente, no se sabe nada de ella desde que se marchó de Minneapolis. Recibimos constantes llamadas de personas que dicen que la han visto, pero ya sabes cómo es eso. Realmente perdimos el rastro hace… ¿Cuánto tiempo hace ya? ¿Seis años?

– Bueno, si por lo que fuera oyeras algo…

– Quién sabe. Aunque… Tenemos un periodista que se ha forjado su reputación a base de informar sobre Calista.

– ¿Finley?

– Sí, Finley. ¿Ya has hablado con él?

– Yo no, uno de mis investigadores.

– Pues espero que fuera discreto, porque Finley es un perro de presa. Ya sé lo que vamos a hacer. Le diré a alguien que le eche un vistazo al archivo, que repase las llamadas que hayamos recibido últimamente sobre Calista. De hecho, les diré a los chicos que preparen un artículo sobre el posible paradero de Calista. Hasta puedo poner a Finley a cargo de todo. Así, al menos estará ocupado. Y, qué demonios, lo más probable es que acabemos publicándolo. En cualquier caso, te llamaré con lo que averigüemos.

– Gracias. Te debo una -dijo Lassiter.

– Dos. No te olvides de Elizabeth Goode.

Lassiter recibió el sobre con el historial financiero de su hermana que había solicitado esa misma tarde. El documento tenía seis páginas, pero Lassiter fue directamente a la última página. Allí estaba el dato que buscaba: «19-10-95: Allied National Products.»

Estaba claro. La misma empresa de Chicago había solicitado el historial financiero de Marie A. Williams y de Kathy. Y, además, lo había hecho el mismo día. Tenía que ser Grimaldi.

Dio unos golpecitos en el escritorio. «¿Y ahora qué?» Al cabo de unos segundos volvió a llamar por la línea interna al departamento de investigación.

– Quiero la partida de nacimiento de una mujer llamada Marie A. Williams -le dijo a uno de sus empleados. -Nació el 8 de marzo de 1962 en el estado de Maine, aunque no sé dónde exactamente. Lo mejor será hablar con alguien del gobierno local del estado de Maine. Que nos manden por fax toda la información que tengan.

Una información que, en el peor de los casos, incluiría los nombres y lugares de nacimiento de sus padres. Y, aunque Calista no hubiera vuelto a casa, quizás estuviera en contacto con sus padres. ¡Qué demonios! Al menos era una posibilidad.

Aparte de eso, no podía hacer mucho más. Tenía a Gary Stoykavich husmeando por Minneapolis, tenía a Gus Woodburn buscando pistas en los archivos de la revista National Enquirer y tenía a alguien buscando la partida de nacimiento en Maine. Por otro lado, Deva Collins estaba redactando un informe sobre las publicaciones teológicas de Baresi y, si no se había olvidado, también debería estar buscando a alguien que le pudiera explicar en qué consistían los trabajos científicos de Baresi.

Mientras pensaba en ello, uno de lo chicos del departamento de investigación lo llamó por la línea interna.

– Acaba de llegar un montón de material de Katz y Djamma.

– ¿Y eso qué demonios es?

– Es la agencia de relaciones públicas que representaba a Calista Bates.

– Qué amables -comentó Lassiter.

– No lo hacen por amor al arte. El hombre con el que hablé me dijo que si la encontrábamos podíamos conseguir un montón de dinero. Parece ser que los estudios de cine Tristar quieren que protagonice una película sobre la vida de Greta Garbo. Nicky Katz dice que les puede sacar un contrato con siete ceros. Así que tuve que prometerles que les avisaríamos si encontrábamos alguna pista.

Lassiter pasó el resto del día entre reuniones con empleados y consultas con los abogados que estaban trabajando en el contrato de la venta de la empresa. Dondequiera que fuera, Buck siempre estaba dos pasos detrás de él, mirando a su alrededor como si estuviera en un callejón de Harlem. Que su presencia incomodaba a la gente resultaba evidente, pero, aun así, Lassiter no intentó explicarla. De hecho, obtenía un placer casi perverso viendo las reacciones de la gente ante la presencia del extraño personaje.

Deva Collins se presentó en su despacho a las seis de la tarde y, con una pequeña inclinación y una fioritura de los brazos, dejó una carpeta encima de su escritorio. Lassiter estaba agotado.

– ¡Aquí lo tiene! -anunció.

– ¿El qué?

Deva no pudo ocultar el desencanto que se había apoderado de ella.

– Mi informe.

– ¿Qué informe?

Deva se sonrojó.

– El informe sobre las aportaciones de Ignazio Baresi en el campo de los estudios teológicos.

– Claro, es verdad -dijo Lassiter al tiempo que se frotaba los ojos. – ¡Lo ha hecho muy rápido! -comentó intentando transmitir entusiasmo. Pero, realmente, lo único que quería era irse a casa, tomarse una copa y ver películas de Calista Bates con su amigo Buck.

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