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– He conseguido dos cuartos comunicados -dijo. -Y también un vídeo. -Buck condujo hasta la parte trasera del motel y subió la escalera, delante de Lassiter, hasta el tercer piso.

– Nos podríamos haber quedado en el Willard -replicó Lassiter. -No me hubiera importado pagar las habitaciones.

Buck movió la cabeza de un lado a otro.

– Aquí estará más seguro. Si alguien anda detrás de Joe Lassiter, el último sitio donde se le ocurriría buscarlo es un Comfort Inn de las afueras.

Sus habitaciones, conectadas por una puerta interior, estaban al final del pasillo. Eran bastante grandes y tenían inmensas camas de dos por dos y una vista panorámica del tráfico que circulaba por la autopista 95.

– He conseguido un descuento por ser del Club Automovilístico Americano -explicó Buck con orgullo. – ¡Sesenta y cuatro dólares por las dos habitaciones! Incluidos impuestos y desayuno. -Se acercó a la ventana y cerró las cortinas. -La seguridad es bastante buena. Las puertas se cierran a medianoche. Sólo se puede entrar si abren la verja con el mando a distancia. Además, hay un guardia de seguridad en el vestíbulo. En los hoteles grandes como el Willard sólo tienen un portero. -El guardaespaldas sacudió la cabeza. -Y eso no nos iba a ser de gran ayuda.

Lassiter se tumbó en la cama y leyó las carátulas de los vídeos.

A toda prisa. Comedia. 114 minutos, 1987. Calista Bates y Dave Goldman. Un grupo de estudiantes de Harvard descubre la manera de ganar una fortuna en la bolsa. El plan causa un gran revuelo en la universidad.

«Calista Bates es una magnífica actriz cómica. ¡Cuatro estrellas!» New York Times.

«Nos dislocamos la mandíbula de tanto reírnos.» Siskel y Ebert.

Blockbuster recomienda: Si le gusta esta película no se pierda Un pez llamado Wanda. La encontrará en todas nuestras tiendas.

El segundo vídeo era una película de ciencia ficción:

Flautista. Ciencia ficción. 127 minutos, 1986. El flautista de Hamelín en versión contemporánea. Calista Bates fue propuesta al Oscar a la mejor actriz por su interpretación en el papel de «Penny», una mendiga cuya armónica de blues salva al pueblo de una plaga de ratas que transmiten un virus mortal.

«Sensacional.» New York Daily News.

«Aterradora.» Premiere.

«Calista está irresistible. ¡Tú también querrás seguirla!» Rolling Stone.

Lassiter se acordaba de cuando se estrenó la película. Aunque quiso verla, nunca llegó a hacerlo. Recordaba haber visto la ceremonia de entrega de los Osear con… ¿Quién era? ¡Gillian! Pensó en Gillian, en los hoyuelos que se le formaban al sonreír, en sus pechos blancos como la leche. ¿Qué sería de ella?

La ceremonia de los Osear siempre resultaba tediosa e interminable, pero Gillian había insistido en verla y Lassiter había tenido que soportar una noche llena de chistes malos, numeritos aburridos y extravagantes espectáculos musicales. Y, para colmo, Gillian se había resistido a sus esfuerzos por seducirla. No se había movido del sofá más que para aplaudir. Cuando, por fin, anunciaron el Oscar a la mejor actriz, la cámara siguió a la ganadora hasta el estrado y después enfocó a Calista Bates sentada en su butaca. Gillian no comprendía cómo no le habían dado el Osear a Calista y se puso a aplaudir cuando la actriz se sacó la armónica del bolsillo y tocó una melodía mientras la cámara la enfocaba. La verdad es que todo el mundo aplaudió el gesto; incluso Lassiter. Con su mirada intensa y traviesa, Calista parecía estar recordándole al mundo que «Penny» sabía perfectamente qué hacer cuando la desposeían de algo que le pertenecía con toda justicia.

Lassiter casi no se acordaba del año 1986. Era el año en que había abierto la empresa. Se pasaba el día contratando a gente y aumentando el espacio de la oficina. Se acordaba de que trabajaba dieciséis horas al día y se acordaba de Gillian, pero el resto del año parecía haberse disuelto en su memoria.

Buck llamó a una pizzería de los alrededores que decía tener un horno de leña y pidió una pizza grande para cenar.

– Dígale al repartidor que llame por teléfono desde recepción. Ya bajaré yo a recogerla.

Después Buck llamó a Pico y a Chaz: el resto del «equipo». Estaban echándole un vistazo a la casa de Lassiter. Tras un breve intercambio de palabras, Buck soltó una carcajada sorprendentemente aguda.

– No -dijo. -No. Bueno, te llamo mañana por la mañana. -Colgó el teléfono y se volvió hacia Lassiter.

– ¿Vive en el campo?

Lassiter movió la cabeza.

– Yo no llamaría campo a McLean.

– Es que Pico ha visto un ciervo. Por lo visto, le ha dado un susto de muerte. -Se rió. – ¿Sabe lo que me ha preguntado?

Lassiter movió la cabeza.

– Me ha preguntado si mordían.

Vieron la película A toda prisa mientras cenaban. La cerveza estaba fría y la pizza era bastante mejor de lo que Lassiter se esperaba.

Además, la película era graciosa. De hecho, era muy graciosa, aunque también era muy arriesgada. Con un director menos hábil y otro reparto de actores, sin duda habría sido un desastre.

Sobre todo, era Calista la que mantenía la cohesión de Ja película. Realmente era una actriz cómica con un sentido genial de la oportunidad. Y, además, sabía sacarle todo su jugo a un papel que se burlaba de los clichés. En vez de una rubia tonta, Calista era una rubia maquiavélica que sabía cuándo le convenía hacerse la tonta.

Buck se sabía la película de memoria y, cada vez que iba a ocurrir algo especial, avisaba a Lassiter dándole pequeños codazos.

– Aquí es cuando van a las torres gemelas. ¡Mire a la niña del fondo! -Y se tronchaba de risa.

Hacia la mitad de la película, Buck le dio un golpecito en el brazo para avisarle que llegaba uno de esos momentos.

– Mire, mire. No se puede perder esto.

Calista estaba en un entierro, vestida con un traje oscuro y un pequeño sombrero del que caía un velo de encaje negro. Su cómplice estaba tumbado en el ataúd, rodeado de coronas de flores, haciéndose el muerto. Calista se acercó lentamente al ataúd, se arrodilló a su lado y comenzó a rezar. O, al menos, eso es lo que parecía. Cuando la cámara se acercó a ella, se vio que, de hecho, estaba discutiendo con el cadáver.

«Dame la llave», exigía ella.

«¡No puedo! Me verían moverme.

«Pues dime en qué bolsillo está. La cogeré yo misma.

«Sí, claro. Para que me dejes aquí tirado. No pienso hacerlo.»

Calista empezó a registrar los bolsillos del muerto ante la sorpresa general de los asistentes.

«Walter, te lo juro: como no me des la llave te mato.»

«No puedes matarme -dijo el cadáver incorporándose sobre un codo. -Ya estoy muerto.»

Entonces, uno de los asistentes al entierro se desmayó, Calista cogió la llave y…

– ¡Un momento! -exclamó Lassiter. Cogió el mando a distancia, paró el vídeo y lo rebobinó.

– Pero, ¡hombre! -se quejó Buck. – ¿Qué hace? Si ahora viene lo más divertido.

Lassiter levantó un brazo pidiendo silencio. Al recordar que el interés de Lassiter por Calista Bates era de índole profesional, Buck obedeció.

– Voy al baño -dijo con expresión dolorida. -Después saldré un momento a buscar hielo.

Lassiter asintió distraídamente mientras rebobinaba la película hasta la escena en la que la cámara se acercaba al rostro de Calista, oculto tras el velo. Apretó la tecla de pausa, y el primer plano tembló en la pantalla.

No había ninguna duda: esa mujer había estado en el funeral de Kathy.

Calista Bates.

Mientras contemplaba la imagen temblorosa en la televisión, Lassiter recordó el funeral como si se tratara de una película.

La madera pulida de los ataúdes de Kathy y de Brandon descansando en la profundidad de los hoyos rectangulares. Varias rosas blancas depositadas cuidadosamente sobre los ataúdes. La última rosa, que cae a cámara lenta y rebota suavemente sobre uno de los ataúdes.

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