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– ¿Y eso cuánto tardaría?

Ella sacudió la cabeza.

– No puedo decirle cuánto tardaríamos exactamente en prepararle un resumen. En cuanto a las traducciones, podrían tardar una eternidad. Lo que quiero decir es que no es como traducir un cuento. Se trata de artículos científicos altamente especializados.

– ¿Qué me dice del libro que escribió sobre las reliquias?

– Lo tienen en varias bibliotecas -repuso Deva, -pero hasta ahora sólo he encontrado la versión en italiano. Se ha publicado en inglés, pero es muy difícil de conseguir. Seguiré buscándolo. Si no, quizá pueda encontrar una reseña en alguna publicación especializada.

Lassiter observó el montón de papeles que la chica había dejado sobre su escritorio.

– Muchas gracias, Deva. Está haciendo un buen trabajo. -Se levantó y le dio la mano.

Ella se volvió a sonrojar. Por un momento, Lassiter pensó que iba a hacerle una reverencia.

Cuando Deva cerró la puerta, Lassiter se sentó y cogió el primer documento del montón. Era un artículo publicado en el Journal of Molecular Biology por un médico llamado Walter Fields.

La labor represora de las proteínas en la polimerización del ácido ribonucleico: Comentarios sobre los descubrimientos de Ignazio Baresi, Ezra Sidran, et al., según fueron expuestos en la Conferencia Anual de Biogenética celebrada en Berna, Suiza, el 11 de abril de 1962.

Lassiter leyó el primer párrafo, pero no entendió ni una sola frase. Con una mueca de disgusto, dejó el documento a un lado y cogió el siguiente artículo del montón.

Regulación eucariótica de los genes: Un coloquio. (Bajo el auspicio del Kings College, Londres).

Comentarios

Impenetrable.

Y otro:

Rasgos ligados al sexo. Cromosoma X y síndrome de Klinefelter y de Turner. Comentarios sobre los últimos estudios de I. Baresi, S. Rivele y C. Wilkinson.

La primera página casi resultaba comprensible, pero, a medida que avanzaba el artículo, el lenguaje se volvía cada vez más técnico. Lleno de frustración, Lassiter tiró el documento encima del escritorio, se recostó en su asiento y cerró los ojos. Aquello iba a ser más complicado de lo que creía. Para empezar, necesitaba un rabino, un experto que pudiera traducir los artículos científicos a un idioma que un estudiante de letras como él pudiera entender.

Apuntó «rabino» en su agenda.

Pero quizás eso no fuera suficiente. Era muy posible que las publicaciones de Baresi no incluyeran todos sus trabajos. ¿Y si después de dejar de publicar hubiera seguido investigando en su clínica? Los periódicos estaban llenos de artículos sobre los dilemas éticos de la investigación genética. ¿Y si Baresi se hubiera topado con algo así y…? «¡A la mierda! -pensó Lassiter. -Esto no va a ningún lado; sólo son conjeturas.» Y, además, conjeturas sin fundamento.

No tenía ningún indicio que pudiera ni tan siquiera sugerir que Baresi hubiera continuado con sus investigaciones sin publicar los resultados.

Empezó a ordenar los documentos dividiéndolos en dos grupos: la investigación genética por un lado y los trabajos de teología por otro. Pensó que, al menos, podría entender los del segundo grupo. Como, por ejemplo:

Las antiguas comunidades cristianas y la teología: Análisis de similitudes textuales en fuentes contemporáneas al Evangelio según San Marcos. Por I. Baresi, Journal of Comparative Religión, vol. 29, 11 de agosto de 1971.

Victoria volvió a llamar por el intercomunicador. Lassiter dejó el artículo sobre el escritorio. Después de todo, la teología no parecía más fácil que la investigación genética.

– ¿Sí?

– ¿Nos han comprado?

– ¿Qué?

– Lo llaman de la revista Business Week. Línea uno.

– Dígales que no…

– ¿Que no nos han comprado o que…?

– Que no estoy.

– Bien. También tiene una llamada de un tal Stoykavich por la línea dos.

– Pásemelo. -Lassiter cogió el teléfono. – ¿Gary? Dígame. ¿Se le ha olvidado preguntarme algo?

– No, no -contestó Gary con su voz de barítono. -No lo llamo con preguntas. Lo llamo con una respuesta.

– ¿No irá a decirme que ha encontrado a Marie A. Williams en dos horas?

– No, no. Ojalá. ¿Se acuerda de que le pregunté si sabía si esta mujer quería que la encontraran? Tengo la respuesta.

– ¿Cuál es?

– Definitivamente, no quiere que la encuentren.

– ¿Qué me está intentando decir, Gary?

– Me cuesta decirle esto, porque estoy renunciando a un montón de horas de trabajo por las que le podría cobrar un buen dinero, pero tengo que decirle que este caso no tiene ningún misterio, amigo mío. Marie A. Williams desapareció el 19 de septiembre porque su identidad fue descubierta el 18 de septiembre.

– ¿De qué está hablando? ¿Cómo que su identidad? ¿Qué identidad?

– Marie A. Williams es Calista Bates. ¿Qué le parece?

– Me está tomando el pelo -dijo Lassiter mientras recordaba los titulares de las revistas sensacionalistas: «Calista en Cannes», «Calista en Le Dome», «¿Dónde está Calista?». La actriz no había hecho ninguna película en siete u ocho años, pero su bellísimo rostro seguía apareciendo en las portadas de las revistas del corazón. Como en el caso de Greta Garbo, se había convertido en un mito por renunciar a la fama cuando estaba en lo más alto de su carrera, cambiando el glamour por el anonimato.

Pero la historia de Calista era todavía más misteriosa. Como en el caso de Lindberg o de Sharon Tate, cuando se hablaba de Calista Bates se aludía a una historia de la que todo el mundo conocía los detalles.

Un preso de una penitenciaría de California que estaba cumpliendo una condena de dieciocho años por robo y violación se había obsesionado con Calista. Había escrito a los estudios de cine pidiendo fotografías suyas, se había hecho miembro de su club de fans y guardaba recortes de todas las noticias que aparecían en la prensa. Su obsesión por Calista había llegado hasta tal punto que había convertido su celda en un auténtico altar de hormigón a su «único amor verdadero», Calista Bates.

En 1988, cuando salió en libertad condicional, lo primero que hizo fue coger un autobús a Beverly Hills, donde encontró fácilmente la casa de Calista gracias a una de esas «guías de las estrellas». Estuvo meses rondando su casa y dejando regalos en la verja de entrada de la mansión de Calista. Una de las cosas que dejó fue un vídeo de sadomasoquismo y una foto de una culturista con los pezones perforados que llevaba una capucha negra como única vestimenta. Era como para poner los pelos de punta.

Pero eso no fue todo. El telefonillo de la mansión sonaba a todas horas, pero al salir nunca había nadie. Y, aunque cambió de número de teléfono infinidad de veces, el teléfono sonaba de día y de noche y la voz y el mensaje eran siempre los mismos: «Calista, putilla, déjame entrar.»

El presidiario saltó la tapia de la mansión dos veces, aunque en ambas ocasiones salió huyendo gracias a los ladridos de Kerouac, el perro labrador de Calista. Un día, cuando salió a recoger el correo al buzón, Calista se encontró todas las cartas llenas de sangre. Otro día, el pervertido intentó forzar la verja de entrada con un coche.

La policía siempre respondía con buenas palabras a las llamadas de Calista, pero nunca hacía lo suficiente. Durante un mes patrullaron los alrededores de la mansión, pero no encontraron nada. Al final le sugirieron que contratara un servicio telefónico que pudiera identificar las llamadas, pero el presidiario siempre llamaba desde teléfonos públicos. Después de varios meses de falsas alarmas, o de alarmas verdaderas sin ningún arresto, la policía acabó por lavarse las manos. «Serán chavales haciendo gamberradas», dijeron. Como si eso explicara las cartas ensangrentadas, los vídeos pornográficos o el intento de forzar la entrada con un coche.

La noche que mató al perro y forzó la puerta de la verja, Calista estaba leyendo en el salón. Oyó el ladrido del animal y un aullido agonizante antes de que el presidiario rompiera la ventana de una pedrada. Su llamada desesperada a la policía fue reproducida una y otra vez por todas las cadenas de radio y televisión: «Soy Calista Bates… Calle Mariposa, doscientos once… Un hombre con un cuchillo ha entrado en mi casa… Ha matado a mi perro… Ahora está en el salón… Les aseguro que no es ningún chaval.»

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