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¿Por qué Kathy? ¿Por qué Brandon? ¿Y por qué no?

– ¡Joe! -Freddy lo estaba mirando fijamente. – ¿Estás bien?

– Sí, claro… -dijo Lassiter. -Perdona. Es que… me ha sorprendido.

– Ya me he dado cuenta. Bueno, como te iba diciendo, casi he acabado con la lista.

Lassiter levanto las manos.

– ¿Cómo que «casi»? ¿Has acabado o no?

– Bueno, hay una mujer a la que todavía no he conseguido localizar -contestó Freddy, -así que no puedo estar seguro de si está muerta. Pero…

– ¿Cómo se llama?

– Marie Williams. Es la mujer de Minneapolis.

Lassiter permaneció unos instantes en silencio.

– ¿Qué has hecho para encontrarla?

Freddy se encogió de hombros.

– Nada especial. He hecho lo mismo que con las demás.

– Dime qué es lo que has hecho exactamente.

Freddy sacó una carpeta de su maletín y la dejó encima del escritorio. Después le dio unos golpecitos con las yemas de los dedos.

– Hay un informe sobre cada mujer. La mitad los ha hecho Jody. Además, en algunos casos, hemos tenido que contratar a investigadores extranjeros. La verdad, el proceso ha sido bastante básico, incluso rutinario. Después de todo, no es como si estuviéramos buscando a un terrorista.

– Ya. ¿Y cuál era la rutina?

– Para empezar, si sabíamos el número de teléfono, llamábamos directamente. Si no, lo conseguíamos a través de la dirección. La mayoría de los números estaban fuera de servicio, pero en algunos casos nos contestó el marido. También hemos hablado con vecinos. Hay un servicio de Internet que cubre los últimos ocho años. Escribes la dirección y te da los datos de todos los vecinos. Así que llamamos y los vecinos nos contaron lo que sabían. Siempre la misma historia con alguna pequeña variación: la madre y el niño habían muerto, a veces también el resto de la familia, y siempre en un incendio.

– ¿Siempre niños varones?

– Sí, siempre. Y nunca mayores de cuatro años.

– ¿Qué me dices de Tokio y Rabat?

– Como te he dicho, contratamos a investigadores locales. Pero el resultado ha sido el mismo.

– ¿Hasta qué punto podemos estar seguros de que es verdad lo que dicen los vecinos?

– Tenemos una fecha de fallecimiento para cada caso y las hemos cotejado todas en los periódicos locales. Además, hemos hablado con la policía, con las compañías de seguros, con los bomberos, con las funerarias… No te quepa duda, están todos muertos.

– Menos… ¿Cómo se llamaba?

– Marie Williams. Sí, menos ella.

Lassiter abrió la carpeta y miró los informes. Ninguno ocupaba más de una página.

Helene Franck.

302 23 Börke SW.

Vasterhojd, Suecia.

N: 11 de agosto de 1953.

F: 3 de septiembre de 1995.

August Franck.

Misma dirección.

N: 29 de mayo de 1993.

F: 3 de septiembre de 1995

Causa de la muerte: inhalación de humo (sin confirmar)

Confirmación de la muerte:

1. Registro Nacional (N°001987/8), Estocolmo.

2. Annelie Janssen, de Vasterhojd.

033-107003 (vecina).

3. Mäj Christianson, de Estocolmo.

031-457911 (madre/abuela de los difuntos).

Detective:

Fredrik Kellgren.

Agentur Ögon Försiktig.

Estocolmo, Suecia.

031-997-444.

3 de febrero de 1996.

Lassiter pasó las hojas hasta que llegó a:

Marie A. Williams.

9201 St . Paul Blvd. 912.

Minneapolis, Minnesota.

Tel: 612-453-2735 (Hasta el 9-9-1991).

– Cuéntame lo de Marie Williams.

– Era una de las mías -dijo Freddy. -Vamos a ver. La llamé a su casa, pero el teléfono estaba fuera de servicio. -Levantó el dedo. -No… Espera, me estoy confundiendo. Salió un tono de fax. Así que volví a marcar el número unas treinta veces seguidas, hasta que, por fin, alguien contestó y me dijo algo que resultaba evidente: «Está llamando a un fax.» Al final, resultó que era el número de fax de un corredor de seguros. Según me dijo, tenía el mismo número desde hace dos años.

– O sea, que hace por lo menos dos años que Marie Williams se mudó.

– Sí. Después busqué la dirección en el servicio de Internet. Resulta que hay más de doscientas líneas telefónicas dadas de alta en esa dirección.

– Así que es un edificio de apartamentos.

– Exactamente. Edificio «Las Fuentes», o algo así. Hablé con el encargado. Por lo visto, Marie Williams tuvo alquilado un apartamento durante un par de años, pero se marchó en 1991 y no dejó su nueva dirección. Es más, el encargado me dijo que todavía tienen su fianza, así que debió de marcharse a toda prisa.

– ¿Se acordaba de ella?

– No. Es nuevo. Tampoco la conocía ninguno de los vecinos.

– ¿Eso es todo?

– Sí. Supongo que sí. Era el segundo nombre de la lista, así que seguí con el siguiente nombre. Jody acababa de empezar con sus nombres y todavía no sabíamos nada de los detectives que estaban investigando a las mujeres extranjeras. La cosa es que todavía pensaba que encontraríamos a alguna de las mujeres con solo llamar por teléfono. -Freddy hizo una pausa. – ¿Quieres que siga investigando?

Lassiter se levantó y se acercó a la chimenea.

– No, no hace falta. Has hecho un buen trabajo. Pensaba que tardarías semanas.

– Si quieres que te diga la verdad, a mí también me ha sorprendido. Pero, cuando lo piensas, la mayoría de las mujeres tenían cuarenta, cuarenta y cinco años y a todas les iba bastante bien. La mayoría estaban casadas. Eran personas con vidas estables. Ya sabes, eran buenas ciudadanas con un rastro fácil de seguir.

– Excepto Williams.

– Sí -asintió Freddy. -Excepto Williams.

Lassiter cogió el atizador y removió las brasas hasta que empezaron a saltar chispas.

– Bueno -dijo, -ya me encargo yo a partir de aquí.

– Me imaginaba que ibas a decir eso -comentó Freddy. -Lo único es…

– ¿Qué?

– Yo no me ilusionaría demasiado. Quienquiera que sea responsable de todo esto, es bastante diligente. Lo que quiero decir es que no hay ninguna razón para suponer que Williams pueda haber escapado si no lo ha conseguida ninguna de las otras mujeres.

Lassiter se encogió de hombros. «¿Quién sabe?», pensó.

Se pasó un buen rato comparando las fechas de nacimiento de los informes con las del registro de la pensión. No había ninguna duda: todos los niños habían sido engendrados en la clínica Baresi. Mane Williams tendría que haber estado embarazada de varios meses cuando dejó el apartamento de Minneapolis.

Removió el fuego un poco más y miró por la ventana. Las calles seguían cubiertas de nieve. Ya hacía una semana que había pasado la borrasca, pero todavía no se había derretido ni una gota. Las temperaturas mínimas, que estaban batiendo récords en Washington, rondaban los quince grados bajo cero una noche tras otra. En las aceras había coches invisibles enterrados bajo montañas de nieve y hielo. Vio al dueño de uno de esos coches en la acera de enfrente, clavando una pequeña bandera de Estados Unidos sobre un montículo de hielo gris. Después, el hombre pintó la palabra «coche» con grandes letras rojas de spray en el montón de nieve y se alejó unos pasos, como si fuera un artista observando su obra. Por fin se marchó, satisfecho de que su esfuerzo serviría para evitar que los quitanieves le destrozaran el coche, si es que aparecían alguna vez. Las arcas del ayuntamiento estaban vacías y la mitad de los quitanieves de la ciudad estaban en el taller, esperando unas reparaciones que nunca llegaban. El resultado era que las calles habían encogido hasta el tamaño de un callejón y las aceras parecían senderos de montaña.

«La ciudad entera necesita una limpieza de arterias», pensó Lassiter mientras observaba cómo empezaba a nevar de nuevo.

Sonó el intercomunicador.

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