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Agotado por la lección, Hugh bebió un trago generoso de brandy, saboreó el líquido y lo tragó.

– Así que, biológicamente hablando, realmente no es hijo de la receptora.

Hugh le dio un golpecito a la copa con una uña. El recipiente emitió un ruido corto y agudo.

– No estoy de acuerdo -replicó. -En términos biológicos, sí que es su hijo. El feto se desarrolla en las entrañas de la mujer y es ella la que da a luz y amamanta al niño. Pero, en términos genéticos… Eso ya es otra cosa. Genéticamente no existe ninguna relación entre el niño y la madre. La carga genética la aportan el marido y la donante. Creo que eso le preocupaba un poco a Hannah.

– ¿Por qué lo dices?

– Bueno, la verdad es que el niño no se parecía mucho a Jiri, ¿verdad?

– No lo sé -dijo Lassiter. -Jiri me enseñó una foto, pero el niño todavía era un bebé. Pero… ¿seguisteis en contacto?

– Desde luego. Durante los primeros años nos escribíamos prácticamente todas las semanas. Con el tiempo, empezamos a escribirnos menos, pero Hannah me mandó una foto del chavalín y… Bueno, supongo que se parecería a la donante. Desde luego, no se parecía nada a Jiri. Aunque, por otro lado, tampoco es que eso sea una gran desgracia; Jiri no es precisamente un adonis.

– Lo que sigo sin entender es por qué se tardaba tanto tiempo.

– Bueno, al principio era por las inyecciones de hormonas. Es lo que te estaba contando antes. La mujer que recibía el óvulo tenía que sincronizar su… Ya sabes, su ciclo, con el de la donante -le explicó Hugh. -Y además, luego estaban las manías del viejo Baresi.

– Sí.

– Insistía en que se quedaran un mes entero; incluso las mujeres italianas. Le gustaba seguir de cerca la situación de las hormonas. Y, además, no le gustaba que sus pacientes volaran; algo sobre la presión atmosférica.

Lassiter estaba frunciendo el ceño. Tenía que haber sido muy duro para Kathy. Y, aun así, nunca le había comentado nada sobre las inyecciones de hormonas, ni sobre oocitos ni sobre donaciones de óvulos. Aunque, pensándolo bien, Kathy siempre había sido muy reservada para ese tipo de cosas. No era el tipo de persona que hablara sobre algo tan íntimo. Ni siquiera con él. O puede que sobre todo con él.

– ¿Puedo pedirte un favor? -dijo Hugh.

– Por supuesto.

– ¿Me mantendrás informado? Quiero decir sobre los asesinatos. Nigel siempre me toma el pelo sobre Hannah, pero realmente era muy importante para mí. -Hizo un gesto indefenso, miró a Lassiter y bostezó. -Bueno, me estoy muriendo de sueño. Ya es hora de que me vaya a la cama -dijo y se alejó con paso inseguro por el pasillo.

Lassiter volvió al libro de registro, y fue recorriendo con el dedo páginas y páginas de nombres y direcciones, mientras buscaba las letras C.B. Era un trabajo que no exigía pensar y, mientras lo realizaba, se le ocurrió una idea.

¿Sería posible que los asesinatos estuvieran relacionados de alguna manera con los donantes, ya fueran de esperma o de óvulos? Encontró un nombre y lo tecleó en el ordenador. No sería la primera vez que alguien buscaba a sus hijos genéticos. Lassiter había visto un reportaje en la televisión sobre hombres que, después de muchos años, al enterarse de que habían tenido un hijo que había sido dado en adopción, lo buscaban por todo el país.

«Ya es tarde -se dijo a sí mismo. -Y estás cansado.» ¿Grimaldi en una misión de búsqueda y destrucción de su propia progenie? Tenía la sensación de que ya había descartado esa hipótesis antes. No había ninguna razón para pensar que Grimaldi hubiera sido donante de esperma y, aunque lo hubiera sido, ¿por qué iba a querer cazar a sus hijos genéticos? A no ser, claro está, que estuviera loco, y Lassiter ya había desechado esa posibilidad hacía tiempo.

Encontró otro C.B. y tecleó los datos en el ordenador.

Pero ¿y si existiera un problema de herencia? ¿Y si el heredero supiera que el fallecido había sido donante de esperma? El heredero podría temer que, si se enteraban de su origen, los otros descendientes del donante reclamaran sus derechos sobre la herencia.

Desde luego, era una posibilidad muy remota. Sería mucho más fácil destruir los archivos de la clínica. Algo que, por otro lado, ya se había encargado de hacer alguien, además de matar a los niños.

Detuvo el dedo en el nombre de una mujer que se había alojado en la pensión treinta y dos días. Hasta el momento, era la cuarta. Y todavía no había aparecido el nombre de Hannah Reiner, que, por lo que le había contado Hugh, sin duda pertenecía al grupo de mujeres que se habían sometido a una donación de oocito. Lassiter estaba señalando esos nombres con un doble asterisco por si acababa siendo un dato significativo.

Otro nombre: Marie Williams, de Minneapolis, Minnesota. Había llegado a la pensión el 26 de marzo de 1991 y se había marchado el 28 de abril. Ella y Kathy se habían sometido al mismo procedimiento y sus estancias habían coincidido durante algunos días. Tenían que haberse conocido, pensó Lassiter.

Siguió pasando páginas, tecleando los nombres de todas las pacientes de la clínica, hasta que encontró otro caso de donación de oocito:

Marión Kerr, C.B.

17 Eider Lañe.

Bressingham , British Columbia

Llegada: 17-11-92.

Salida: 19-12-92.

Lassiter ya había tecleado los datos en el ordenador y se disponía a pasar la página cuando se dio cuenta. Bressingham. British Columbia. Canadá. Se había olvidado por completo de los Kerr, pero ahora… No lo podía creer. Se acordó de cuando había hecho esa búsqueda en Nexis. En Praga. Justo antes de conocer a Jiri Reiner. «Incendio provocado, niño, homicidio», o algo así. Y una de las dianas, la única, realmente, fue una historia sobre una familia que se apellidaba Kerr.

Había olvidado la mayoría de los detalles. Excepto una cosa: el niño de los Kerr había sido asesinado mientras Grimaldi estaba en el hospital. Precisamente por eso había pensado que su muerte no podía estar relacionada con los asesinatos de Kathy y de Brandon. Porque, de estar relacionada, se estaría enfrentando a más de un asesino, y eso se llamaba conspiración, una conspiración para matar niños.

La idea era inconcebible, pero, aun así, ahí estaba la prueba, delante de él:

Marión Kerr, C.B.

Bressingham , British Columbia

Necesitaba un café y sabía dónde podría conseguirlo. Volvió a su habitación, sacó un sobre de Nescafé del minibar y puso a hervir una taza llena de agua en el hornillo que la pensión había tenido el acierto de colocar en la habitación.

No sabía qué pensar. La aparición de la señora Kerr en el libro de registro sugería, mejor dicho, probaba, que había más de un asesino. Además, Lassiter estaba convencido de que tanto Umbra Domini como la muerte de Bepi y la paliza que le habían dado en Nápoles estaban relacionadas entre sí. Pero, cuando intentaba dar con el porqué, cuando buscaba una posible explicación, la mente se le quedaba en blanco.

Con el café en una mano, volvió al vestíbulo, donde su ordenador lo esperaba resplandeciendo en la oscuridad.

Durante las siguientes tres horas siguió repasando los nombres escritos en el libro de registro. Lassiter era consciente de que ya no podía fiarse de sí mismo. Por ello se obligó a comprobar cada hoja por segunda vez. Pero, aun así, perdía la concentración y en más de una ocasión se sorprendió pasando una hoja en la que ni siquiera había enfocado la vista. Cuando ocurría eso, se obligaba a sí mismo a retroceder hasta el último nombre que había tecleado en el ordenador y volvía a empezar desde ahí.

Ya eran las tres y media de la mañana cuando empezó a intuir un nuevo patrón. Pero no quería pararse a pensar en ello hasta que hubiera acabado de transcribir los datos de todas las pacientes al ordenador. Cuando por fin llegó a la última página escrita del libro vio por la ventana del vestíbulo que ya empezaba a clarear.

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