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– Tengo despertador, pero gracias de todas formas.

– Antes de que te vayas a tu habitación -dijo Nigel, -hay algo que quisiera enseñarte. -Abrió el libro con tapas de cuero que había en el escritorio y pasó un par de páginas. Cuando por fin encontró lo que buscaba, levantó la mirada. -Es nuestro registro de huéspedes. Se remonta hasta el mismo día en que abrimos la posada. Al empezar, sólo teníamos tres cuartos acondicionados. Hughie encargó el libro en Gubbio. -Lo cerró para que Lassiter pudiera apreciar el magnífico trabajo del cuero, las vetas verdes y doradas del lomo y el águila de la cubierta con un cartel cogido con las garras que decía: L’aquila. Nigel acarició la tapa con los dedos y abrió el registro por la primera página. -Veintinueve de junio -leyó. -1987. Nuestro primer huésped fue el señor Vassari. Se quedó dos días.

– Es un libro precioso -comentó Lassiter.

– Sí que lo es, ¿verdad? Pero ésa no es la razón por la que quería enseñártelo. Aquí figuran todos los huéspedes que hemos tenido. Nombre y dirección, número de teléfono y las fechas de estancia. Hace un rato busqué el nombre de tu hermana. Al encontrarlo me acordé de ella. Era reservada. Leía mucho. Me pidió la receta de una de mis tartas. -Movió la cabeza con tristeza. -Mira -dijo mostrándole una página que había en la primera mitad del libro. -Aquí está.

Lassiter miró. La anotación correspondiente a Kathleen Lassiter estaba escrita con una letra muy cuidada.

Kathleen Lassiter, C.B.

207 Keswick Lane.

Burke, Virginia, EE. UU.

703/347-2122.

Llegada: 21-4-91.

Salida: 23-5-91.

Había estado treinta y dos días en la pensión. Lassiter no recordaba que hubiera estado fuera tanto tiempo. Pero, claro, en esa época estaba muy ocupado; siempre estaba muy ocupado.

– ¿Qué significa eso? -preguntó señalando la abreviatura que había junto al nombre.

– C.B. Clínica Baresi. Lo poníamos para no olvidarnos del descuento. Tenemos varias abreviaturas. O.T. significa oficina de turismo de Todi. AVM es Agencia Viagge Mundial.

Lassiter asintió sin demasiado interés.

Nigel se encogió de hombros.

– Todas las pacientes de la clínica figuran en el libro. Puedes echarle un vistazo si quieres.

De repente, Lassiter se dio cuenta de lo que le estaba diciendo Nigel.

– Entonces, ¿Hannah Reinen…?

– Tú hermana, Hannah… Todas.

Lassiter pensó que quizá pudiera encontrar algo que relacionara a su hermana con las otras víctimas. Puede que sus visitas coincidieran.

– Sería un trabajo de locos -prosiguió Nigel, -pero con la información que contiene el libro podrías conseguir una lista de todas las pacientes de la clínica. Bueno, sólo es una idea… -concluyó.

Lassiter estaba pensando en lo que podría tardar en repasar todos los nombres del libro buscando la abreviatura C.B. La mera idea resultaba agotadora. Pero no tenía otra elección.

– Bueno -dijo Nigel dándose la vuelta para disimular un profundo bostezo que reflejaba a la perfección el cansancio del propio Lassiter.

– Sólo una cosa más -pidió Lassiter. – ¿Podrías decirme cuándo abrió la clínica?

Nigel frunció el ceño.

– No sé. ¿En el noventa? Sí, creo que fue en el noventa… O puede que fuera en el noventa y uno. -Y, con esas palabras, Nigel movió los dedos en el aire en señal de despedida, se volvió y desapareció por el pasillo.

Empezando por enero de 1990, Lassiter fue pasando las páginas del libro hasta que encontró a la primera huésped de la clínica: Anna Vaccaro. Era una mujer de Verona. Había llegado el tres de marzo y se había quedado en la pensión siete días.

Al cabo de unos minutos, Lassiter fue a su habitación, cogió su ordenador portátil y volvió al vestíbulo. Con el libro a un lado, abrió un documento con el nombre de cblista.1 y empezó a escribir los nombres, las direcciones y las fechas. No tardó en encontrar no uno, sino varios patrones. La gran mayoría de las mujeres se quedaban entre cinco días y una semana. Pero algunas, como su hermana, permanecían en la pensión mucho más tiempo: treinta días o más.

La primera de estas mujeres era Lanielle Gilot, de Amberes, que había llegado a la pensión a finales de septiembre de 1990 y se había ido un mes después. El caso de Kathy era similar.

Mientras tecleaba el nombre de Gilot en el ordenador apareció Hugh con una copa de brandy en la mano. Al principio pareció sorprendido. Lassiter le explicó lo que estaba haciendo y le preguntó por qué algunas pacientes estaban menos de una semana y otra más de un mes.

– Distintos procedimientos -contestó Hugh apoyándose en una columna. Estaba un poco bebido.

– ¿Qué quieres decir?

Hugh miró hacia el techo, como si esperara encontrar la respuesta allí arriba. Luego volvió a mirar a Lassiter. Tenía los ojos un poco vidriosos y un gesto de concentración que le recordó a Lassiter al de un niño pensando intensamente.

– Distintos procedimientos -repitió. -La fecundación in vitro era el procedimiento más rápido. Es muy eficaz. Se coge el oocito de la mujer y… ¿Cuánto quieres saber realmente? Las chicas no paraban de hablar del tema, así que sé bastantes detalles.

Lassiter se encogió de hombros.

– No lo sé -repuso.

– Bueno, como te decía, la fecundación in vitro era el procedimiento más rápido. Las mujeres llegaban y se iban en cuestión de días. -Cerró los ojos, arrugó el gesto y pensó durante unos segundos. -Después estaban los distintos tipos de trasplantes. Trasplantes de gametos. Trasplantes de cigotos. -Hugh parecía entretenido. -Un lenguaje de lo más extraño para hacer bebés, ¿no te parece? Realmente, resulta de lo más extravagante. -Hizo una pausa antes de escupir las palabras. -Trasplante intrafalopial de gameto. Intenta decirlo después de un par de copas. -Miró a Lassiter con una sonrisa torcida. -Y, en cualquier caso, ¿qué diablos es un maldito gameto? -Agitó el brandy dentro de la copa de balón.

– ¿Qué hay de Hannah Reiner? -preguntó Lassiter dando unos golpecitos en el libro. -Todavía no he llegado a ella. ¿A qué tipo de procedimiento se sometió Hannah?

Hugh se frotó los ojos.

– El procedimiento de Hannah fue distinto -repuso. -Donación de oocito. Tardaba un mes entero. Ése también fue el caso de tu hermana, ¿verdad?

– Creo que sí. Sí. Desde luego estuvo aquí bastante tiempo. -Vaciló un momento. – ¿Tienes idea de por qué hacía falta tanto tiempo?

Hugh empezó a encogerse de hombros.

– De hecho -dijo como si se sorprendiera a sí mismo, -sí que lo sé. Me lo explicó Hannah. Para empezar, el viejo Baresi exigía que la estancia fuera así de larga. En otra clínica en la que había estado Hannah, sólo había tenido que ir una vez para que le dieran las inyecciones y las píldoras y luego se las había administrado ella misma.

– ¿Inyecciones y píldoras?

– Tenía que ver con sincronizar el cuerpo de la receptora con el de la donante.

– ¿Qué donante?

– La donante del óvulo. En eso consiste una donación de oocito.

Lassiter estaba completamente perdido.

Hugh suspiró.

– A veces, hay mujeres que no pueden quedarse embarazadas porque sus óvulos son demasiado viejos.

– ¿Qué quieres decir?

– Bueno, las mujeres ya nacen con todos los óvulos que van a tener a lo largo de su vida. Pero, claro, eso ya debes de saberlo.

– Sí -mintió Lassiter.

– La cosa es que, a medida que las mujeres se van haciendo mayores, también van envejeciendo sus óvulos y, a veces, las cosas se tuercen. Los cromosomas se ponen pochos, aumentan las posibilidades de desórdenes genéticos o simplemente les cuesta más ser fertilizados. La cosa es que se desarrolló una nueva técnica y, ahora, las mujeres como Hannah pueden dar a luz un hijo. Un médico como Baresi le extrae un óvulo a una mujer más joven, la donante, y se fertiliza el óvulo con… Bueno, digamos que con el esperma del marido de Hannah. Después, sólo hay que implantar el óvulo fertilizado en el útero de la mujer mayor.

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