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– ¿Estás seguro?

– No. ¿Cómo voy a estarlo? Puede que lo acusen de algo. No tengo ni puta idea de lo que ha pasado, pero no contesta en ningún teléfono y… -Una punzada de dolor le atravesó el costado, y Lassiter se quejó sin querer.

– ¿Qué te pasa?

– Nada… Anoche me dieron un par de golpes.

– ¿A ti?

– Sí. Pero escucha: ahora lo importante es Bepi. Consulta con las agencias de noticias: Reuters, AP, lo que haga falta. Mándame por fax lo que averigües.

– ¿Dónde estás?

Lassiter le dio el número del fax y colgó. Mientras esperaba, cogió el listín telefónico de Roma, buscó el número de Associated Press y llamó. No sabían nada. Ni tampoco la BBC, ni los buenos chicos del Rome Daily American.

Dos horas después, alguien deslizó un sobre por debajo de la puerta. Contenía dos hojas. En la primera, además de los datos de Lassiter Associates, había una nota de Judy:

Adjunto la noticia de Reuters. ¿Estás bien? Rifkin.

La segunda hoja era la noticia de Reuters:

Copyright 1995 Reuters, Limited

The Reuter Library Report

23 de diciembre de 1995.

TITULAR: Víctima encontrada a los pies de una iglesia

ORIGEN: Roma

TEXTO: Se ha encontrado el cuerpo de un investigador privado a primera hora de la mañana delante de la catedral de Santa Maña Maggiore, a escasa distancia del Coliseo. Según ha informado la policía, la víctima, Antonio Bepistraversi, de 26 años, fue torturado antes de fallecer.

El cuerpo fue descubierto por Lucilla Conti, de sesenta años. Encontró el cuerpo tendido en la escalinata de acceso a la entrada trasera de la basílica. Al ser entrevistada por los periodistas, la señora Conti dijo que al principio pensó que sería uno de los vagabundos que desde hace tiempo frecuentan la cercana plaza de Vittorio Emanuele II. Dio un pequeño rodeo por temor a que le pidiera dinero. Al ver que el hombre no se movía, se acercó a él y descubrió que tenía la cabeza envuelta en una bolsa de plástico.

Los detectives de homicidios informaron que el incidente tuvo lugar en «un barrio deteriorado» y mostraron su confianza en la pronta resolución del caso.

Lassiter leyó la noticia tres veces seguidas, con la esperanza de haberla entendido mal, pero el resultado era siempre el mismo: Bepi había muerto. Y, lo que era aún peor, había muerto violentamente.

De repente se dio cuenta de que la persona a la que debería haber llamado era Gianni Massina. Si alguien podía decirle lo que había ocurrido, ése era Massina. Lassiter encontró su número en las últimas páginas de su cuaderno y lo llamó.

– Pronto?

– Soy Joe Lassiter.

– Sí.

– Nos conocimos hace un par de días…

– Sí, ¡claro! -exclamó Massina. – ¿Se ha enterado de lo de Bepi?

– Sí. He visto la noticia en la televisión.

Massina suspiró.

– Todavía no lo puedo creer. -Volvió a suspirar.

– Lo llamo porque… No sé. Bepi seguía trabajando para mí y he pensado que puede que… Umbra Domini… Como lo han encontrado junto a una iglesia… -dijo Lassiter.

– Tratándose de Umbra Domini siempre hay rumores -replicó Massina. – ¿Pero esto? No creo. Es demasiado. Además, aunque esta iglesia es interesante, no tiene ninguna relación con Umbra Domini.

– Entonces ¿por qué dice que es interesante?

– ¡Porque lo es! Tiene más de seiscientos años y está consagrada a la Madre de Dios. Se dice que fue construida después de una gran nevada, una nevada milagrosa que al caer dibujó en el suelo el proyecto de la planta de la iglesia. ¡Ahí mismo, justo donde está ahora! Así que cada año, el día del aniversario de la construcción de la iglesia, se lanzan pétalos de flores, pétalos blancos, desde el duomo. Y además tiene valiosas reliquias. ¡Tiene trozos de madera del mismísimo portal de Belén! ¡Nada menos que cinco! ¿Qué me dice de eso?

– ¿Son auténticos?

– ¿Cómo lo voy a saber yo? Estamos hablando de religión. ¡Todo es auténtico! Y nada lo es. ¿Quiere saber lo que es auténtico? El barrio en el que está la iglesia es auténtico.

– Reuters dice que está «deteriorado».

Massina se rió.

– ¡La gente lo llama la piazza de la Mierda y las Agujas! Ni siquiera las putas se atreven a ir por ahí. No hay más que yonquis y locos…

– ¿Y qué? -replicó Lassiter.

– ¿Cómo que y qué?

– ¿Qué importancia tiene que sea un barrio asqueroso? La noticia de Reuters dice que lo torturaron antes de matarlo, así que tuvo que morir en otro sitio. La gente no va por ahí torturando a sus víctimas en la escalinata de una iglesia.

– Tiene razón. He hablado con la policía… Lo que le voy a decir es off the record, ¿vale? Por lo visto, dejaron el cadáver de Bepi delante de la iglesia hacia las cinco de la mañana. No saben dónde estaba antes pero, por la coagulación de la sangre, desde luego no murió en la escalinata. Al menos no en esa postura. Hasta es posible que ya llevara muerto un día. -Lassiter y Massina guardaron silencio unos instantes. – ¿Sabía que tenía un hijo? -dijo Massina por fin.

– Sí, me lo había dicho. -De nuevo, silencio.

– ¿Sabe cómo murió? -preguntó al cabo Massina.

– No. La verdad es que no. -Pero sabía que Massina iba a decírselo.

Massina respiró hondo.

– La policía no lo ha comunicado oficialmente, pero… le ataron las manos y las piernas detrás de la espalda y le pusieron una soga alrededor del cuello con un… No estoy seguro de cómo se dice. ¿Un nudo corrido?

– Un nudo corredizo.

– Un nudo corredizo. Mientras más se forcejea, más aprieta la soga. Ya sabe. La policía dice que puede durar muchas horas. Cuando la víctima se empieza a ahogar, el que lo está interrogando lo afloja un poco. Y así una y otra vez. Tenía múltiples abrasiones en el cuello. Y en las muñecas. Y en los tobillos. Eso quiere decir que debieron amenazarlo mientras lo tenían atado así, de modo que Bepi no podía evitar forcejear.

– ¿Qué quiere decir?

Massina volvió a respirar hondo.

– Le cubren la cabeza con una bolsa de plástico. La víctima aguanta la respiración todo el tiempo que puede, pero, al final, cuando el instinto acaba venciendo, ¡forcejea! Entonces la soga se tensa y, cuando está a punto de desmayarse, le quitan la bolsa y aflojan la cuerda. Vuelven a hacer lo mismo una y otra vez. Hasta que, una de las veces, no le quitan la bolsa. Y se acabó. Está muerto.

Lassiter no dijo nada. ¿Qué podía decir?

Massina se aclaró la garganta.

– ¿Qué cree que estaban buscando?

– Información.

– Sí, pero ¿qué información?

– No lo sé -contestó Lassiter. -Quizá sólo estuvieran… «pescando». Tal vez no sabrían lo que buscaban. Puede que sólo quisieran saber cuánto sabía él… o cuánto sabía yo. O puede que lo hicieran por diversión… Algún loco.

– No creo en los locos -replicó Massina.

– Ni yo tampoco.

Un pesado silencio volvió a apoderarse del teléfono, hasta que Lassiter por fin dijo:

– Bueno…

– Felice Natale, eh?

– Sí.

– Cuídese.

– Y usted también. Feliz Navidad.

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