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Grimaldi. Número 601-03. Via Genova, 114, Roma. Buccio. Número 314. Avenida Cristoforo Colombo, 1062, Roma.

Señaló las direcciones con el dedo índice, movió la cabeza en señal de desaprobación e hizo una mueca.

– No bueno -dijo el portero en el idioma de Lassiter.

El coche seguía aparcado, al estilo italiano, donde lo había dejado Bepi: encima de la acera. Una chica muy guapa lo estaba vigilando desde la puerta de un comercio, lista para intervenir si aparecía la policía de tráfico.

– Eh, Cinzia -dijo Bepi mostrando su mejor sonrisa. -Grazie!

Una mujer mayor, la propietaria de la floristería de al lado, salió a la calle y empezó a sermonearlos con gesto adusto. Bepi dijo algo con voz aguda y empezó a correr, con el culo encogido, como si la mujer le estuviera dando azotes. La chica se rió alegremente; incluso la mujer mayor sonrió. Bepi levantó un dedo, entró en la floristería y salió con una flor de pascua con el tiesto envuelto en papel de aluminio rojo.

– Pensé que podrían venir bien para la hermana -le explicó a Lassiter. -Unas flores casi siempre abren las puertas.

Bepi sacó papel de periódico y unas bolsas de plástico del maletero para asegurarse de que no se le ensuciara el coche y se tomó su tiempo colocando la planta en el suelo, detrás del asiento de Lassiter.

Unos cuarenta y cinco minutos después, Bepi detuvo el coche delante de una lamentable torre de apartamentos a las afueras de Roma. El edificio era una monstruosidad gris sin ningún tipo de ornamentación. Estaba cubierto de grafitos y rodeado de basura y escombros.

Bepi apretó un botón del viejo portero automático y le habló animadamente al artilugio. Al cabo de unos segundos, la puerta emitió un desagradable zumbido y Bepi la abrió de Un empujón.

– ¿Cómo ha conseguido que nos abriera? -preguntó Lassiter.

Bepi se encogió de hombros.

– Le he contado la verdad. Le he dicho que queríamos hacerle unas preguntas sobre su hermano Franco. De hecho, parecía contenta. Me ha preguntado si teníamos noticias de él Le he dicho que más o menos. -Bepi levantó las cejas y apretó la planta contra su pecho. El ascensor olía a orina.

Angela, la hermana de Grimaldi, tendría unos treinta y cinco años. Tenía grandes ojeras y llevaba una bata rosa y una pesada cadena de oro colgada del cuello. Bepi le ofreció la planta, que ella aceptó con gran alborozo. Después tuvieron una pequeña discusión que pareció resolverse cuando Bepi accedió a que los invitara a una limonada.

Mientras Angela preparaba las limonadas, Bepi recorrió la habitación con la mirada. Después miró a Lassiter. El desorden de la habitación era tal que transmitía una sensación de desespero. Había un arbolito de Navidad de plástico en una esquina y la pared estaba llena de inmensas fotografías de niños con marcos muy recargados. Todo estaba lleno de juguetes y pilas de ropa, periódicos y platos sucios. La monótona melodía de un juego de Nintendo salía de alguna habitación interior.

Cuando Angela por fin apareció con las bebidas en una bandeja dorada, los tres se sentaron en el destartalado comedor. Ella inclinó la cabeza, se acomodó en su silla y empezó a jugar con la cadena de oro que le colgaba del cuello.

Bepi dijo algo a modo de introducción y ella le sonrió mientras se retorcía un mechón de pelo negro con el dedo. Bepi gesticulaba y hablaba con aparente sinceridad. Lassiter entendió la palabra fratello.

Angela empezó a hablar animadamente, acompañando las palabras con amplios y rápidos movimientos de las manos. Parecía enfadada. Bepi tradujo.

– Quiere saber qué ha pasado esta vez, qué ha hecho ahora su hermano mayor. Ya le quitó su precioso apartamento. ¿Es que también quiere quitarle éste?

– No entiendo nada -dijo Lassiter. – ¿De qué está hablando?

La mujer dijo algo más. Después suspiró y su cara adopto una expresión resentida. Se golpeó el pecho repetidamente con el dedo pulgar.

– Su hermano le ha destrozado la vida -tradujo Bepi.

Más fuego cruzado de artillería.

– Franco era muy generoso -continuó Bepi. -Le compró el apartamento de Parioli. Donde estuvimos antes. Y después, hace unos cinco años, tuvo una… experiencia religiosa.

– ¿Una qué?

– Se hizo muy devoto. Le quitó el apartamento a Angela, lo vendió y donó el dinero a obras de caridad. Lo mismo con el coche. Y con su propio coche. Y con su propio apartamento. Se lo dio todo a uno de esos grupos religiosos. Decía que todo el mundo debería vivir como un monje. Y, después…, nada. Ella tuvo que alquilar una habitación en un barrio de mala muerte. Luego se peleó con su marido y él la abandonó. Se quedó sin nada. Entonces se vino aquí con los bambini. Dice que… -En ese momento, la voz de Angela empezó a subir de tono. -Dice que el muy beato de mierda le ha arruinado la vida. Que, ya puestos, podría haberle pegado un tiro para ahorrarle tantas desgracias. -Bepi respiró hondo y le ofreció un pañuelo a Angela.

Lassiter movió la cabeza. Estaba claro que la hermana de Grimaldi les había contado la verdad, o al menos su versión de la verdad, pero también estaba claro que se equivocaba. Los monjes no asesinan niños, ni van por ahí con veinte mil dólares escondidos en un falso fondo de una bolsa de viaje.

– Dígale que estoy intentando averiguar si su hermano conocía a mi hermana. Dígale que mi hermana se llama…, que se llamaba Kathy Lassiter.

Una nueva discusión. Lassiter entendió las palabras Stati Uniti. La mujer parecía confusa. Decía continuamente que no.

Bepi se encogió de hombros.

– No -tradujo.

– Dígale que el muy beato de mierda ha matado a mi hermana y a mi sobrino -dijo Lassiter. -Dígale que la policía lo busca por asesinato.

Bepi se lo dijo. Angela discutió con él, mirando hacia el techo sin dejar de mover la cabeza con incredulidad.

Non é possibile. Fantástico -exclamó la mujer. Después Juntó las manos como si estuviera rezando y levantó la mirada en un gesto digno de un personaje de Goya.

Dice que Franco era un hombre muy duro en el pasado, un hombre muy duro. Pero ¿lo que está diciendo? Eso es imposible -tradujo Bepi.

– ¿Por qué?

– Porque ahora es casi como un cura. Hizo votos de castidad y de pobreza. Se ha… -Bepi dibujó unas comillas en el aire. -Se ha «limpiado el alma». Vive en otro mundo. Ya no se preocupa por su pobre hermana. Ya no le importan sus sobrinos. Dice que Dios proveerá. -Bepi se encogió de hombros en un ademán elocuente. -Y no es que quiera hablar mal de la Iglesia, claro. -Volvió a encogerse de hombros. -Dice que usted se ha equivocado de persona.

La mujer todavía tenía más cosas que decir; todas igual de sonoras y sentidas.

– No puede haber matado a nadie -tradujo Bepi cuando Angela acabó de hablar. -Eso no es posible porque acabaría en el infierno. Dice que su hermano es un puto santo, y estoy citando sus palabras. Dice que… No sé cómo traducir esta palabra. Que se golpea a sí mismo cuando tiene pensamientos impuros.

– Se flagela.

– ¡Sí, eso es! Se flagela por pecados sin importancia, así que un gran pecado, un pecado mortal… Es algo imposible.

No había nada más que hablar. Angela miró el reloj y se levantó, dando a entender que la entrevista había acabado. Intercambiaron efusivos agradecimientos por la planta y por las limonadas, y Bepi y Lassiter volvieron al paisaje desolado de la calle.

– ¿Qué piensa? -preguntó Bepi mientras andaban hacia el coche.

De hecho, Lassiter estaba pensando en el extracto de la transferencia que se había caído del pasaporte de Grimaldi.

– Estaba pensando qué sentido puede tener que alguien que ha hecho voto de pobreza tenga una cuenta en un banco suizo.

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