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– Más o menos.

– No se preocupe. La cosa es que el ADN regula algunos procesos extremadamente complejos. Y, antes de poder entenderlos, alguien tenía que descubrir la estructura de la molécula. Y lo hicieron. En 1953, un par de científicos llamados Watson y Crick construyeron un modelo en tres dimensiones del ADN. Es eso de ahí arriba. -Torgoff levantó la mirada hacia la especie de sacacorchos de cáñamo y plástico que colgaba del techo. -Una doble hélice -dijo. -Una escalera retorcida, o como quiera llamarlo.

»Así que 1953 fue una fecha muy emocionante para doctorarse en bioquímica. Lo fue porque, una vez entendida la estructura del ADN, aunque sólo fuera superficialmente, se abría la posibilidad de entender cómo funcionan los genes y cómo hace copias de sí mismo el ADN. Por aquel entonces, Baresi trabajaba en el instituto LeBange.

– ¿Dónde está eso? -preguntó Lassiter.

– En Berna, Suiza. Es un sitio importante para este tipo de cosas. Siempre lo ha sido. Baresi empezó de una forma bastante convencional, trabajando con Escherichiz coli…

– Bacterias -lo interrumpió Lassiter.

– Exactamente. Es un organismo muy simple y de fácil cultivo que se reproduce como loco. Es muy popular en los laboratorios. Como cualquier otro organismo vivo, excepto algunos organismos virales y unas cosas muy pequeñas y muy extrañas que se llaman priones, el E. coli está formado por cadenas de ADN. Igual que usted y que yo. Así que resulta ideal para la investigación. Pero Baresi cambió de campo. Después de un año o dos, se cambió a los estudios sanguíneos.

– ¿Cómo pudo cambiar de campo?

– No son cosas tan distintas. Cuando hablamos de estudios sanguíneos nos referimos a los glóbulos rojos. Y los glóbulos rojos se parecen a las bacterias en dos cosas muy importantes. En primer lugar, no tienen núcleo. Y, en segundo lugar, son fáciles de obtener; los generamos continuamente. Los primeros trabajos de Baresi en ese campo ya fueron magníficos, pero eso no fue nada comparado con lo que hizo después. Pero, antes de decirle en qué consistían, necesita entender que Baresi no sólo era un genio, sino que era un genio inductivo. O sea, alguien capaz de plantear hipótesis extraordinarias. Y, como la mayoría de los genios inductivos, se mostraba indiferente a los halagos de la profesión y a las opiniones de sus colegas. No buscaba ningún gran descubrimiento: simplemente hacía lo que le gustaba. Y, precisamente por eso, pudo avanzar por caminos que nunca se habían investigado antes.

– ¿Qué quiere decir con eso? -preguntó Lassiter.

– Baresi abandonó los estudios convencionales de la sangre y empezó a investigar las células con núcleo.

– ¿Y por qué es tan revolucionario eso?

– Porque es muy difícil de hacer; sobre todo lo era por aquel entonces. Ahora tenemos líneas celulares bastante estables, pero… ¿en los años cincuenta? En los años cincuenta no tenían nada de eso. Las células con núcleo son difíciles de cultivar y no siempre sobreviven mucho tiempo. Y eso tuvo que darle bastantes problemas a Baresi, porque, si se le moría una línea celular de forma prematura, perdía meses de trabajo. Realmente, no sé cómo pudo conseguirlo. -Torgoff hizo una pausa. -Lo que sí puedo decirle es por qué lo hizo.

– ¿Sí?

– Por supuesto. Andaba detrás del filón.

– ¿Y cuál es el filón? -inquirió Lassiter.

– La diferenciación celular. Y eso no se puede investigar sin trabajar con células con núcleo, porque la diferenciación no se da en los organismos unicelulares. Sólo se produce en las células con núcleo. -Torgoff se reclinó en su asiento con gesto satisfecho.

Al cabo de unos segundos, Lassiter dijo:

– Esto quizá le extrañe, pero no sé lo que significa «diferenciación». -Reflexionó un momento y añadió: -No, realmente no sé lo que quiere decir.

Torgoff sonrió.

– Sí, claro, la diferenciación. Se lo explicaré. -Respiró hondo. -Como usted sabrá -comenzó Torgoff, -empezamos siendo un óvulo fecundado: un cigoto. Un cigoto está compuesto por una única célula. En el interior del núcleo del óvulo hay un montón de cromosomas, cadenas de ADN con una información genética específica en forma de genes. Como anécdota, le diré que el número de cromosomas que contienen las células es siempre el mismo en cada especie. Los perros, por ejemplo, tienen setenta y ocho. Los peces noventa y dos. Usted y yo tenemos cuarenta y seis cada uno. La mitad de mamá y la mitad de papá. La mitad del óvulo y la mitad del espermatozoide que lo fecundó. ¿Me sigue?

Lassiter asintió. Torgoff continuó:

– Tenemos cientos de miles de genes repartidos por las dos parejas de veintitrés cromosomas. Un gen para el color de los ojos, otro para el tipo de sangre, y así sucesivamente. En realidad, no es tan simple, pero lo que quiero es que se haga una idea. Está todo ahí desde el principio, en esa célula fecundada. Y entonces la célula empieza a dividirse. -Torgoff juntó las manos y luego las separó. -Entonces, hay dos células y, luego, cuatro y así sucesivamente. Cada una de estas células, las células embrionarias, contiene el mismo material genético:

ADN, cromosomas y genes en la misma cantidad. Y eso es lo que decide quién va a ser el futuro pequeñajo. Si usted, yo o Michael Jordan.

»Pero muy pronto, cuando el embrión crece hasta tener ocho o dieciséis células, las células empiezan a diferenciarse. Eso quiere decir que, de alguna manera, comienzan a adoptar labores específicas. Se convierten en células del cerebro, en células del hígado, en células del sistema nervioso, y así sucesivamente. Aunque cada una tiene el mismo ADN, activan o expresan genes distintos, y estos genes determinan las enzimas que producen, y eso, a su vez, determina el tipo de células en las que se convierten.

»Y aquí es donde está el truco. Dado que contienen la misma información genética, uno pensaría que las células también tendrían la misma capacidad genética. Pero no es así. Una célula embrionaria es una célula totipotente. O sea, puede generar un organismo entero, una persona, una jirafa o un gato, partiendo de una sola célula. Pero una célula del sistema nervioso sólo puede generar otra célula del sistema nervioso. ¿Por qué? -Torgoff miró a Lassiter.

– ¿No esperará que yo lo sepa, verdad?

– No. Pero en eso precisamente es en lo que estaba trabajando Baresi. En el proceso de diferenciación y en los mecanismos que lo controlan. Eso es lo que lo situó unos treinta años por delante de su tiempo. -Torgoff respiró hondo y miró a su alrededor. – ¿Le apetece tomar un café?

– Buena idea -aceptó Lassiter.

– Hay un sitio en la esquina. -Torgoff miró el cubo de Rubik, reflexionó un momento y movió los cuadrados en una rápida secuencia. Cuando volvió a dejarlo encima del escritorio, el cubo estaba perfectamente ordenado. Los dos se levantaron al mismo tiempo. Torgoff cogió una bufanda del perchero que había en una esquina y se la colocó alrededor del cuello. Luego se puso un desgastado chaquetón azul marino y se tapó la cabeza con una gorra azul de marinero. -Vámonos -dijo.

Fuera hacía muchísimo frío. Mientras caminaban en fila india por un sendero abierto entre la nieve, Torgoff continuó con su conferencia.

– ¿Siguió usted el juicio de O. J. Simpson?

– No -contestó Lassiter, -pero he oído que tuvo mucha cobertura en los medios de comunicación.

Torgoff se rió.

– ¿Recuerda cómo los abogados se esforzaron por poner en duda la validez de las pruebas del ADN? Utilizaron estadísticas. -Imitando al abogado, Torgoff adoptó un tono de voz grave y agresivo: -«Así que usted no puede asegurar que este ADN sea el de Nicole Brown Simpson, ¿verdad? Usted sólo puede asegurar que existe una probabilidad estadística de que pertenezca a Nicole Brown Simpson. Conteste sí o no.» «Sí -continuó Torgoff cambiando de voz, -pero tendríamos que examinar ocho mil millones de muestras antes de encontrar otra igual. Y, como no existe tanta gente en todo el planeta…» -Torgoff levantó la mano. -«Protesto, señoría. El testigo no ha contestado la pregunta. He preguntado si es posible afirmar de forma tajante que esta muestra de ADN pertenece a Nicole Brown Simpson. ¿Sí o no?» «Pero… Pero…» «Nada de peros, monada. Sí o no.»

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