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– ¿Qué están haciendo ellos aquí? -preguntó. Luego, mirando a Twilley otra vez, agregó-: ¿ Qué queréis?

– Van a asumir el caso, Terry -respondió Winston-. Y tú estás fuera.

McCaleb volvió a mirar a Winston. Abrió un poco la boca antes de darse cuenta de la cara que estaba poniendo y volvió a cerrarla.

– ¿De qué estás hablando? ¿Que estoy fuera? Yo soy el único que está dentro. He estado trabajando en esto como…

– Ya lo sé, Terry. Pero ahora las cosas son distintas. Después de que el periodista llamó a Hitchens tuve que contarle lo que estaba pasando, lo que estábamos haciendo. Le dio un síncope, y cuando se recuperó decidió que la mejor manera de manejarlo era llevar el caso al FBI.

– La sección de derechos civiles, Terry -dijo Twilley-. Investigar a polis es el pan nuestro de cada día. Podremos…

– Vete a la mierda, Twilley. No me vengas a mí con ese rollo. Yo estaba en el club, ¿te acuerdas? Sé cómo va la cosa. Vosotros llegáis, os aprovecháis de lo que he descubierto y paseáis a Bosch delante de las cámaras de camino a la cárcel.

– ¿De eso se trata? -dijo Friedman-. ¿De llevarse los honores?

– No has de preocuparte por eso, Terry -dijo Twilley-. Podemos ponerte a ti delante de las cámaras si eso es lo que quieres.

– No es eso lo que quiero. Y no me llames Terry. No tienes ni puta idea de quién soy. -Bajó la mirada y sacudió la cabeza-. Joder, tenía ganas de volver a este sitio y ahora se me ha ido el hambre.

– Terry… -dijo Winston, pero no continuó.

– ¿Qué, vas a decirme que esto está bien?

– No. No está ni bien ni mal. Es como es. Ahora la investigación es oficial. Tú no eres oficial. Sabías desde el principio que podía ocurrir esto.

McCaleb asintió a su pesar. Clavó los codos en la mesa y hundió la cara entre sus manos.

– ¿Quién era ese periodista?

Al ver que Winston no respondía, dejó caer las manos y la miró directamente.

– ¿Quién?

– Un tipo llamado Jack McEvoy. Trabaja para el

New Times, un semanario gratuito al que le gusta tirar mierda.

– Ya sé lo que es.

– ¿Conoces a McEvoy? -preguntó Twilley.

El móvil de McCaleb empezó a sonar. Estaba en el bolsillo de la chaqueta, que había colgado en la silla. Se enganchó en el bolsillo cuando trató de sacarlo. Se peleó con el aparato ansiosamente, porque supuso que era Graciela. Aparte de a Winston y a Buddy Lockridge sólo le había dado el número a Brass Doran, de Quantico, y el asunto con ella ya se había acabado.

Al final contestó después del quinto timbrazo.

– Eh, agente McCaleb, soy Jack McEvoy del New Times. ¿Tiene un par de minutos para hablar?

McCaleb miró a Twilley, al otro lado de la mesa, preguntándose si podía oír la voz del teléfono.

– La verdad es que no. Estoy en medio de algo. ¿ Quién le ha dado este número?

– En Información de Catalina. Llamé al número y contestó su mujer. Ella me dio su móvil. ¿Hay algún problema?

– No, no hay problema. Pero no puedo hablar ahora.

– ¿Cuándo podemos hablar? Es importante. Ha surgido algo de lo que me gustaría hablar…

– Vuelva a llamarme dentro de una hora.

McCaleb cerró el teléfono y lo dejó en la mesa. Lo miró, temiendo que McEvoy volviera a llamarlo de inmediato. Los periodistas eran así.

– Terry, ¿ocurre algo?

McCaleb miró a Winston.

– No pasa nada. Es por mi excursión de mañana. Querían saber cómo estaría el tiempo. -Miró a Twilley-. ¿Qué me habías preguntado?

– Si conoces a Jack McEvoy, el periodista que llamó al capitán Hitchens.

McCaleb hizo una pausa, mirando a Winston y luego otra vez a Twilley.

– Sí, lo conozco. Tú sabes que lo conozco.

– Es cierto, por el caso del Poeta. Tuviste una parte en eso.

– Muy pequeña.

– ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con McEvoy?

– Bueno, eso debió de ser, veamos… eso tuvo que ser hace un par de días.

Winston se puso visiblemente tensa. McCaleb la miró.

– Tranquilízate, Jaye, ¿quieres? Me encontré a McEvoy en el juicio de Storey. Fui allí para hablar con Bosch. McEvoy lo está cubriendo para el New Times y me saludó. No había hablado con él desde hacía cinco años. Y desde luego no le dije qué estaba haciendo ni en qué estaba trabajando. De hecho, cuando lo vi Bosch ni siquiera era sospechoso.

– Bueno, ¿te vio él con Bosch?

– Seguro que sí. Todos me vieron. Hay tanta prensa como con O. J. ¿El mencionó mi nombre al capitán?

– Si lo hizo, Hitchens no me lo dijo.

– Bueno, entonces, si no fuiste tú ni fui yo, ¿de dónde más pudo venir la filtración?

– Eso es lo que te estamos preguntando -dijo Twilley-. Antes de meternos en el caso queremos conocer el terreno y saber quién está hablando con quién.

McCaleb no contestó. Empezaba a sentir claustrofobia. Entre la conversación y tener a Twilley delante y la gente de pie en el pequeño restaurante esperando mesa, estaba empezando a sentir que le faltaba el aire.

– ¿Qué me dices de ese bar al que fuiste anoche? -preguntó Friedman.

McCaleb se reclinó y lo miró.

– ¿Qué pasa con eso?

– Jaye nos ha contado lo que tú le contaste. Allí preguntaste específicamente por Bosch y Gunn, ¿no?

– Sí. ¿Y qué? ¿Crees que entonces la camarera saltó a por el teléfono para llamar al New Times y preguntar por Jack McEvoy? ¿Todo porque yo le enseñé una foto de Bosch? Dadme un descanso.

– Ésta es una ciudad obsesionada con los medios. La gente está conectada. La gente vende historias e información constantemente.

McCaleb sacudió la cabeza, negándose a considerar la posibilidad de que la camarera del chaleco tuviera suficiente inteligencia para sacar conclusiones acerca de lo que él estaba haciendo y luego llamar a un periodista.

De repente cayó en la cuenta de quién tenía la inteligencia y la información para hacerlo. Buddy Lockridge. Y si había sido Buddy, casi podría decirse que había sido él mismo quien había filtrado la información. Sintió que empezaba a formársele sudor en el cuero cabelludo mientras pensaba en Buddy Lockridge escondido en la cubierta inferior mientras él construía su caso contra Bosch para Winston.

– ¿Tomaste algo mientras estuviste en el bar? He oído que tomas un montón de pastillas cada día. Mezclar eso con alcohol…, ya sabes, por la boca muere el pez.

La pregunta la había formulado Twilley, pero McCaleb miró con severidad a Winston. Estaba picado por una sensación de traición por toda la situación y por cómo las cosas habían cambiado rápidamente. Pero antes de poder decir nada vio la disculpa en sus ojos y supo que ella quería que las cosas se llevaran de otro modo. Al final, McCaleb se dirigió a Twilley.

– ¿Tú crees que a lo mejor mezclé demasiado alcohol y pastillas, Twilley? ¿ Es eso? ¿ Crees que me fui de la lengua en el bar?

– Yo no creo eso. Sólo estaba preguntando, ¿vale? No hace falta que te pongas a la defensiva. Sólo estoy tratando de averiguar cómo ese periodista sabe lo que sabe.

– Bueno, averígualo sin mí.

McCaleb apartó la silla para levantarse.

– Probad el lechón asado -dijo-. Es el mejor de la ciudad.

Cuando empezaba a ponerse en pie, Twilley se estiró y le sujetó por el brazo.

– Vamos, Terry, hablemos de esto -dijo.

– Terry, por favor -dijo Winston.

McCaleb se soltó y se levantó. Miró a Winston.

– Buena suerte con estos muchachos, Jaye. Probablemente la necesitarás.

Luego miró a Friedman y a Twilley.

– Y a vosotros que os den por culo.

Se abrió paso a través de la gente que esperaba y salió a la calle. Nadie lo siguió.

Se sentó en el Cherokee aparcado en Sunset y observó el restaurante mientras trataba de deshacerse de la rabia. En cierto modo, McCaleb sabía que Winston y su capitán habían tomado las medidas apropiadas, pero no le gustaba en absoluto que lo echaran de un caso que era suyo. Un caso era como un coche. Puedes conducirlo o te pueden llevan O te pueden dejar en la cuneta e irse a toda marcha. McCaleb acababa de pasar de tener las manos en el volante a hacer autostop desde el arcén. Y eso dolía.

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