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Tras un momento dejó caer su mano y se levantó, arreglándose, abrochándose los pantalones. Fue hacia la puerta, moviéndose con esa gracia letal con la que siempre caminaba. Al mirar sobre su hombro, ella se dio cuenta que había hecho el amor estando completamente armado y vestido.

Oh, pero sólo había sido sexo, ¿no?

Con voz baja dijo.

– Lo siento.

– No me digas eso para hacerme sentir mejor.

– Entonces… gracias, Bella… por… todo. Sip, de verdad. Yo… te lo agradezco.

Y entonces se marchó.

John se retrasó en el gimnasio mientras el resto de la clase desfilaba hacia el vestuario. Eran las siete de la tarde, pero podría haber jurado que eran las tres de la mañana. Qué día. El entrenamiento había empezado pronto, porque los Hermanos querían salir temprano, y habían tenido horas de clase de tácticas y tecnología de ordenadores enseñada por dos Hermanos llamados Vishous y Rhage. Luego Tohr llegó a la caída del sol y empezaron las patadas en el culo. Las tres horas de entrenamiento habían sido brutales. Correr unas vueltas. Jujitsu. Entrenamiento de armas mano a mano, incluyendo una introducción a los nunchakus o nunchucks.

Esos dos palos unidos por una cadena eran la pesadilla de John, exponiendo todas sus debilidades, especialmente su horrible coordinación entre ojo y mano. Pero él no se dio por vencido. Mientras los otros chicos iban a las duchas, regresó a la sala del equipo y cogió uno de los sets. Se imaginó que practicaría mientras venía el bus y ya se ducharía en casa.

Empezó a voltear los nunchucks lentamente a su lado, el sonido de dar vueltas curiosamente relajaba. Gradualmente incrementaba la velocidad, los sujetó al vuelo y entonces los balanceó a su izquierda. Tomándolos de regreso. Una y otra vez, hasta que el sudor afloró otra vez en su piel. Una y otra vez…

Y se golpeó con esa mierda. Directamente en la cabeza.

El golpe le debilitó las rodillas, y tras luchar durante un momento, se dejó caer. Apoyándose con el brazo, poniendo una mano en su sien izquierda. Estrellas. Definitivamente veía estrellas.

En medio de todo ese parpadeo, una suave risa provino detrás de él. La satisfacción del sonido le dijo quién era, pero tenía que verlo de todas formas. Mirando por debajo del brazo, observó a Lash de pie a unos seis pasos atrás. El tipo del pelo claro estaba mojado, las ropas de calle pulcras, la sonrisa fría.

– Eres un perdedor.

John se concentró en la colchoneta, sin realmente importarle que Lash lo hubiera pillado golpeándose el cerebro. El tipo ya había visto esto en clase, así es que no era una nueva humillación.

Dios… Si sólo pudiera aclararse los ojos. Negó con la cabeza estirando el cuello… y vio otro par de nunchucks en la colchoneta. ¿Los había lanzado Lash?

– No le gustas a nadie, John. ¿Por qué no te marchas? Oh, espera. Eso querría decir que no podrías ir tras los Hermanos. ¿Entonces que harías todo el día?

La risa del tipo se cortó de golpe cuando una profunda voz gruñó.

– No te muevas, rubito, excepto para respirar.

Una mano enorme apareció frente a la cara de John que alzó la vista. Zsadist estaba de pie ante él. Vestido completamente para la guerra.

John fue agarrado por lo que estaba frente a él sin reflejos y lo levantó fácilmente del suelo.

Los negros ojos de Zsadist se estrecharon, reflejando cólera.

– El bus está preparado, recoge tu mierda. Nos reuniremos fuera en los vestidores.

John se abrió paso a través de las colchonetas, pensando que cuando un macho como Zsadist le dijera algo, lo haría rápido. Cuando llegó a la puerta, sin embargo, tuvo que mirar hacia atrás.

Zsadist tenía a Lash cogido por el cuello y levantó al tipo de la colchoneta con los pies colgando. La voz del guerrero era mortalmente fría.

– Te ví tirarlo al suelo, y te mataría por esto, excepto que no estoy interesado en tratar con tus padres. Escucha bien, chico. Haces otra vez algo así, y te saco los ojos con los dedos y me alimento de ellos. ¿Está claro?

En respuesta, la boca de Lash funcionó como una válvula de una sola vía.

El aire entraba. Nada salía. Y entonces se orinó en los pantalones.

– Tomaré esto como un sí. -Zsadist lo dejó ir.

John ya no estaba por allí. Corrió hacia el vestidor, agarró su petate y salió al vestíbulo un momento después.

Zsadist le estaba esperando.

– Ven.

John siguió al Hermano hasta el parking de la furgoneta, preguntándose todo el tiempo como podía agradecérselo. Pero entonces Zsadist se detuvo ante el bus y lo empujó dentro. Entonces él también se embarcó.

Cada uno de los aprendices se encogió en sus asientos. Especialmente cuando Zsadist desenvainó una de sus dagas.

– Nos sentaremos aquí -le dijo a John, señalando con el arma de negra hoja el primer asiento.

Sip, bien. Vale. Está bien.

John se apretujó contra la ventana cuando Zsadist sacó una manzana del bolsillo y lentamente se sentó.

– Estamos esperando a otro -dijo Zsadist al conductor-. Y John y yo seremos la última parada.

El doggen se inclinó respetuosamente tras el volante.

– Desde luego, señor. Como usted desee.

Lash lentamente entró en la furgoneta, la roja veta en su garganta era una mancha en su pálida piel. Cuando vio a Zsadist tropezó.

– Nos estás haciendo perder el tiempo, chico -dijo Zsadist mientras deslizaba un cuchillo bajo la piel de la manzana-. Sienta tu culo.

Lash hizo eso.

Mientras la furgoneta se ponía en marcha, nadie dijo nada. Especialmente cuando la puerta se cerró y quedaron todos juntos encerrados en la parte trasera.

Zsadist peló la Granny Smith en una larga tira, la piel descendía poco a poco hasta que llegó al suelo de la furgoneta. Cuando terminó, cubrió la rodilla con la verde tira, entonces partió una rodaja de carne blanca y se la tendió a John con el cuchillo. John tomó la pieza con los dedos y se la comió mientras Zsadist cortaba un trozo para él, llevándoselo a la boca con el cuchillo. Se alternaron hasta que quedó de la manzana sólo un delgado corazón.

Zsadist tomó la piel y los restos arrojándolos en la pequeña basura al lado de la puerta. Limpió el cuchillo con los pantalones y empezó a lanzarlo al aire y atraparlo. Lo hizo durante todo el camino. Cuando llegaron a la primera parada, hubo una larga vacilación tras la apertura de la puerta. Y dos de los chicos salieron rápidamente.

Los ojos negros de Zsadist los siguieron, con la mirada dura, como si memorizara sus caras. Y durante todo ese tiempo el cuchillo, arriba y abajo, el negro metal centelleaba, la gran palma lo atrapaba en el mismo lugar de la empuñadura tras cada lanzamiento… aunque estuviera mirando a esos tipos.

Eso ocurrió en cada parada. Hasta que John y él quedaron solos.

Mientras la puerta se cerraba, Zsadist deslizó la daga en la funda del pecho. Se movió de asiento a través del pasillo y se apoyó contra la ventana, cerrando los ojos.

John lo sabía más que creía que el macho estaba despierto, porque su respiración no cambió y no estaba relajado. Únicamente no quería interactuar.

John sacó el bloc y la pluma. Escribió pulcramente, dobló el papel y lo sujetó en la mano. Tenía que darle las gracias. Aunque si Zsadist no podía leer, tenía que decir algo.

Cuando la furgoneta se detuvo y la puerta se abrió, John dejó el papel en el asiento de Zsadist, sin tratar de dárselo al guerrero. Y asegurándose que no alzaba la mirada mientras dirigía fuera sus pasos y cruzaba la carretera. Se paró enfrente del césped para observar la partida de la furgoneta, sin embargo, la nieve caía sobre su cabeza, hombros y petate.

Cuando el bus desapareció en la creciente tormenta, Zsadist se mostró de pie al otro lado de la calle. El Hermano le enseñó rápidamente la nota, sujetándola en el aire entre los dedos primero e intermedio. Luego inclinó la cabeza una vez, la guardó en el bolsillo de atrás y se desmaterializó.

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