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– ¿Recuerdas en aquella cueva… después de que me rescataras? Ya sabes, ¿el día que nos sentamos juntos a esperar la puesta de sol?

– Si -susurró, recorriendo la espalda de su gemelo.

– Aquel lugar olía a demonios, ¿verdad? ¿Lo recuerdas? ¿El pescado?

– Lo recuerdo todo.

– Sabes, todavía puedo imaginarte contra la pared de la cueva, con el pelo todo enredado, la ropa mojada y manchada de sangre. Parecías una mierda. -Z se rió en un corto exabrupto-. Yo tenía peor aspecto, estoy seguro. De todas formas… me dijiste que me facilitarías las cosas, si pudieras.

– Lo hice.

Hubo un gran silencio. Entonces un golpe de frío surgió del cuerpo de Z y miró sobre sus hombros. Sus ojos negros eran glaciales, su cara oscura como las infundadas sombras del infierno.

– Se acabó el ser ayudado. Jamás. Pero seguro como la mierda que hay esperanza para ti. Así que toma a la mujer que quieres tan desesperadamente. Cógela y mete algo de sentido común en ella. La echaría de mi habitación si pudiera, pero ella simplemente no quiere irse.

Z se alejó a zancadas, sus botas de montaña golpeando el suelo.

Horas más tarde Bella estaba paseando por la mansión. Había pasado parte de la noche con Beth y Mary, y apreció su amistad. Pero ahora estaba todo en silencio, porque los Hermanos y todos los demás se habían ido a la cama. Sólo ella y Boo recorriendo los pasillos mientras el día pasaba, con el gato a su lado como si supiera que ella necesitaba compañía.

Dios, estaba agotada, tan cansada que casi no podía tenerse de pie, y estaba sufriendo también. El problema era, que había una agitación que animaba su cuerpo; su maquinaria interna rehusaba a estar ociosa.

Mientras el rubor la atravesaba, como si alguien le hubiera puesto un secador de pelo en cada pulgada de su piel, supuso que estaba poniéndose enferma, aunque no sabía cómo. Había estado con el lessers durante seis semanas, y no era como si hubiera cogido un virus de él. Y ninguno de los Hermanos o sus shellans estaba enfermo. Quizás sólo era algo emocional.

¿Sí, tú crees?

Llegó a una esquina y se detuvo, dándose cuenta de que había vuelto al pasillo de las estatuas. Se preguntó si Zsadist estaría en su habitación ahora.

Y se desilusionó cuando abrió la puerta y no estaba.

Aquel hombre, noto, era como una adicción. No era bueno para ella, pero no era algo de lo que pudiera alejarse.

– Hora de acostarse, Boo.

El gato le hizo un maullido, como si abandonara sus deberes de escolta y se fue trotando por el pasillo, silencioso como la nieve que cae igual de elegante.

Bella cerró la puerta mientras la atrapaba otro sofoco. Lanzando la prenda de lana que llevaba fue a abrir la ventana, pero por supuesto las persianas estaban bajadas: eran las dos de la tarde. Desesperada por calmarse, se dirigió a la ducha y se metió bajo el agua fría durante sólo Dios sabe cuánto tiempo. Se sentía incluso peor cuando salió, le picaba la piel y le pesaba la cabeza.

Envolviéndose en una toalla, se fue a la cama y arregló las mantas arrugadas. Antes le echó un ojo al teléfono y pensó que debería llamar a su hermano. Necesitaban encontrarse cara a cara, y necesitaban hacerlo pronto, porque el periodo de gracia de Wrath no iba a durar mucho más. Y como Rehv nunca dormía, podría ser ahora.

Sin embargo, mientras otra oleada de calor la atravesaba, supo que no podía tratar con su hermano ahora. Esperaría hasta que cayera la noche, después de descansar algo. Cuando el sol se pusiera podría llamar a Rehvenge y encontrarse con él en algún sitio público y neutral. Y lo persuadiría de que cortara el rollo.

Se sentó en la orilla de la cama y sintió una extraña presión entre las piernas.

El sexo con Zsadist, pensó. Había pasado mucho tiempo desde que había tenido a un hombre dentro. Y el único otro amante que había tenido no había estado así de dotado. No se había movido así.

Las imágenes de Zsadist balanceándose sobre ella, su cara tensa y oscura, su cuerpo duro esforzándose, enviaron un pulso que la dejó temblando. Rápidamente una sensación aguda le traspasó su propio centro, como si él estuviera penetrándola de nuevo, una combinación de miel y ácido recorriéndole las venas.

Frunció el ceño, apartó la toalla, y miró su cuerpo. Sus pechos parecían mucho más grande de lo normal, las puntas de un profundo rosa. ¿Vestigios de la boca de Zsadist? Absolutamente.

Con una maldición, se echó y se tapó con una sábana. Más calor bulló en su cuerpo, y se giró sobre el estómago. Abriendo las piernas. Intentando calmarse. A pesar de eso, el dolor pareció volverse más agudo.

Cuando la nieve empezó a caer en serio y la luz de la tarde comenzó a debilitarse un poco, O condujo su camión hacia el sur por la Ruta 22. Cuando llegó al lugar correcto se bajó y miró a U.

– El Explorer está a 100 yardas en línea recta desde aquí. ¡Sácalo ya de esos bosques! Después empieza a comprar todos los materiales que necesitamos y fija los días de entrega. Quiero esas manzanas localizadas y el arsénico listo.

– Excelente. -U bajó desabrochando el cinturón del asiento-. Pero, escucha, necesitas dirigirte a la Sociedad. Es lo habitual para el Lesser Principal.

– Lo que sea.

O miró por el parabrisas, observando cómo los limpiaparabrisas apartaban los copos de nieve. Ahora que ya tenía a U organizando la gilipollez del festival del solsticio, volvió a atormentar su cerebro con las respuestas a su principal problema: ¿cómo demonios iba a encontrar a su mujer ahora?

– Pero el Lesser Principal siempre se ha dirigido a los miembros la primera vez que ocupa el sitio del antiguo jefe.

Cristo, la voz de U estaba empezando realmente a sacarle la mierda que llevaba dentro. De modo que era del tipo de mentalidad de ‘ir por el libro’.

– O, necesita…

– Cállese la jodida boca, tío. No estoy interesado en organizar encuentros.

– Ok. -U alargó la palabra, su desaprobación era obvia-. Así que ¿dónde quiere a los escuadrones?

– ¿Dónde cree? En el centro.

– Si encuentran civiles mientras luchan con los Hermanos, ¿quiere que los equipos hagan prisioneros o sólo que los maten? y ¿vamos a construir otro centro de persuasión?

– No me importa.

– Pero necesitamos… -la voz de U era monótona.

¿Cómo iba a encontrarla? Dónde podría…

– O.

O miró a través del camión, listo para explotar.

– Qué.

La boca de U pareció la de un pez por un momento. Abriendo. Cerrando.

– Nada.

– Está bien. Ni una más de sus tonterías. Ahora saque de aquí mi camión y manténgase ocupado haciendo algo que no sea cotorrear conmigo.

Apretó el acelerador en el segundo en que las botas de U tocaron la grava. Pero no fue muy lejos. Giró por la vereda de la granja e hizo un reconocimiento a la casa de su mujer.

No había huellas en la nieve fresca. No había luces. Estaba desierta.

Malditos Betas.

O se dio la vuelta y se dirigió al centro. Tenía los ojos secos por la falta de sueño, pero no quería malgastar las horas nocturnas recargándose. A joderse.

Tío… Si no conseguía matar algo ésta noche, iba a volverse loco.

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