Cuando volvió en sí de nuevo, su cuerpo no era más que un saco flojo lleno de dolores. Se dio cuenta confusamente de que estaba helándose por un lado, moderadamente cálido por el otro, y se movió para ver si podía. Tan pronto como lo hizo, sintió que la calidez contra él cambiaba en respuesta… Estaba en un abrazo. Un hombre estaba contra su espalda.
El esclavo empujó el duro cuerpo lejos del suyo y se arrastró por la tierra. Su visión empañada le mostró el camino, sacando un canto rodado de la oscuridad, dándole algo que esconder tras él. Cuando estuvo resguardado respiró a pesar de la molestia en sus órganos vitales, oliendo el salitre del mar y la miserable podredumbre de peces muertos.
Y también olor a estaño. Uno intenso, de estaño…
El se asomó por la esquina de la roca. Aunque sus ojos estaban débiles, era capaz de reconocer la figura del hombre que había venido a la celda con la Mistress. El guerrero se incorporaba contra la pared ahora, el pelo largo le colgaba en ristras más abajo de los anchos hombros. Sus elegantes ropas estaban rotas, y su fija mirada amarilla resplandecía con pena.
Ese era el otro olor, pensó el esclavo. Esa emoción triste que el hombre estaba sintiendo tenía un olor.
Cuando el esclavo olió otra vez sintió un extraño tirón en la cara, y levantó las puntas de los dedos hasta la mejilla. Había una ranura, una línea rígida en la piel… La siguió hasta la frente. Entonces hacia abajo al labio. Y recordó la hoja de cuchillo que venía hacia él. Se recordó chillando mientras lo cortaba.
El esclavo empezó a tiritar y se envolvió en sus brazos.
– Deberíamos darnos calor el uno al otro -dijo el guerrero-. Sinceramente, eso es todo lo que estaba haciendo. No tengo… planes para ti. Pero te ayudaría si pudiera.
Excepto que todos los machos de la Mistress habían querido estar con el esclavo. Es por eso por lo que los traía. A ella le gustaba mirar, también…
Pero entonces el esclavo recordó al guerrero levantando el puñal, pareciendo como si fuera a destripar a la Mistress como a un cerdo.
El esclavo abrió la boca y preguntó con voz ronca,
– ¿Quién es usted, señor?
La boca no funcionaba como antes, y sus palabras fueron confusas. Lo intentó otra vez, pero el guerrero lo cortó.
– Escuché tu pregunta. -El estañado olor de la tristeza se volvió más fuerte hasta que anuló incluso el hedor a pescado-. Soy Phury. Soy… tu hermano.
– No. -El esclavo sacudió la cabeza-. En verdad, yo no tengo familia. Señor.
– No, yo no soy… – El macho se aclaró la garganta-. Yo no soy tu señor. Y siempre has tenido una familia. Nos fuiste arrebatado. Te he buscado durante un siglo.
– Me temo que se equivoca.
El guerrero se movió como si él fuera a levantarse, y el esclavo dio un salto hacia atrás, dejando caer sus ojos y cubriéndose la cabeza con los brazos. No podría soportar ser golpeado otra vez, incluso si lo merecía por su insubordinación.
Rápidamente, él dijo con su nueva forma enredada,
– No pretendía ofenderlo, señor. Yo le ofrecía sólo mi respeto por su mejor situación.
– Dulce Virgen en las alturas. -Un ruido estrangulado vino a través de la cueva-. No te golpearé. Estás a salvo… Conmigo, estás a salvo. Has sido encontrado, hermano.
El esclavo sacudió la cabeza otra vez, incapaz de escuchar nada de eso, porque se dio cuenta de repente de lo que iba a suceder al anochecer, lo que tenía que suceder. Era propiedad de la Mistress, lo que significaba que tendría que ser devuelto.
– Se lo suplico -gimió -, no me devuelva a ella. Máteme ahora… No me vuelva a regresar con ella.
– Nos mataré a ambos antes de permitir que vuelvas a quedarte allí de nuevo.
El esclavo levantó la mirada. Los ojos del guerrero ardían a través de la oscuridad.
El esclavo miró fijamente el brillo mientras el tiempo pasaba. Y entonces recordó, hace mucho, mucho tiempo, cuando despertó por primera vez tras su transición en su cautiverio. La Mistress le había dicho que adoraba sus ojos… sus ojos amarillo canario.
Entre su especie, había muy pocos con el iris de color dorado brillante.
Las palabras y las acciones del guerrero empezaron a penetrar. ¿Por qué pelearía jamás un extraño para liberarlo?
El guerrero se movió, respingó, y se cogió uno de los muslos.
La parte más baja de pierna había desaparecido.
Los ojos del esclavo se agrandaron ante el miembro perdido. ¿Cómo les había salvado el guerrero a ambos en el agua con esa herida? El tendría que esforzarse para mantenerse simplemente a flote. ¿Por qué no había dejado simplemente ir al esclavo?
Sólo un lazo de sangre podía engendrar esa clase de falta de egoísmo.
– ¿Eres mi hermano? -dijo el esclavo entre dientes a través de su labio destrozado-. Verdaderamente, ¿Soy de tu sangre?
– Aja. Soy tu gemelo.
El esclavo empezó a temblar.
– Mentira.
– Verdad.
Un curioso temor se instaló sobre el esclavo, helándole. Se enroscó en sí mismo a pesar de la fría carne que lo cubría desde la cabeza a los pies. Nunca se le había ocurrido que fuera otra cosa que un esclavo, que podía haber tenido la oportunidad de vivir de forma diferente… vivir como un hombre, no como una propiedad.
El esclavo se mecía de aquí para allá en la suciedad. Cuándo paró, miró una vez más al guerrero. ¿Qué había acerca de su familia? ¿Por qué había sucedido esto? ¿Quién fue él? Y…
– ¿Sabes si tenía un nombre? -Murmuró el esclavo-. ¿Me fue dado alguna vez un nombre?
El guerrero delineó una áspera respiración, como si una de sus costillas estuviese rota.
– Tu nombre es Zsadist. -La respiración del guerrero se acortaba y acortaba hasta sus palabras se estrangularon-. Eres el hijo… de Ahgony, un gran guerrero. Eres el amado de nuestra… madre, Naseen.
El guerrero dejó salir un desdichado sollozo y dejó caer la cabeza entre las manos.
Mientras él lloraba, el esclavo lo miraba.
Zsadist sacudió la cabeza, recordando aquellas silenciosas horas que habían seguido. Phury y él habían pasado la mayor parte del tiempo simplemente mirándose el uno al otro. Los dos estaban en mala forma, pero Phury era el más fuerte de ellos, incluso con el miembro perdido. Había reunido madera flotante y hebras de algas marinas y había juntado las cosas en una balsa raquítica que no daba confianza. Cuando el sol había caído se habían arrastrado por la costa hacia la libertad.
Libertad.
Si, bien. No era libre; nunca lo había sido. Aquellos años perdidos habían permanecido con él, la furia sobre lo que se le había estafado y sobre lo que se le había hecho estaba más viva de lo que lo estaba él.
Había oído a Bella diciéndole que lo amaba. Y quiso gritarle a algo.
En vez de eso, se fue hacia el Pit. No tenía nada digno de ella salvo su venganza, así que estaría malditamente bien que volviera al trabajo. Quería ver a todos los lessers aplastados ante él, apilados en la nieve como troncos, un legado era lo único que le podía ofrecer.
Y para el que la había cogido, el que la había herido, había una muerte especial esperándolo. Z no tenía amor que dar a nadie. Pero el odio que sentía lo canalizaría por Bella hasta el último aliento de sus pulmones.