Bella miró a Zsadist caminar por la habitación. Le recordaba como se había sentido la noche anterior cuando había salido a buscarlo: enjaulado. Miserable. Empujado con demasiada fuerza.
¿Por qué demonios lo forzaba a esto?
Cuando abrió la boca para suspender todo esto, Zsadist se paró delante de la puerta del cuarto de baño.
– Necesito un minuto -dijo él. Entonces se encerró.
Perpleja, se acercó y se sentó sobre la cama, esperándolo para saber por que se había echado atrás. Cuando empezó la ducha y se mantuvo, ella entró en una introspección.
Intentó imaginarse volviendo a casa con su familia y caminando por aquellas habitaciones tan familiares, sentándose en sus sillas, abriendo las puertas y durmiendo en la cama de su niñez. Lo sintió todo equivocado, como si fuera un fantasma en aquel lugar que conocía tan bien.
¿Y cómo la tratarían su madre y su hermano? ¿Y la glymera?
En el mundo aristocrático había sido deshonrada antes de haber sido secuestrada. Ahora la evitarían rotundamente. Siendo controlada por un… lesser… atrapada en la tierra… La aristocracia no manejaba bien aquella clase de fealdad y la culparían. Infiernos, que era probablemente por lo que su madre había sido tan reservada.
Dios pensó Bella. ¿El resto de su vida iba a ser como ahora?
Cuando el temor la ahogaba, la única cosa que la mantenía unida era pensar en permanecer en ese cuarto y dormir durante días con Zsadist bien cerca suyo. Él era el frío que la hacía condensarse en ella otra vez. Y el calor que le paraba los temblores.
Era el asesino que la mantenía a salvo.
Más tiempo… más tiempo con él primero. Entonces tal vez podría afrontar el mundo exterior.
Ella frunció el ceño comprendiendo que él había estado en la ducha durante bastante tiempo.
Sus ojos se movieron hacia la plataforma que había en la esquina más alejada. ¿Cómo podía dormir allí noche tras noche? El suelo se sentiría tan duro en su espalda y no había ninguna almohada para la cabeza. Ni cubiertas para tirarse encima contra el frío, tampoco.
Ella se concentró en el cráneo que había al lado de las mantas dobladas. La correa de cuero negra entre los dientes lo proclamaba como alguien que había amado. Obviamente había estado casado, aunque ella no había oído rumores sobre ello. ¿Su shellan había ido al Fade por causas naturales o la habían apartado de su lado? ¿Era por esto por lo que estaba tan enfadado?
Bella miró hacia el cuarto de baño. ¿Qué estaba haciendo allí?
Se acercó y llamó. Cuando no hubo ninguna respuesta, abrió la puerta despacio. Una fría ráfaga salió disparada y se echó hacia atrás.
Reforzándose, se inclinó hacia el aire glacial.
– ¿Zsadist?
A través de la puerta de cristal de la ducha, lo vio sentado bajo el rocío helado del agua. Se mecía hacia delante y hacia atrás, gimiendo, frotándose las muñecas con una manopla.
– ¡Zsadist! -Corrió y apartó el cristal. Buscando a tientas los accesorios, cerró el agua-. ¿Qué estás haciendo?
Él levantó la mirada hacia ella con ojos salvajes, locos mientras seguía meciéndose y frotando, meciendo y frotando. La piel alrededor de las tatuadas cintas negras estaba rojo brillante, completamente en carne viva.
– ¿Zsadist? -Se controló para mantener su tono apacible y estable-. ¿Qué estás haciendo?
– Yo… yo no puedo limpiarme. No quiero que te ensucies, también-. Levantó su muñeca y la sangre le rezumaba por el antebrazo-. ¿Ves? Mira la suciedad. Está toda sobre mí. Dentro de mí.
Su voz la alarmó como nunca lo había hecho antes, sus palabras transmitiendo una extraña e infundada lógica de locura.
Bella recogió una toalla, dio un paso entrando en el compartimiento y se agachó. Capturando sus manos, le quitó la manopla.
Cuando con cuidado secó su carne herida, dijo. -Estás limpio.
– Oh, no, no lo estoy -su voz comenzó a elevarse, creciendo con un ímpetu terrible-. Estoy asqueroso. Estoy muy sucio. Estoy sucio, sucio… -ahora balbuceaba, las palabras salían juntas, el volumen se elevó emitiendo un sonido de histerismo en los azulejos y llenando el cuarto de baño-. ¿Puedes ver la suciedad? Yo la veo por todas partes. Me cubre. Sellada dentro de mí. Puedo sentirlo en mi piel…
– Shhh. Permíteme… sólo…
Vigilándolo, como si fuera a… Dios, nunca había pensado que… Agarró a ciegas una toalla y la arrastró hacia la ducha. Colocándola alrededor de sus grandes hombros, lo cubrió con ella, pero cuando intentó ponerla sobre sus brazos, él se echó hacia atrás.
– No me toques -le dijo con aspereza-. Te lo echarás encima.
Se puso de rodillas delante de él, su bata de seda empapándose de agua, absorbiéndola. Hasta que no notó el frío.
Jesús… Él parecía alguien que hubiera estado en un naufragio: sus ojos muy abiertos y dementes, sus pantalones sudados adhiriéndose a los músculos de sus piernas, la piel de gallina del pecho. Sus labios estaban azules y sus dientes castañeteaban.
– Lo siento mucho -susurró ella. Y quería tranquilizarlo de que no había ninguna suciedad sobre él, pero sabía que sólo lo exaltaría otra vez.
Mientras el agua goteaba desde la ducha hasta el azulejo, el rítmico sonido que producía era como una trampa tambor entre ellos. En medio de los golpes, ella se encontró recordando la noche que lo había seguido hasta esta habitación… la noche en que había tocado su excitado cuerpo. Diez minutos después de que lo tuviera lo había encontrado acurrucado sobre el water, vomitando por que le había puesto las manos encima a ella.
Estoy asqueroso. Estoy tan sucio. Estoy sucio, sucio…
La claridad le llegó de la misma manera que cambian las pesadillas, que se anclan en el conocimiento con una iluminación glacial, mostrándole algo feo. Era obvio que había sido golpeado como esclavo de sangre y había asumido que por eso no le gustaba que lo tocaran. Pero el ser golpeado, a parte de ser doloroso y espantoso, no le haría sentir tan sucio.
Pero el abuso sexual lo haría.
Sus oscuros ojos de repente enfocaron su cara. Como si hubiese sentido la conclusión a la que había llegado.
Conducida por la compasión, se inclinó hacia él, pero la cólera que sangraba en su cara la detuvo.
– Cristo, mujer -explotó-. ¿Quieres cubrirte?
Ella miró hacia abajo. Su bata estaba abierta hasta la cintura, la elevación de sus pechos expuestos. Dio un tirón a las solapas juntándolas.
En el tenso silencio era difícil encontrar dónde mirar, entonces se concentró en su hombro… siguiendo la línea del músculo hasta la clavícula, hacia la base del cuello. Sus ojos fueron a la deriva sobre la gruesa garganta… a la vena que bombeaba bajo su piel.
El hambre la atravesó como un relámpago, haciendo que se le alargaran los colmillos. Oh, infierno. ¿Cómo era que ahora mismo ansiaba la sangre?
– ¿Por qué me quieres? -Refunfuñó, claramente sintiendo su necesidad-. Eres mejor que esto.
– Tú eres…
– Sé que soy.
– No estás sucio.
– Maldita sea, Bella…
– Y sólo te quiero a ti. Mira, realmente lo siento y tenemos que…
– ¿Sabes qué? No más charlas. Estoy harto de hablar. -Estiró el brazo sobre la rodilla, la muñeca hacia arriba y sus oscuros ojos se quedaron desprovistos de cualquier emoción, incluso enfadados-. Este es tu funeral, mujer. Hazlo si quieres.
El tiempo se paró mientras ella miraba fijamente lo que de mala gana le ofrecía. Dios les ayudara a los dos, pero iba a tenerlo. Con un movimiento rápido ella se arqueó sobre su vena y lo marcó limpiamente. Aunque le doliese, él no se apartó en absoluto.
El instante en que la sangre golpeó su lengua, gimió de dicha. Se había alimentado de aristócratas antes, pero nunca de un hombre de la clase guerrero y seguramente nunca, de un miembro de la Hermandad. Su sabor era un delicioso rugido en su boca, una invasión, una epopeya, una explosión gritona y luego tragó. El torrente de poder la atravesó, un fuego forestal en el tuétano de sus huesos, una explosión que bombeó en su corazón en una rápida fuerza gloriosa.