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– ¿Vas a volver a la cama? -le preguntó ella.

La parte mejor escondida y decente de él apostilló que no era una buena idea.

– ¿Por favor? -susurró ella, colocándose el pelo tras la oreja.

Él midió el arco de su cuerpo y el negro satén que ocultaba la piel de su mirada y sus grandes ojos azul zafiro y la esbelta columna de su garganta.

No… realmente no era una buena idea acercarse a ella en estos momentos..

– Apártate -dijo él.

Mientras ella se deslizaba a un lado, él miró hacia la tienda de campaña que tenía entre las piernas. Cristo, aquella maldita cosa era enorme; parecía que tenía otro brazo en sus calzoncillos. Y esconder un tronco así podía requerir un andamiaje.

Miró la cama. Con un fluido movimiento saltó entre las sábanas.

Lo que fue una dolorosa mala idea. En el momento en que estuvo bajo ellas, ella se acomodó contra su duro costado como si fuera otra manta. Una suave, cálida, que respiraba…

Z se aterrorizó. Había demasiado de ella contra él y no sabía qué tenía que hacer. Quería empujarla lejos. La quería más cerca. Quería… Oh, tío. Quería montarla. Quería tomarla. Quería follarla.

El instinto era tan fuerte que se vio así mismo llevándolo a cabo: dándole vuelta sobre el estómago, sacándole las caderas de la cama, alzándose tras ella. Se imaginó poniendo la cosa dentro de ella y empujando con los muslos…

Dios, era aborrecible. ¿Querer tomar esa cosa sucia y forzarla dentro de ella? También podía meterle un cepillo para el pelo en la boca.

– Estás temblando… -dijo ella-. ¿Tienes frío?

Ella se movió para acercarse más a él, y sintió sus pechos, suaves y cálidos, en la parte de atrás de su antebrazo. La cosa se crispó salvajemente, saltando contra sus calzoncillos.

Mierda. Tenía la sensación de que esa acción punzante quería decir que estaba peligrosamente despierto.

¿Sí, tú crees? Demonios, el bastardo estaba latiendo, y las pelotas bajo la cosa dolían, y estaba teniendo visiones de embestirla como un toro. Salvo que era el miedo femenino lo único que hacía que la cosa se endureciera, y ella no estaba asustada. Así que, ¿por qué estaba respondiendo?

– ¿Zsadist? -dijo suavemente.

– ¿Qué?

Las cuatro palabras que ella dijo casi convierten su pecho en un bloque y se le congeló la sangre. Pero al menos la otra tontería se acabó.

Cuando la puerta de Phury se abrió sin ningún aviso, las manos se le paralizaron en la camiseta que se estaba poniendo por la cabeza.

Zsadist permaneció entre las jambas, desnudo hasta la cintura, con los ojos negros ardiendo.

Phury maldijo suavemente.

– Me alegra que hayas venido. Sobre la pasada noche… Te debo una disculpa.

– No quiero escucharla. Ven conmigo.

– Z, me equivoqué al…

– Ven. Conmigo.

Phury tiró del dobladillo de la camiseta bajándosela y comprobó su reloj.

– Tengo que dar clase en media hora.

– Esto no te llevará mucho tiempo.

– Ah… bien, vale.

Mientras seguía a Z por el pasillo, se imaginó que podía disculparse por el camino.

– Mira, Zsadist, siento mucho lo de anoche. -El silencio de su gemelo no era una sorpresa-. Me precipité y llegué a una conclusión errónea. Sobre Bella y tú. -Z caminó incluso más deprisa-. Debería haber sabido que no le harías daño. Quisiera ofrecerte un rythe.

Zsadist se paró y miró por encima de los hombros.

– ¿Para qué demonios?

– Te ofendí. Anoche.

– No, no lo hiciste.

Phury sólo pudo sacudir la cabeza.

– Zsadist…

– Estoy enfermo. Soy asqueroso. No se puede confiar en mí. Sólo porque tengas medio cerebro y te hayas imaginado que no, eso no significa que necesites acariciarme el trasero con esa mierda de disculpa.

Phury se quedó con la boca abierta.

– Jesús… Z. Tú no eres…

– Oh, por jodida consideración, ¿puedes dejar de dar la lata?

Z caminó rápidamente hacia su habitación y abrió la puerta.

Bella se sentó en la cama, juntando las solapas de la bata hasta el cuello. Parecía estar totalmente confusa. Y demasiado hermosa para describirlo con palabras.

Phury miró a un lado y a otro entre ella y Z. Entonces se centró en su gemelo.

– ¿Qué es esto?

Los ojos negros de Z se clavaron en el suelo.

– Vete con ella.

– ¿Perdón?

– Necesita alimentarse.

Bella hizo un ruido atragantándose, como si se hubiera quedado sin respiración.

– No, espera, Zsadist, Te quiero… a ti.

– No puedes tenerme.

– Pero quiero…

– Te aguantas. Estaré fuera.

Phury se sintió empujado a la habitación y entonces la puerta se cerró de golpe. En el silencio que siguió, no estaba seguro si quería gritar de triunfo o… simplemente gritar.

Inspiró profundamente y miró hacia la cama. Bella estaba encogida con las rodillas contra el pecho.

Buen Dios, nunca le había permitido a una mujer beber de él antes. Por su celibato, no quería arriesgarse. Con sus ansias sexuales y su sangre de guerrero, siempre había temido que si permitía que una mujer tomara su vena se quedaría confundido y querría meterse en ella. Y si era Bella, iba a ser incluso más duro permanecer quieto.

Pero ella necesitaba beber. Además, ¿qué tenía de bueno un voto si era fácil de mantener? Esto podía ser su crisol, su oportunidad de probar su disciplina bajo las más extremas circunstancias.

Se aclaró la garganta.

– Me ofrecería a ti.

Cuando los ojos de Bella se alzaron, su piel se volvió demasiado pequeña para su esqueleto. Eso era lo que un rechazo le hacía a un hombre. Justamente encogerle inmediatamente.

Apartó la mirada y pensó en Zsadist, al que podía sentir justo fuera de la habitación.

– Él quizás no sea capaz de hacerlo. Eres consciente de su… fondo, ¿verdad?

– ¿Es tan cruel de mi parte pedirlo? -Su voz estaba llena de fatiga, agravada por su lucha-. ¿Lo es?

Probablemente, pensó él.

– Sería mejor si usaras a cualquier otro. -Dios, ¿por qué no puedes tomarme? ¿Por qué no puedes necesitarme en lugar de a él?-. No creo que fuera apropiado pedírselo a Wrath o Rhage, ellos están unidos. Quizás podría pedírselo a V…

– No… Necesito a Zsadist. -Le temblaban las manos y se las llevó a la boca-. Lo siento tanto.

Así que era él.

– Espera aquí.

Cuando salió al pasillo, se encontró a Z justo al lado de la puerta. El hombre tenía la cabeza entre las manos, con los hombros encorvados.

– ¿Acabó tan rápido? -preguntó, bajando las manos.

– No. No ocurrió.

Z frunció el ceño y lo miró de arriba a abajo.

– ¿Por qué no? Tienes que hacerlo, tío. Ya oíste a Havers…

– Te quiere a ti.

– Así que entrarás ahí y te abrirás una vena…

– Ella sólo te tendrá a ti.

– Lo necesita, así que…

Phury elevó la voz.

– ¡No quiero alimentarla!

Z frunció la boca y sus ojos negros se estrecharon.

– Jódete. Lo harás por mí.

– No, no lo haré. Porque ella no quiere permitírmelo.

Z se inclinó hacia delante, apretando como una prensa los hombros de Phury.

– Entonces lo harás por ella. Porque es lo mejor para ella, porque te enternece y porque quieres hacerlo. Hazlo por ella.

Cristo. Podría matar. Estaba muriéndose por volver a la habitación de Z. Arrancarse la ropa. Caer en el colchón. Apretar a Bella contra su pecho y sentirla hundir los dientes en su cuello y separarle las piernas, tomándolo dentro de ella entre sus labios y entre sus muslos.

Las fosas nasales de Z se dilataron.

– Dios… puedo oler lo desesperadamente que quieres hacerlo. Así que vete. Vete con ella, aliméntala.

La voz de Phury se quebró.

– No me quiere a mí, Z. Lo que ella quiere…

– Ella no sabe lo que quiere. Acaba de salir de un infierno.

– Eres el único. Para ella, eres el único.

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