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– Se lo ruego, Mistress. Libéreme de este confinamiento. -Cuando ella lo miró, había lágrimas en sus ojos. -Encuentro que no puedo… tengo que mantenerte. Debo mantenerte.

Él comenzó a luchar, y cuanto más fuerte luchaba contra las ataduras mas crecía la mirada de amor sobre su cara.

– Eres tan magnífico -dijo, bajando las manos para tocarlo entre las piernas. Su cara era… melancólica, casi de adoración-. Nunca he visto un macho como tu. Si no fuera porque estas tan por debajo de mi… mostraría tu cara en mi corte como consorte.

Vio su brazo moverse despacio arriba y abajo y supo que debía estar trabajando esa cuerda de carne que tanto la interesaba. Afortunadamente, no podía sentirlo.

– Déjeme ir…

– Nunca te endureces sin el bálsamo -murmuró con voz triste-. Y nunca encuentras la liberación. ¿Por qué?

Le acarició con más fuerza hasta que sintió que le quemaba abajo donde ella lo tocaba. Había frustración en sus ojos, oscureciéndolos.

– ¿Por qué? ¿Por qué no me quieres? -Cuando se quedó silencioso, ella dio un tirón en su parte masculina-. Soy hermosa.

– Sólo para otros -dijo antes de poder detener las palabras.

Su aliento se detuvo, como si la hubiera ahogado con sus propias manos. Entonces sus ojos se deslizaron sobre su estómago y del pecho a la cara. Todavía estaban brillantes con lágrimas, pero la rabia también los llenaba.

La Mistress se levantó de la cama y lo miro. Entonces le pegó con la mano tan fuerte que debió hacerse daño en la palma. Mientras escupía sangre, se preguntó si uno de sus dientes no iría en ella.

Mientras sus ojos le taladraban, estuvo seguro de que haría que lo mataran, y la calma se apodero de él. Al menos el sufrimiento terminaría entonces. La muerte… la muerte sería gloriosa.

Bruscamente le sonrió, como si conociera sus pensamientos, como si hubiera estirado la mano y los hubiera tomado de él, como si los hubiera robado tal como había robado su cuerpo.

– No, no te enviaré al Fade.

Se inclinó y besó uno de sus pezones, luego lo aspiró en su boca. Su mano fue a la deriva sobre sus costillas, luego a su vientre.

Su lengua revoloteo sobre su carne.

– Estas demacrado. Tiene que alimentarte, ¿verdad?

Bajó por su cuerpo, besando y chupando. Y luego, rápidamente, ocurrió. El bálsamo. Ella colocándose sobre él. Aquella horrible unión de sus cuerpos.

Cuando cerró los ojos y giró la cabeza, ella lo golpeó con la mano una vez… dos veces… muchas veces más. Pero rechazó mirarla, y ella no era lo bastante fuerte para girar su cara, incluso cuando le agarró por una de las orejas.

Mientras se negaba a mirarla, el llanto creció, tan ruidoso como el sonido de su carne contra sus caderas. Cuando termino, se fue en un remolino de seda, y no mucho tiempo después de eso fue liberado de las cadenas.

El esclavo se alzó sobre el antebrazo y limpió su boca. Mirando la sangre en su mano, le sorprendió que siguiese siendo roja. Se sentía tan sucio, que no le hubiera extrañado que fuese alguna clase de marrón herrumbroso.

Se bajó de la cama, aún mareado por los dardos, y encontró la esquina a la cual siempre iba. Se sentó con la espalda hacia la juntura de las paredes y encogió las piernas hacia arriba contra el pecho de modo que los talones estuvieran apretados a sus partes masculinas.

Algo más tarde escucho una lucha fuera de su celda, y luego los guardias empujaron a una hembra pequeña dentro. Ella cayó en un montón, pero se lanzó a la puerta cuando esta se cerró.

– ¿Por qué? -gritó ella-. ¿Por qué me castigan?

El esclavo se levantó, sin saber qué hacer. No había visto a una hembra con excepción de la Mistress desde que había despertado en cautiverio. Ésta era una criada o algo así. La recordó de antes…

El hambre de sangre se despertó en él cuando captó su olor. Después de todo lo que la Mistress le había hecho, no podía verla como alguien de quien beber, pero esta hembra diminuta era diferente. De repente estaba muerto de la sed, las necesidades de su cuerpo emergiendo como un coro de gritos y demandas. Dio unos pocos pasos tambaleantes hacia la criada, sintiendo sólo el instinto.

La hembra golpeó la puerta, pero entonces pareció notar que no estaba sola. Cuando se giro y vio con quién la habían encerrado, gritó.

El esclavo casi fue superado por su impulso de beber, pero se forzó lejos de ella y volvió de nuevo a donde había estado. Se agachó, envolviendo los brazos alrededor de su tembloroso cuerpo desnudo para mantenerlo en el lugar. Volviendo la cara hacia la pared, intentó respirar… y se encontró al borde del llanto por el animal al que lo habían reducido.

Un poco después la mujer dejó de gritar, y después de más tiempo aún dijo:

– ¿Eres tú, verdad? El muchacho de la cocina. El que llevaba la cerveza.

Asintió con la cabeza sin mirarla.

– Había oído rumores de que te habían traído aquí, pero yo… creí a los que dijeron que habías muerto durante tu transición. -Hubo una pausa-. Eres muy grande. Como un guerrero. ¿Por qué?

Él no tenía ni idea. Ni siquiera sabia que aspecto tenia, pues no había espejo en la celda.

La hembra se acercó cautelosamente. Cuando la miró, ella estaba mirando sus bandas tatuadas.

– En verdad, ¿qué te hacen aquí? -susurró ella-. Dicen que… cosas terribles son hechas al varón que mora en este lugar.

Cuando no dijo nada, ella se sentó a su lado y le tocó suavemente el brazo. Él se estremeció con el contacto y entonces se dio cuenta que lo calmaba.

– Estoy aquí para alimentarte, ¿no es así? Ésa es la razón por la que me trajeron. -Después de un momento ella le despego la mano alrededor de su pierna y le puso su muñeca en la palma.

– Debes beber. -Entonces él lloró, lloró por su generosidad, por su amabilidad, por la sensación de su mano tierna mientras frotaba su hombro… el único roce al que había dado la bienvenida en… siempre. Finalmente ella le apretó la muñeca contra su boca.

Aunque sus colmillos salieron y él la anheló, no hizo nada, sólo besar su tierna piel y rechazarla. ¿Cómo podría tomar de ella lo que era tomado regularmente de él? Ella lo ofrecía, pero la estaban forzando a hacerlo, prisionera de la Mistress justo como lo era él.

Los guardias entraron más tarde. Cuando la encontraron acunándolo, se sorprendieron, pero no fueron duros con ella. Mientras se iba, miro al esclavo, con preocupación en su cara

Momentos más tarde los dardos vinieron a él, tantos por la puerta que era como si lo hubieran cubierto con cemento. Mientras se deslizaba hacia la inconsciencia, pensó vagamente que la naturaleza frenética del ataque no era de buen agüero.

Cuando se despertó, la Mistress estaba de pie sobre él, furiosa. Había algo en su mano, pero no podía ver que era.

– ¿Piensas que eres demasiado bueno para los regalos que te doy?

La puerta se abrió y el cuerpo blando de la joven hembra fue traído. Mientras los guardias se iban, cayo pesadamente al suelo como un trapo. Muerta.

El esclavo gritó en su furia, el rugido rebotando en las paredes de piedra de la celda, como un trueno amplificado. Tiró contra las bandas de acero hasta que el corte le llego al hueso, hasta que uno de los postes se rajó con un chillido… y todavía bramaba.

Los guardias se alejaron. Incluso la Mistress pareció insegura de la furia que había desatado. Pero como siempre, no paso mucho tiempo antes de que tomara el mando.

– Dejadnos -gritó a los guardias.

Esperó hasta que el esclavo se agotó. Entonces se inclinó hacia él, sólo para ponerse pálida.

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