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APÉNDICES

I

Notas manuscritas de Iréne Némirovsky sobre la situación de Francia y su proyecto Suite francesa , extraídas de su cuaderno

¡Dios mío! ¿Qué me hace este país? Ya que me rechaza, considerémoslo fríamente, observémoslo mientras pierde el honor y la vida. Y los otros, ¿qué son para mí? Los imperios mueren. Nada tiene importancia. Se mire desde el punto de vista místico o desde el punto de vista personal, es lo mismo. Conservemos la cabeza fría. Endurezcamos el corazón. Esperemos.

21 de junio. Encuentro con Pied-de-Marmite. Francia va a ir de la mano de Alemania. Aquí se movilizará pronto, «pero sólo a los jóvenes». Eso lo dice sin duda en atención a Michel. Un ejército atraviesa Rusia, el otro viene de África. Suez ha caído. Japón vence a Estados Unidos con su formidable flota. Inglaterra pide clemencia.

25 de junio. Calor inaudito. El jardín se ha engalanado con los colores de junio: azul, verde claro y rosa. He perdido la estilográfica. Pero tengo otras preocupaciones, como la amenaza del campo de concentración, el estatus de los judíos, etc. Jornada dominical inolvidable. El trueno de Rusia cayendo sobre nuestros amigos después de su «noche loca» al borde del lago. Y por hacer el [?] con ellos todo el mundo está borracho. ¿Describiré eso algún día?

***

28 de junio. Se van. Han estado abatidos durante veinticuatro horas, ahora se los ve contentos, sobre todo cuando están juntos. El pobre Bruno dice tristemente que «se acabó la felicidad». Envían sus paquetes a casa. Se nota que están sobreexcitados. Admirable disciplina y, en el fondo del corazón, creo yo, ni una chispa de rebeldía. Hago aquí la promesa de no volver a descargar mi rencor, por justificado que sea, sobre una masa de hombres, sean cuales sean su raza, religión, convicciones, prejuicios o errores. Compadezco a esos pobres chicos. Pero no puedo perdonar a los individuos, a los que me rechazan, a los que nos dejan caer fríamente, a los que están dispuestos a darnos la patada. A ésos, si los cojo algún día… ¿Cuándo acabará esto? Las tropas que estuvieron aquí el verano pasado decían «en Navidades»; luego, en julio. Ahora, a finales de 1941. Aquí se habla de liberar el territorio, salvo la zona prohibida y las costas. En la zona libre, parece que la guerra se la trae al fresco. La atenta relectura del Journal officiel me devuelve al estado de ánimo de hace unos días,

Para levantar un peso tan enorme, Sísifo,

se necesitaría tu coraje.

No me faltan ánimos para la tarea,

mas el objetivo es largo y el tiempo, corto.

Le vin de solitude,

de Iréne Némirovsky para Iréne Némirovsky

1942

Los franceses estaban cansados de la República como de una vieja esposa. Para ellos, la dictadura era una cana al aire, una infidelidad. Lo que querían era engañar a su mujer, no asesinarla. Ahora que ven muerta a su República, su libertad, lloran.

Todo lo que se hace en Francia en cierta clase social desde hace unos años no tiene más que un móvil: el miedo. Ha llevado a la guerra, la derrota y la paz actual. El francés de esa casta no siente odio hacia nadie; no siente ni celos ni ambición frustrada, ni auténtico deseo de revancha. Está muerto de miedo. ¿Quién le hará menos daño (no en el futuro, en abstracto, sino ahora mismo y en forma de patadas en el culo y bofetadas)? ¿Los alemanes? ¿Los ingleses? ¿Los rusos? Los alemanes le han pegado, pero el correctivo está olvidado, y los alemanes pueden defenderlo. Por eso está «por los alemanes». En el colegio, el alumno más débil prefiere la opresión de uno solo a la libertad; el tirano lo humilla, pero prohíbe a los otros que le birlen las canicas y le peguen. Si se libra del tirano, está solo, abandonado en medio de todos.

Hay un abismo entre esa casta, que es la de nuestros dirigentes actuales, y el resto de la nación. Los otros franceses, como poseen menos, temen menos. Como la cobardía no les ahoga en el alma los buenos sentimientos (patriotismo, amor a la libertad, etc.), éstos pueden nacer. Ciertamente, entre el pueblo se han amasado muchas fortunas en los últimos tiempos, pero son fortunas en dinero devaluado, que no se pueden transformar en bienes reales, tierras, joyas, oro, etc. Nuestro carnicero, que ha ganado quinientos mil francos de una moneda cuya cotización en el extranjero (exactamente cero) conoce, le tiene menos aprecio a su dinero que un Péricand a sus propiedades, un Corbin 1 a su banco, etc. El mundo está cada vez más dividido entre los que poseen y los que no poseen. Los primeros no quieren soltar nada y los segundos quieren cogerlo todo. ¿Quién ganará?

Los hombres más odiados de Francia en 1942:

Philippe Henriot 2 y Pierre Laval. El primero como el tigre, el segundo como la hiena. Alrededor del uno se percibe el olor a sangre fresca y alrededor del otro, el hedor a carroña.

Mers-el-Kebir: estupor doloroso

Siria: indiferencia

Madagascar: indiferencia aún mayor. En suma, la única conmoción que cuenta es la primera. Uno se acostumbra a todo, a todo lo que se hace en la zona ocupada: las masacres, la persecución y el pillaje organizado son como flechas que se clavan en el barro… en el barro de los corazones.

Quieren hacernos creer que vivimos en una época comunitaria en la que el individuo debe perecer para que la sociedad viva, y no queremos ver que es la sociedad la que perece para que vivan los tiranos.

Esta época que se cree «comunitaria» es más individualista que la del Renacimiento o la de los grandes señores feudales. Todo ocurre como si en el mundo hubiera una suma de libertad y poder compartida tan pronto entre millones como entre uno solo y millones. «Tomad mis sobras», dicen los dictadores. De modo que no me vengan con el espíritu comunitario. Estoy dispuesto a morir, pero como francés y como racional quiero entender por qué muero, y yo, Jean-Marie Michaud 3, muero por P. Henriot, P. Laval y otros señores, del mismo modo que un pollo al que matan para servirlo en la mesa de esos traidores. Y yo sostengo que el pollo vale más que los que se lo comerán. Sé que soy más inteligente, mejor, más valioso a los ojos del bien, que los susodichos. Ellos tienen la fuerza, pero una fuerza temporal e ilusoria. Se la quitará el tiempo, una derrota, un capricho del destino, la enfermedad (como ocurrió en el caso de Napoleón)… Y la gente se quedará boquiabierta: «¿Cómo? -dirá-. ¿Y esto era lo que nos hacía temblar?» Tengo auténtico espíritu comunitario si defiendo mi parte y la de todos contra la voracidad. El individuo no tiene valor si no siente a los otros hombres. Pero que sean «los otros hombres», no «un hombre». La dictadura se funda en esa confusión. Napoleón sólo desea la grandeza de Francia, dice, pero le grita a Metternich: «la vida de millones de hombres me importa un comino».

Hitler: «No lucho por mí, sino por Europa» (empezó diciendo: «no lucho por el pueblo alemán»). Piensa como Napoleón: «la vida y la muerte de millones de hombres me importan un comino».

PARA TEMPESTAD EN JUNIO

Lo que necesitaría:

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1 Personajes de Suite francesa.

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2 Diputado católico por la Gironde, Philippe Henriot (1889-1944) fue uno de los propagandista más escuchados y más eficaces del régimen de Vichy. Miembro de la Milicia desde su creación en 1943, a principios de 1944 entró en el gobierno presidido por P¡erre Laval, en cuyo seno propugnó la colaboración a ultranza. Murió a manos de la Resistencia en junio de 1944.

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3 Personaje de la novela

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