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– En otoño cazará con los alemanes -repitió Benoît-, pero yo volveré a su parque y no pienso dejar liebre ni zorro con vida. Y ya pueden echarme los perros, los guardias y el administrador, que ya veremos quién es más listo, si ellos o Benoît Labarie. ¡Ya se han pasado todo el invierno detrás de mí, y aquí me tiene!

– No iré a buscar ni al administrador ni a los guardias, sino a los alemanes. A esos sí les tiene miedo, ¿eh? ¡Mucho fanfarronear, pero cuando ve un uniforme alemán agacha las orejas!

– ¿Eso cree? Sepa usted que yo a los boches los he visto de bien cerca, en Bélgica y en el Somme. ¡No como su marido! ¿Dónde ha luchado él? En los despachos, jodiendo a la gente…

– ¡Zafio patán!

– En Chalon-sur-Saône es donde estuvo su marido, desde septiembre hasta el día que llegaron los alemanes. Y entonces puso pies en polvorosa. ¡Esa ha sido su guerra!

– Es usted… ¡es usted un indeseable! Váyase o grito. Váyase o llamo.

– ¡Eso es, llame a los alemanes! Está muy contenta de tenerlos aquí, ¿verdad? Le hacen de policía, le vigilan las propiedades… Rece a Dios para que se queden mucho tiempo, porque el día que se vayan…

No acabó la frase. De pronto le arrebató los zuecos, la prueba inculpatoria que ella tenía en las manos, se los puso, se metió por un boquete del muro y desapareció. Casi de inmediato se oyeron los pasos de la patrulla alemana, que se acercaba.

«¡Oh, ojalá lo atrapen, ojalá lo maten! -se dijo la vizcondesa mientras corría hacia la casa-. ¡Qué tipejo! ¡Qué gentuza! ¡Qué chusma tan despreciable! ¡Eso es el bolchevismo! ¡Dios mío! ¿Hacia dónde va el pueblo? En tiempos de papá, cuando cogías a un furtivo en los bosques se echaba a llorar y te pedía perdón. Naturalmente, lo perdonabas. Papá, que era un trozo de pan, gritaba y se acaloraba, pero luego hacía que le sirvieran un vaso de vino en la cocina… ¡La de veces que lo vi de niña! Pero entonces los campesinos eran pobres. Es como si el dinero hubiera despertado todos sus malos instintos… "La casa llena a reventar de la bodega al granero" -se repitió la vizcondesa con indignación-. Bueno, y la suya ¿qué? ¡Si son más ricos que nosotros! ¿Qué quieren? Lo que pasa es que los carcome la envidia y la mala voluntad. Ese Labarie es un hombre peligroso. ¡Se ha jactado de venir a cazar a nuestro parque! Y eso significa que no ha entregado su escopeta… Es capaz de cualquier cosa. Si hace alguna barbaridad, si mata a un alemán, toda la región será responsable del atentado y el alcalde el primero… La gente como él es la causa de todas nuestras desgracias. Denunciarlo es un deber. Se lo haré entender a Amaury y… y si hace falta, iré yo misma a la Kommandantur. Merodea por los bosques en plena noche, con desprecio de las normas, tiene un arma de fuego… ¡Está acabado!»

La vizcondesa se precipitó en el dormitorio, despertó al vizconde, le relató lo ocurrido y concluyó:

– ¡Ya ves adónde hemos llegado! ¡Vienen a desafiarme, a robarme, a insultarme en mi propia casa! Pero bueno, eso sería lo de menos. ¿Voy a hacer caso yo de las injurias de un patán? Sin embargo, es un hombre peligroso. Es capaz de cualquier cosa. Estoy segura de que si no hubiera tenido la presencia de ánimo de callarme, si hubiera llamado a los alemanes que en ese momento pasaban por la carretera, se habría liado a puñetazos con ellos o incluso… -La vizcondesa soltó un chillido y palideció-. Tenía un cuchillo. ¡He visto brillar la hoja de un cuchillo, estoy segura! ¿Te imaginas lo que habría pasado a continuación? Un alemán asesinado en plena noche, en nuestro parque… A ver cómo demostrábamos luego que nosotros no habíamos tenido ninguna participación. Amaury, tu deber está muy claro. Hay que actuar. Ese hombre tiene armas en casa, puesto que se ha jactado de haber cazado en el parque durante todo el invierno… ¡Armas! ¡Cuando los alemanes están cansados de repetir que no seguirían tolerándolo! Si las tiene en casa es porque prepara algo, ¡un atentado, seguro! ¿Te das cuenta de la gravedad del asunto?

En la ciudad más cercana, un soldado alemán había muerto a manos de un desconocido y los notables (empezando por el alcalde) habían sido tomados como rehenes hasta que se descubriera al culpable. En un pueblecito que estaba a tan sólo once kilómetros, un chico de dieciséis años, borracho, le había propinado un puñetazo a un centinela que pretendía detenerlo tras el toque de queda. El muchacho había sido fusilado, pero ¡la cosa no había quedado ahí! Después de todo, si hubiera obedecido los reglamentos no le habría pasado nada; pero ¿qué culpa tenía el alcalde, que, como responsable de sus administrados, había estado a punto de correr su misma suerte?

– Un cuchillo -gruñó Amaury, pero la vizcondesa estaba sumida en sus elucubraciones-. Empiezo a creer -añadió vistiéndose con manos temblorosas (ya eran casi las ocho)-, empiezo a creer que no debería haber aceptado este cargo.

– Irás a poner una denuncia en la gendarmería, espero…

– ¿En la gendarmería? ¡Tú estás loca! Se nos echaría encima toda la comarca. Sabes tan bien como yo que para esta gente tomar lo que no se les quiere vender a cambio de dinero contante no es un robo. Es un escarmiento. Nos harían la vida imposible. No, me voy derecho a la Kommandantur. Les pediré que mantengan el asunto en secreto, lo que sin duda harán porque son discretos y comprenderán la situación. Registrarán la casa de los Labarie, no te quepa duda de que encontrarán el arma y…

– ¿Seguro que la encontrarán? Porque esa gente…

– Esa gente se cree muy lista, pero sus escondrijos los conozco Yo mejor que ellos. Fanfarronean en la taberna, después de beber. O es el granero, o es la bodega o es la pocilga de los cerdos. Detendrán a Benoît, y haré prometer a los alemanes que no lo castigarán severamente. Todo quedará en unos meses de cárcel. Nosotros nos libraremos de él durante ese tiempo y, cuando salga, te garantizo que estará más suave que un guante. Los alemanes saben cómo tratar a tipos así… Pero ¿qué diantre les pasa? -exclamó de pronto el vizconde, que estaba en camisa, haciendo oscilar los faldones alrededor de sus desnudas piernas-. ¿Qué demonio llevan en el cuerpo? ¿Por qué no pueden estarse quietos? ¿Qué se les pide? Que se callen, que estén tranquilos. ¡Pues no! ¡A protestar, a despotricar, a fanfarronear! ¿Y qué sacan con eso, dime? Nos han derrotado, ¿verdad? Pues a aguantar mecha. Cualquiera diría que lo hacen adrede, para fastidiarme. Con los esfuerzos que me ha costado estar a bien con los alemanes… Date cuenta de que no hemos tenido que meter a ninguno en nuestra casa. Es un gran favor. Y, en fin, en cuanto al municipio… hago todo lo que puedo, me desvivo por la gente… Los alemanes se muestran correctos con todo el mundo. Saludan a las mujeres, acarician a los niños… y pagan religiosamente. Pues bien, ¡todavía no estamos contentos! ¿Qué queremos? ¿Que nos devuelvan Alsacia y Lorena? ¿Que se constituyan en República y nombren presidente a Léon Blum? ¿Qué? ¿Qué?

– No te sulfures, Amaury. Mira lo tranquila que estoy yo. Cumple con tu deber sin esperar otra recompensa que la del cielo. Créeme, Dios lee en nuestro corazón.

– Lo sé, lo sé, pero aún así es muy duro -repuso el vizconde con amargura, y soltó un suspiro.

Y sin perder el tiempo en desayunar (tenía un nudo en la garganta y no habría podido tragar ni una miga de pan, le dijo a su mujer), salió de casa y, con la mayor discreción, fue a pedir audiencia a la Kommandantur.

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