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Era preferible poner cierta distancia entre ella y Quinn. Sería mejor olvidar el pasado. Olvidar aquel beso en la cocina. Olvidar cómo él la tocaba con manos que la hacían arder de deseo y volver a sentirse mujer.

Aún sentía el contacto de su mano en la mejilla, y deseaba mucho más.

Cerró la puerta de la cabaña y él se quedó fuera. Sus emociones estaban demasiado vivas, demasiado a flor de piel. Tenía que guardar sus distancias. Porque sabía que Quinn podía volver a romperle el corazón con mucha facilidad.

Quinn marcó el número de Olivia en cuanto entró en su habitación de la hostería. Pero no conseguía sacarse a Miranda de la cabeza.

Lo estaba volviendo loco. No podía parar de pensar en ella, no quería parar. Ansiaba poder sentarse con ella y tener una larga conversación. Pero Miranda no era el tipo de mujer que se entregara a conversaciones razonables. Actuaba por instinto y reaccionaba a partir de sus emociones.

Él le había explicado con abundancia de detalles su actuación en Quantico en una carta que ella le devolvió sin abrir. Intentó hablar con ella. Ahora tenía que encontrar una manera de que le escuchara. Si encontraba las palabras adecuadas, sabía que ella le entendería y lo perdonaría. Pero tanto su propia decisión hace años, como la posterior reacción de Miranda, magnificada, habían tejido una enorme red de sentimientos complejos que él no sabría desenmarañar.

Quinn estaba muy orgulloso de todo lo que Miranda había logrado en diez años, tanto profesional como personalmente. Sin embargo, la figura del Carnicero seguía persiguiéndola, y ella no dejaba que nadie cruzara ese umbral para ayudarle.

Se pasó una mano por el pelo mientras paseaba por la amplia habitación.

Había que joderse. Vaya mujer. ¿Acaso no acababa de decirle que nunca dejaría de amarla? Y ella se había ido como si nada.

¿Acaso no le creía? Él nunca le había mentido aunque, considerando lo vivido en el pasado, quizás ella dudaba de su sinceridad. ¿Cómo podía convencerla?

Quizás había cometido un gran error diez años antes, cuando le había dejado todo el espacio que pedía. La había respetado demasiado. Debería haberla visitado en persona, explicarle sus razones con claridad y decirle cuánto la amaba. Todas las veces que fuera necesario, hasta que ella le hubiera creído. Cuando no devolvió las llamadas por teléfono, pensó que su mejor alternativa era escribirle aquella carta.

Se equivocó. La única manera de tratar con Miranda era cara a cara.

– ¿Hola? Quinn, ¿eres tú? -La voz en el teléfono lo sobresaltó. Él sacudió la cabeza para despejársela.

– Lo siento, Liv, estaba soñando despierto.

– ¿Despierto? Son las once de la noche.

– ¿Te he despertado?

– No, ¿te puedo ayudar en algo?

Olivia era siempre una mujer seria, según dictaban las reglas. Él admiraba su inquebrantable devoción hacia su trabajo como técnico de laboratorio. No se le escapaba ningún detalle de la investigación forense.

– ¿Has encontrado algo?

– Sólo llevo un día aquí. Las pruebas de laboratorio tardan su tiempo. -Lo dijo como si él debiera saberlo, y así era. Pero, joder, él quería toda la información ahora. ¿De qué servía poder tirar ciertos hilos si esos hilos no rendían un resultado inmediato?

– Lo siento -farfulló Quinn.

– Vale.

– ¿Es un sarcasmo? -preguntó él, con tono jocoso.

– Estoy cansada. Aquí en Virginia es la una de la madrugada.

– Se me ha olvidado. Te dejo.

– Hay una cosa.

Quinn dejó de pasearse.

– ¿Qué?

– Hay una muestra de tierra que parece… no sé, diferente.

– ¿Tierra? ¿De dónde?

– Espera un momento. -Quinn oyó un ruido de fondo, como si Olivia revisara unos papeles -. Aquí lo tengo. Tenemos diez muestras de tierra tomadas de la barraca donde estuvo secuestrada Rebecca, cada una de un lugar diferente y de la zona inmediatamente circundante. Dos de las muestras del interior son diferentes de la muestra de tierra tomada fuera.

– ¿Diferente? ¿En qué sentido?

– Se ve a primera vista. En primer lugar, es roja. No recuerdo haber leído que la tierra de Montana fuera roja. Y el hecho de que no coincidiera con la tierra del exterior me disparó la alarma. Pero ésta no es mi especialidad. He mandado una muestra a Quantico para que la analicen.

– ¿Roja? ¿Cómo rojo de sangre? ¿De camión de bomberos?

– No, más bien como rojo ladrillo.

– ¿Ladrillo?

– Pero más ligera que la tierra.

– Me he perdido, Liv.

Ella se echó a reír y Quinn sonrió. Olivia no solía reír, pero cuando reía, su calidez alcanzaba a todo el que la escuchaba.

– Del color del ladrillo, pero con una textura más parecida a la arcilla que a la tierra. La arcilla es muy fina, pero cuando se moja las partículas se unen.

– ¿Como en la alfarería? -preguntó él frunciendo el ceño, intentando imaginar lo que le explicaba Olivia.

– Es el mismo principio, pero éste es un tipo de arcilla muy diferente.

– ¿Cuándo lo sabrás? ¿Puedes señalar con precisión de dónde pudo venir? -Estaba a punto de hacer otras diez preguntas cuando Olivia lo interrumpió.

– Lo he mandado lo más rápido posible, Quinn, pero la muestra está en manos de Federal Express y mi gente no puede hacer nada hasta que la reciban.

– Lo siento. Pero da la impresión de que es la mejor pista que tenemos.

– Lo sé. He estado leyendo todos los expedientes que me dejaste -dijo, y guardó silencio un momento-. ¿Cómo está Miranda?

– Está bien.

– ¿Y?

– Ya conoces a Miranda. Está trabajando demasiado, no come lo suficiente. Pero es muy buena en su trabajo. Sólo quisiera que no sufriera tanto. -Se dejó caer en la cama y se quedó con la mirada clavada en los pies, pero viendo sólo cómo los ojos azul oscuro de Miranda se llenaban de todo el dolor del mundo.

– ¿Quinn?

– Sí.

– Todavía la amas.

– Lo sé.

– ¿Se lo has dicho?

– Sí.

– ¿Y?

– Le da igual. Le hice daño, Liv. No quería, pero me vi obligado a hacerlo.

– ¿Se lo puedes explicar a Miranda?

– Lo he intentado -dijo Quinn. Daba la impresión de estar a la defensiva.

– Sí, recuerdo que lo intentaste entonces, cuando todo estaba en carne viva y era un asunto muy emocional. Y ahora, ¿qué?

– Nada ha cambiado, Liv. He intentado hablar con ella dos veces, pero me rehúye. No quiere escucharme.

– Oblígala a escucharte.

– Maldita sea, lo he intentado.

– Inténtalo de nuevo.

A pesar de que Nick había trazado una meticulosa cuadrícula en su mapa, casi se pasó del desvío que llevaba a la cabaña del juez Parker.

Las ramas colgantes de unos árboles gruesos rozaron el techo de su todoterreno cuando subió por la empinada cuesta. Las luces de sus faros iluminaban justo el trozo de delante, pero el estrecho camino de grava estaba flanqueado por gruesos arbustos y enredaderas que rascaban ambos lados del coche al pasar.

Una hora antes, Nick había estado sentado a la mesa de su cocina comiendo un plato de comida preparada mientras revisaba los mapas y los documentos de propiedad que había copiado del Registro. Tenía que situar los lindes de esa cabaña en concreto en el mapa. De pronto lo vio claro. Aquella propiedad estaba situada en el centro de un círculo de unos veinticinco kilómetros y destacaba como si fuera el blanco central. La cabaña era la única construcción accesible a pie a partir de las escenas de todos los crímenes que habían descubierto. Si bien parte del terreno era peligroso y se podía tardar horas, un excursionista con experiencia podía conseguirlo.

Por su forma física, el Carnicero podía permitírselo.

Nick pisaba terreno peligroso. La cabaña era propiedad del juez Richard Parker.

Aunque su intuición fuera acertada y la cabaña fuera un punto de descanso para el Carnicero, eso no significaba que el Juez Parker estuviera enterado. Aquel hombre era dueño de una propiedad de cuatro mil hectáreas. Era imposible mantener una vigilancia que abarcara toda esa extensión.

Nick no se podía permitir que uno de los hombres más poderosos de Montana se volviera contra él o contra la Oficina del Sheriff. Era preferible investigar la cabaña en secreto, y luego informar en caso de que descubriera algo.

Tampoco pensaba encontrarse con nadie. Sólo quería confirmar que existía y echar una mirada. Si encontraba pruebas de que había intrusos o de que hubiera sido habitada recientemente, traería a un equipo de investigadores y hablaría con Parker.

El juez no declaraba la propiedad como fuente de ingresos, pero eso no significaba gran cosa. Podía alquilarla a amigos los fines de semana, o quizá la usara él. La había heredado de su padre, según los registros patrimoniales. Aquella cabaña en concreto estaba situada en el culo del mundo, como muchas casas de vacaciones en el sudoeste de Montana.

Si Nick no se hubiera pasado cinco horas en el Registro de la Propiedad examinando todas las propiedades registradas en un radio de quince kilómetros del lugar donde había aparecido cada víctima conocida, nunca se habría fijado en esa cabaña.

Llamó a Quinn cuando se acercaba al desvío de la Hostería Gallarín para saber si quería acompañarlo. Pero contestó el buzón de voz y Nick no dejó mensaje. Ir hasta Big Sky era un capricho, porque era probable que su corazonada no llevara a ninguna parte. Después de pasar los últimos días zarandeado por la prensa, prefería que su hipótesis fuera un secreto hasta tener alguna prueba.

Al final, descartó las dudas y continuó subiendo los tres kilómetros sinuosos que quedaban por el camino estrecho y lleno de arbustos.

Tras un giro brusco, desembocó directamente en el garaje de la cabaña, y aunque Nick esperaba encontrarla de un momento a otro, lo cogió por sorpresa. Frenó de golpe y apagó las luces al mismo tiempo.

Apagó el motor y bajó de la camioneta. Al sentir el aire frío se abrigó cerrándose el anorak. Desde que el sol se había puesto, la temperatura rondaba los diez grados. La previsión del tiempo calculaba unas mínimas de cinco. Se encogió de frío pensando en Ashley van Auden.

En la época en que era pareja con Miranda, Nick se dio cuenta de que a ella le pasaba algo con el calor. Se daba unas duchas con agua que habrían escaldado a cualquiera. Se abrigaba cuando hacía buen tiempo. Siempre llevaba mantas y café caliente en el coche. Durante mucho tiempo, Nick lo había visto como costumbres muy especiales. Nunca lo relacionó con la agresión del Carnicero hasta una noche, poco antes de que se separaran.

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