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Capítulo 12

Los amigos son de formas y tamaños distintos, todo el mundo lo sabe, así que ¿por qué no iba a suceder lo mismo con los amigos «imaginarios»? Elizabeth estaba equivocada. En realidad Elizabeth estaba completamente equivocada, porque, que yo supiera, ella no tenía ningún amigo. Tal vez se debiera a que sólo buscaba a mujeres de treinta y cuatro años que tuvieran el mismo aspecto que ella, la misma forma de vestir y comportarse. A juzgar por la expresión de su rostro al ver el dibujo, pensaba que Luke tendría que haber encontrado a alguien exactamente igual que él. Y ésa no es manera de hacer amigos.

Lo que importa no es el aspecto que tengamos, sino el papel que desempeñamos en la vida de nuestro amigo íntimo. Los amigos eligen a determinados amigos porque éstos son la clase de compañero que buscan en un momento dado, no porque tengan la estatura, la edad o el color de pelo correctos. No siempre se da el caso, pero con frecuencia ésa es la razón por la que Luke, por ejemplo, me ve a mí y no vería a mi colega Tommy, que aparenta tener seis años y a quien la nariz le moquea sin parar. O sea, no veo que haya ningún otro hombre que se relacione con Luke, ¿vosotros sí? El hecho de ver amigos «imaginarios» no significa que los veas a todos. Tienes la capacidad de verlos a todos, pero como los seres humanos sólo utilizamos el diez por ciento del cerebro, poseemos un sinfín de habilidades que no aprovechamos. Nuestros ojos verían multitud de cosas maravillosas si realmente enfocaran como es debido. La vida es como una especie de cuadro. Un cuadro abstracto realmente estrambótico. Puedes mirarlo y pensar que no es más que un manchón. Y puedes seguir viviendo toda tu vida creyendo que no es más que un manchón. Pero si lo miras de verdad, si lo enfocas bien y usas la imaginación, la vida puede dar mucho más de sí. Porque de hecho el cuadro quizá represente el mar, el cielo, personas, edificios, una mariposa posada en una flor o cualquier otra cosa excepto el manchón que una vez estuviste convencido que era.

Después de lo ocurrido en la oficina de Elizabeth yo necesitaba convocar una reunión de emergencia. Llevo años haciendo este trabajo y creía que ya lo había visto todo, pero resultaba obvio que no estaba en lo cierto. Que Saoirse me viera y me hablara me había dejado verdaderamente perplejo. Quiero decir que era algo completamente inaudito. Bueno, Luke podía verme, pero eso era normal. Elizabeth tenía una especie de presentimiento de mi existencia, cosa harto extraña de por sí, pero a la que me estaba comenzando a acostumbrar. Ahora bien, que Saoirse me viera ya era harina de otro costal. Por supuesto era corriente ser visto por más de una persona durante un trabajo, pero nunca por un adulto y mucho menos por dos. El único amigo de la empresa que trataba con adultos era Olivia, pero eso no obedecía a ninguna clase de regla, sino simplemente a lo que le ocurría constantemente. Debo confesar que estaba confundido, de modo que pedí a «la jefa» que convocara a todos los sospechosos habituales para celebrar una reunión no programada.

Nuestras reuniones se organizaban para comentar cómo marchaba la tarea de cada uno de nosotros y dar vueltas a algunas ideas y sugerencias para ayudar a quienes se encontraban atascados. Yo nunca había tenido que convocar una para mi provecho, por eso me consta que la jefa se quedó asombrada cuando lo hice. El nombre que habíamos dado a esta clase de reuniones era «ensalada de sugerencias», porque todos podíamos proponer ideas que hicieran más fácil nuestra situación de «amigos imaginarios», como nos llamaban la gente y los medios de comunicación.

Las seis personas que se reúnen son las más veteranas de la empresa. Cuando llegué a la sala de «ensalada de sugerencias», todos estaban riendo y bromeando. Saludé a la concurrencia y nos sentamos a esperar a la jefa. No nos instalamos en torno de largas mesas de reuniones con sillones de cuero en una sala de juntas sin ventanas. Nuestro planteamiento es mucho más desenfadado y lo cierto es que tiene un efecto mucho más positivo, porque cuanto más a gusto nos sentimos, más podemos aportar. Nos sentamos en círculo en asientos cómodos. El mío es un saco de alubias. El de Olivia una mecedora. Sostiene que así le resulta más fácil hacer labor de punto.

La jefa no es nada autoritaria, pero nos gusta llamarla así. En realidad es una de las personas más buenas, simpáticas y amables que uno puede llegar a conocer en toda su vida. Y ella sí que ha visto cuanto hay que ver: sabe todo lo que puede saberse acerca de cómo ser un amigo íntimo. Es paciente y afectuosa, escucha con atención y es capaz de percibir como nadie lo que la gente no dice. Se llama Opal y es encantadora. Cuando entró en la habitación llevaba una túnica morada y las guedejas rizadas al estilo rastafari recogidas en media cola de caballo para apartarlas de la cara. Toda ella iba cubierta de diminutas cuentas chispeantes que resplandecían al moverse, llevaba una hilera de margaritas clavada en el pelo a modo de tiara y cadenetas de margaritas le adornaban el cuello y las muñecas. Unas gafas redondas con los cristales tintados de morado se apoyaban en su nariz y, cuando sonreía, el rayo de luz que desprendía habría bastado para guiar a los barcos hasta la orilla en la noche más oscura.

– Bonito aderezo de margaritas, Opal -dijo Caléndula dulcemente a mi lado.

– Gracias, Caléndula -respondió Opal sonriendo-. La pequeña Tara y yo lo hemos hecho esta mañana en el jardín. Vas de punta en blanco hoy. Qué color tan bonito.

Caléndula sonrió radiante. Hace siglos que ejerce de amiga íntima, igual que yo, pero aparenta tener la misma edad que Luke. Es menuda, rubia y de voz dulce. Para la ocasión se había peinado con tirabuzones y lucía un vestido amarillo de verano con lazos a juego en el pelo. Calzaba relucientes y nuevos zapatos blancos que balanceaba sentada en su silla de madera hecha a mano. Aquella silla pintada de amarillo con corazones y barras de caramelo siempre me recordaba una silla de Hansel y Gretel.

– Gracias, Opal. -Las mejillas de Caléndula se sonrosaron-. Después de la reunión iré a merendar con mi nueva amiga íntima.

– Caramba-Opal levantó las cejas, impresionada-, qué bien. ¿Dónde será?

– En el jardín de atrás. Ayer le regalaron un juego de té por su cumpleaños -respondió Caléndula.

– Bonito regalo. ¿Qué tal van las cosas con la pequeña Maeve?

– Muy bien, gracias.

Caléndula bajó la vista a su regazo. La charla de los demás asistentes se fue apagando y toda la atención se centró en Opal y Caléndula. Opal no era la clase de persona que pedía a todo el mundo que se callara para comenzar la reunión. Siempre la comenzaba sin levantar la voz, sabiendo que los demás pronto terminarían sus conversaciones y se dispondrían a participar, cada cual en su momento. Siempre decía que lo único que necesitaban todas las personas era tiempo y que entonces eran capaces de entenderlo casi todo por sí mismas.

Opal seguía observando cómo Caléndula jugueteaba con una cinta de su vestido.

– ¿Maeve sigue mangoneándote, Caléndula?

Caléndula asintió torciendo el gesto con tristeza.

– Sigue diciéndome todo el rato lo que tengo que hacer, y cuando rompe algo y sus padres se enfadan me echa la culpa a mí.

Olivia, una amiga íntima de aspecto avejentado que se balanceaba en su mecedora mientras hacía punto, chasqueó sonoramente la lengua en señal de desaprobación.

– Sabes por qué Maeve hace eso, ¿verdad Caléndula? -preguntó Opal en voz baja.

Caléndula asintió con la cabeza y dijo:

– Me consta que tenerme a mano le brinda la oportunidad de ser la que manda y está reflejando el comportamiento de sus padres. Entiendo por qué lo hace y la importancia de que lo haga, pero esa clase de trato un día tras otro a veces resulta un tanto descorazonador.

Los demás le dimos la razón. Todos habíamos estado en su situación en algún momento. A la mayoría de los niños pequeños les gustaba mangonearnos, seguramente porque con nosotros no temían suscitar represalias.

– En fin, ya sabes que no lo seguirá haciendo durante mucho más tiempo, Caléndula-dijo Opal en tono alentador, y Caléndula asintió con la cabeza y sus tirabuzones se balancearon.

– Bobby. -Opal se volvió hacia un chiquillo sentado en un monopatín con la visera de la gorra hacia atrás. Había estado moviendo la tabla adelante y atrás mientras escuchaba la conversación. Al oír su nombre se detuvo-. Tendrías que dejar de jugar a juegos de ordenador con el pequeño Anthony. Sabes por qué, ¿verdad?

El chiquillo con cara de ángel asintió con la cabeza y cuando habló su voz sonó mucho más adulta que sus aparentes seis años.

– Bueno, porque Anthony sólo tiene tres años y no debería verse obligado a ajustarse a papeles de uno y otro sexo. Necesita juguetes que le permitan tener el control, utilizar su inventiva y que sirvan para más de una cosa. Un exceso de juguetes técnicos atrofiaría su desarrollo psicológico.

– ¿Con qué clase de cosas crees que podríais jugar? -preguntó Opal.

– Bueno, voy a dedicarme a jugar…, bueno, con nada, en realidad, así podremos hacer teatro improvisado o usar cajas, utensilios de cocina o esos tubos de cartón que hay dentro de los rollos de papel higiénico.

Todos reímos al oír esto último. Los rollos de papel higiénico son mi favorito absoluto. Puedes hacer un montón de cosas con ellos.

– Muy bien, Bobby. Procura no olvidarlo cuando Anthony intente hacerte jugar con el ordenador otra vez. Tal como hace Tommy con… -Se calló sin acabar la frase mirando en derredor-. Por cierto, ¿dónde está Tommy?

– Siento llegar tarde -dijo una voz desde la puerta. Tommy irrumpió en la sala con los hombros hacia atrás y balanceando los brazos como haría un hombre cincuenta años mayor que él. Tenía mugre por toda la cara, manchas de hierba en las rodillas y las espinillas, cortes, costras y barro en los codos. Se desplomó en su saco de alubias imitando el ruido de un choque con la boca.

Opal se rió.

– Bienvenido, Tommy. Parece que has estado muy ocupado.

– Pues sí -contestó Tommy muy gallito-. He estado con John en el parque desenterrando larvas.

Se limpió los mocos de la nariz con el brazo desnudo.

– ¡Ees!

Caléndula arrugó la nariz con cara de asco y arrimó su asiento al de Ivan.

– No pasa nada, princesa.

Tommy le guiñó el ojo a Caléndula apoyando los pies en la mesa que tenía delante y en la que había refrescos con gas y galletas de chocolate. Caléndula apartó la vista de él y la fijó en Opal.

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