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Capítulo 11

El silbido del agua hirviendo en el fogón devolvió a Elizabeth de golpe al presente. Cruzó la cocina a la carrera para levantar la cazuela del hornillo y bajó el fuego. Revolvió el guiso de pollo con verduras preguntándose dónde tenía la cabeza.

– Luke, la cena está lista -llamó.

Después del trabajo había ido a buscar a Luke a casa de su padre, pese a no estar ni mucho menos de humor para conducir por aquella carretera después de haber sollozado en la oficina. No había llorado en años. No sabía qué le estaba pasando últimamente. La mente se le iba a la deriva y ella nunca iba a la deriva. Siempre era la misma, tenía ideas estables y controladas y era siempre constante, nunca se detenía. Nada que ver con su conducta de aquel día en la oficina.

Luke entró en la cocina arrastrando los pies. Ya llevaba puesto su pijama de Spiderman. Miró tristemente la mesa.

– No le has puesto plato a Ivan otra vez.

Elizabeth abrió la boca para protestar, pero se contuvo a tiempo al recordar los consejos que había leído en los websites.

– Vaya, ¿en serio?

Luke la miró sorprendido.

– Perdona, Ivan -dijo sacando un tercer plato del armario. «Qué manera de desperdiciar la comida», pensó sirviendo brécol, coliflor y patatas en su plato-. Seguro que no le gusta el pollo, así que tendrá que conformarse con esto.

Puso el plato de verdura frente al suyo propio.

Luke negó con la cabeza.

– No, me ha dicho que el pollo le gusta mucho.

– A ver si lo adivino -dijo Elizabeth cortando una punta de su trozo-, el pollo es su favorito.

Luke sonrió.

– Dice que es su carne de ave favorita.

– Pues eso.

Elizabeth puso los ojos en blanco. Miró el plato de Ivan preguntándose cómo demonios se las arreglaría Luke para comerse un segundo plato de verdura. Bastante trabajo le costaba ya conseguir que se tomara el suyo.

– Ivan me ha dicho que hoy se ha divertido mucho en tu oficina -dijo Luke, y tomó un bocado de brécol que masticó deprisa con una mueca de asco. Tragó enseguida y bebió un poco de leche.

– ¿Ah, sí? -Elizabeth sonrió-. ¿Y qué le ha divertido tanto en la oficina?

– Lo pasó en grande con la silla giratoria -contestó Luke mientras pinchaba una patata.

Elizabeth dejó de comer y miró a Luke.

– ¿Qué quieres decir?

Luke se metió la patata en la boca y comenzó a mascarla.

– Dice que dar vueltas en la silla de Poppy es su diversión favorita.

Por una vez Elizabeth hizo caso omiso al hecho de que estuviera hablando con la boca llena.

– ¿Has hablado con Poppy hoy?

Luke adoraba a Poppy y a veces charlaba con ella cuando Edith llamaba a la oficina para consultar algún pormenor con Elizabeth. El niño se sabía de memoria el número de la oficina de Elizabeth, pues ésta había insistido en que lo aprendiera en cuanto supo los números, de modo que era harto probable que hubiese llamado porque echara de menos sus breves charlas con Poppy mientras Edith estaba ausente. Tenía que haber sido eso, pensó aliviada.

– No.

– ¿Has hablado con Becca?

– No.

De repente el pollo le supo a cartón. Lo engulló enseguida y dejó los cubiertos en el plato. Se quedó ensimismada mirando cómo comía Luke. Tal como era de esperar, el plato de Ivan seguía intacto.

– ¿Has hablado con Saoirse hoy? -preguntó escrutando su semblante. Se preguntó si la breve actuación de Saoirse en la oficina guardaría alguna relación con la nueva obsesión de Luke con Ivan. Conociendo a su hermana como la conocía, no sería de extrañar que se mofara de ella si se hubiese enterado de la existencia de un amigo invisible.

– No.

Quizá sólo fuese mera coincidencia. Quizá Luke simplemente había adivinado lo de la silla giratoria. Quizá, quizá, quizá. ¿Adonde habían ido a parar todas sus certidumbres de repente?

– No juegues con la verdura, Luke. Ivan me ha dicho que te dijera que es muy buena para tu salud.

Tal vez podría servirse de Ivan en beneficio propio.

Luke se echó a reír.

– ¿De qué te ríes?

– Ivan dice que todas las mamas se aprovechan de él para hacer que sus hijos coman verdura.

Elizabeth enarcó las cejas y sonrió.

– Bueno, puedes decirle a Ivan que eso es porque las mamás saben mucho. -Su sonrisa se desvaneció: bueno, algunas mamás, al menos.

– Díselo tú misma -rió Luke.

– De acuerdo. -Elizabeth miró la silla vacía que tenía enfrente-. ¿De dónde eres, Ivan? -preguntó inclinándose hacia delante y hablando como si se dirigiera a un niño.

Luke comenzó a reírse de ella y Elizabeth se sintió estúpida.

– Es de Aisatnaf.

Ahora fue Elizabeth quien se rió.

– Vaya, ¿de veras? ¿Y dónde queda eso?

– Muy lejos -dijo Luke.

– ¿Cómo de lejos? ¿Lejos como Donegal? -sonrió.

Luke se encogió de hombros, aburrido de la conversación.

– Oye -Elizabeth miró a Luke-, ¿cómo has hecho eso?

– ¿Hacer qué?

– Coger una patata del plato de Ivan.

– Yo no he cogido nada. -Luke frunció el ceño-. Se la ha comido él.

– No digas ton… -se interrumpió.

Un rato después Luke estaba tendido en el suelo de la sala de estar tarareando aquella dichosa canción mientras Elizabeth tomaba una taza de café y miraba la televisión. Hacía mucho tiempo que no estaban así. Por lo general cada cual hacía su vida después de cenar. Por lo general no conversaban tanto durante las comidas, pero, además, por lo general Elizabeth no seguía la corriente a Luke participando en juegos estúpidos. Comenzó a lamentar lo que había hecho. Observó a Luke, que pintaba con los lápices en el suelo. Ella había extendido una estera para que no ensuciara la alfombra y, aunque detestaba que se entretuviera con sus juguetes fuera del cuarto de jugar, la alegraba que estuviera jugando con juguetes que al menos podía ver. «No hay mal que por bien no venga», se dijo. Volvió a prestar atención a su programa sobre reformas del hogar.

– Elizabeth.

Notó los golpecitos de un dedo infantil en el hombro.

– Dime, Luke.

– He dibujado esto para ti. -Le tendió un dibujo pintado con vivos colores-. Somos Ivan y yo jugando en el jardín.

Elizabeth sonrió y estudió el dibujo. Luke había escrito sus nombres encima de dos monigotes, pero lo que la sorprendió fue la estatura de Ivan. Era el doble de alto que Luke y llevaba una camiseta azul, téjanos y zapatos azules y tenía el pelo negro y unos grandes ojos azules. Lo que parecía una barba negra de tres días le reseguía la mandíbula, y daba la mano a Luke sonriendo de oreja a oreja. Se quedó perpleja, sin saber qué decir. ¿Acaso el amigo imaginario de Luke no debería tener la misma edad que él?

– Caramba, Ivan es muy alto para tener sólo seis años, ¿verdad?

Quizá lo había dibujado tan grande porque era muy importante para él, razonó.

Luke se revolcó por el suelo riendo.

– Ivan siempre dice que seis años no son pocos años y, además, él no tiene seis -soltó otra carcajada-. ¡Es tan mayor como tú!

Elizabeth abrió mucho los ojos, horrorizada. ¿Mayor como ella? ¿Qué clase de amigo imaginario había creado su sobrino?


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