– ¿Te pasa algo malo? -preguntó una voz desde la puerta del patio trasero.
Elizabeth estaba sentada a la mesa de la cocina con la cabeza en las manos y tan quieta como el lago Muckross en un día de calma.
– Jesús -dijo Elizabeth entre dientes sin levantar la vista y preguntándose cómo era que Ivan siempre se las arreglaba para aparecer cuando menos lo esperaba y más le necesitaba.
– ¿Jesús? ¿Te está él mortificando?
Ivan entró en la cocina. Elizabeth levantó la cara de las manos.
– En realidad es con su padre con quien realmente tengo un conflicto.
Ivan dio otro paso hacia ella; tenía la habilidad de traspasar los límites, pero nunca de una manera amenazante o entrometida.
– Eso suele ocurrir.
Elizabeth se enjugó los ojos con un pañuelo de papel arrugado y manchado de rimel.
– ¿No trabajas nunca?
– Trabajo sin parar. ¿Puedo? -dijo señalando la silla enfrente de la suya. Elizabeth asintió con la cabeza.
– ¿Sin parar? ¿Entonces esto es trabajo para ti? ¿No soy más que otro caso perdido a quien te toca atender hoy? -preguntó Elizabeth con sarcasmo, atrapando una lágrima a media mejilla con el pañuelo de papel.
– De perdida no tienes nada, Elizabeth. No obstante, eres un caso; ya te lo he dicho -dijo Ivan seriamente.
Elizabeth se echó a reír.
– Una chiflada.
Ivan se mostró triste. Incomprendido otra vez.
– ¿Este es tu uniforme? -preguntó Elizabeth indicando su atuendo. Ivan se miró a sí mismo un poco sorprendido-. Siempre te he visto con esa misma ropa -prosiguió ella sonriendo-, o sea que o bien es un uniforme o bien no eres muy higiénico y te falta imaginación.
Ivan abrió mucho los ojos.
– Vamos, Elizabeth, imaginación tengo de sobra. -Sin darse cuenta de lo que había dado a entender, agregó-: ¿Quieres que hablemos de por qué estás tan triste?
– No, siempre hablamos de mí y de mis problemas -replicó Elizabeth- Hablemos de ti, un poco para variar. ¿Qué has hecho hoy? -preguntó tratando de animarse. Parecía que hubiese transcurrido mucho tiempo desde que había besado a Ivan en la calle mayor aquella mañana. Llevaba todo el día pensando en ello y le preocupaba quién los habría visto, pero asombrosamente, tratándose de un pueblo que se enteraba de todo antes que el programa Sky News, nadie había dicho ni pío acerca del hombre misterioso.
Deseosa de volver a besar a Ivan y temerosa de ese anhelo, había intentado adormecer en su corazón cualquier sentimiento hacia él, pero no lo había conseguido. Había en Ivan algo puro y sin tacha y, no obstante, era un hombre de carácter y buen conocedor de la vida. Era como una droga que ella sabía que no debía tomar pero que la hacía regresar una y otra vez a nutrir su adicción. Cuando la fatiga se apoderó de ella al final del día, el recuerdo del beso se convirtió en un consuelo y su desazón se esfumó. Lo único que quería ahora era repetir aquel momento durante el que sus problemas habían desaparecido.
– ¿Qué he hecho hoy? -Ivan hizo girar los pulgares y pensó en voz alta-. Bueno, hoy he dado un buen toque de diana a todo Baile na gGroíthe, he besado a una mujer preciosa y luego me he pasado el resto del día sin lograr hacer otra cosa que pensar en ella.
El rostro de Elizabeth se iluminó y los penetrantes ojos azules de Ivan le caldearon el corazón.
– Y como no podía dejar de pensar -prosiguió Ivan-, pues me he pasado el día sentado pensando.
– ¿Sobre qué?
– ¿Aparte de la mujer preciosa?
– Aparte de ella. -Elizabeth desplegó una amplia sonrisa.
– Mejor no te lo cuento.
– Podré soportarlo.
Ivan no las tenía todas consigo.
– Vale, si de verdad quieres saberlo -suspiró profundamente-, he estado pensando en los Borrowers.
Elizabeth frunció el ceño.
– ¿Qué?
– Los Borrowers -repitió Ivan con aire pensativo.
– ¿El programa de televisión? -exclamó Elizabeth, airada. Se había dispuesto a oír dulces susurros sobre naderías como hacían en las películas, no aquella improvisada conversación falta de amor.
– Sí-Ivan puso los ojos en blanco sin reparar en el tono de Elizabeth-, si quieres referirte a ese aspecto comercial de su carrera. -Parecía enojado-. Pero después de pensar largo y tendido acerca de ellos he llegado a la conclusión de que no tomaban prestado. [3]
Lo que hacían era robar. Robaban descaradamente, y todo el mundo lo sabe, pero nadie dice nada al respecto. Tomar prestado significa hacer uso de algo que pertenece a otro y luego devolvérselo. Vamos a ver, ¿cuándo les has visto devolver algo? No recuerdo que Pocho devolviera nada a los Prestamistas. Sobre todo la comida. ¿Cómo vas a pedir que te presten comida? Te la comes y desaparece; no se puede devolver. Al menos cuando tomas la cena sabes adonde va. -Se apoyó en el respaldo y cruzó los brazos con aire enojado-. Y consiguen que hagan una película sobre ellos, un atajo de ladrones, mientras que nosotros… No hacemos más que el bien, pero nos etiquetan como producto de la imaginación de la gente y todavía somos -hizo una mueca e indicó las comillas con los dedos- «invisibles». Por favor…
Elizabeth lo contempló con la boca abierta.
Hubo un largo silencio mientras Ivan recorría con la vista la cocina meneando con enfado la cabeza. Luego volvió su atención hacia Elizabeth.
– ¿Qué te parece?
Silencio.
– Bueno, no importa -comentó él agitando la mano como para desechar el asunto-. Ya te dije que era mejor que no te lo contara. Dejemos, pues, mis problemas. Dime, ¿qué es lo que ha ocurrido?
Elizabeth hizo una profunda inspiración. La cuestión de Saoirse le hizo olvidar la charla desconcertante sobre los Borrowers.
– Saoirse ha desaparecido. Joe, el hombre que sabe todo lo que sucede en Baile na gCroíthe, me ha dicho que se ha marchado con el grupo con el que se juntaba. Él lo ha sabido a través de un pariente del tipo que era la pareja de mi hermana. Pero ella lleva tres días sin aparecer y nadie sabe adonde se han ido.
– ¡Oh! -exclamó sorprendido Ivan-. Y yo venga a darte la lata con mis problemas. ¿Se lo has comunicado al garda í ?
– Tuve que hacerlo -contestó Elizabeth con tristeza-. Me sentí como una soplona, pero la policía debe saberlo por si acaso Saoirse no se presenta a la vista que tendrá lugar dentro de unas semanas, cosa de la que no me cabe la menor duda. Habré de contratar a un abogado que la represente, y eso la va a perjudicar. -Se frotó la cara con aire cansado.
Ivan le tomó las manos entre las suyas.
– Volverá -le dijo en tono convencido-. Quizá no llegue a tiempo para la vista, pero volverá. Créeme. No debes preocuparte. -Su voz suave sonaba muy firme.
Elizabeth le miró al fondo de los ojos, buscando saber si decía la verdad.
– Te creo -dijo. Pero en lo más hondo de su corazón tenía miedo. Miedo de creer a Ivan, pero también miedo de creer a secas, pues cada vez que lo hacía sus esperanzas eran tan ostensibles como un banderín que ondeara en lo alto de un mástil, de un modo bien visible para todo el mundo. Allí arriba soportaba los vientos y las tormentas, sólo para acabar siendo arriado, descolorido y hecho jirones.
Además, Elizabeth no se veía capaz de pasar más años escudriñando el camino a través de la ventana de su habitación, esperando el regreso de una segunda persona. Estaba exhausta y tenía necesidad de cerrar los ojos.