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Capítulo 41

– Hola, Elizabeth.

La madre de Sam abrió más la puerta de su casa invitándola a pasar.

– Hola, Fiona-dijo Elizabeth entrando. Fiona se había tomado muy bien la relación de Elizabeth con Ivan durante las últimas semanas. No lo habían comentado abiertamente, pero Fiona seguía mostrándose tan cortés como siempre. Elizabeth agradecía que no hubiese surgido ninguna dificultad entre ellas. Por desgracia, todo indicaba que Sam no lo había encajado tan bien y eso la preocupaba.

– He venido a charlar un rato con Sam, si no hay inconveniente. Luke está muy abatido sin él.

Fiona la miró con tristeza.

– Ya lo sé, llevo toda la semana intentando hablar con él. A lo mejor tú tienes más maña que yo.

– ¿Te ha contado por qué se han peleado?

Fiona intentó disimular una sonrisa y asintió.

– ¿Ha sido por Ivan? -preguntó Elizabeth, preocupada. Siempre le había inquietado que Sam tuviera celos de la cantidad de tiempo que Ivan pasaba con ella y con Luke, y por eso lo había invitado a menudo a su casa así como a participar, en la medida de lo posible, en las actividades propuestas por Ivan.

– Sí-confirmó Fiona sonriendo de oreja a oreja-. Los niños pueden ser muy suyos a esa edad, ¿no es cierto?

Elizabeth por fin se relajó al constatar que Fiona no tenía nada que objetar a propósito del tiempo que ella y Luke pasaban con Ivan y que lo atribuía todo al comportamiento de Sam.

– Dejemos que te lo cuente él mismo -prosiguió Fiona conduciendo a Elizabeth a través de su casa.

Elizabeth tuvo que refrenar el impulso de mirar a su alrededor en busca de Ivan. Aunque ella había ido allí para echar una mano a Luke también estaba intentando ayudarse a sí misma. Siempre era mejor recuperar a dos amigos íntimos que a uno solo y se moría de ganas de estar con Ivan.

Fiona abrió la puerta del cuarto de jugar y Elizabeth entró.

– Sam, cariño mío, la mamá de Luke ha venido a hablar contigo -dijo Fiona con dulzura y, por primera vez, Elizabeth experimentó una agradable sensación de bienestar al oír aquellas palabras.

Sam paró la PlayStation y levantó sus ojos castaños hacia ella con expresión apenada. Elizabeth se mordió el labio y reprimió el impulso de sonreír. Fiona los dejó a solas para que hablaran.

– Hola, Sam-dijo Elizabeth con amabilidad-. ¿Te importa si me siento?

Sam negó con la cabeza y ella se sentó en el borde del sofá.

– Luke me ha dicho que ya no quieres ser su amigo. ¿Es eso verdad?

Sam asintió sin el menor reparo.

– ¿Quieres decirme por qué?

El niño se tomó un momento para reflexionar y luego asintió.

– No me gusta jugar a los mismos juegos que él.

– ¿Se lo has dicho a él?

Sam asintió.

– ¿Y qué te contestó?

Sam se mostró confundido y se encogió de hombros.

– Es un bicho raro.

A Elizabeth se le hizo un nudo en la garganta y de inmediato se puso a la defensiva.

– ¿Qué quieres decir con que es un bicho raro?

– Al principio fue divertido, pero luego era aburrido y yo no quería jugar más, pero Luke no paraba.

– ¿Qué juego era ése?

– Los juegos con su amigo invisible -replicó en tono aburrido haciendo una mueca.

Las manos de Elizabeth comenzaron a ponerse sudorosas.

– Pero su amigo invisible sólo duró unos cuantos días y eso pasó hace meses, Sam.

Sam la miró asombrado.

– Pero si usted también jugaba con él.

Elizabeth abrió los ojos.

– ¿Cómo dices?

– Ivan el misterioso -refunfuñó Sam-, el pelmazo de Ivan que sólo quiere dar vueltas en las sillas todo el día, u organizar guerras de barro o jugar a tocar y parar. ¡Cada día la misma monserga con Ivan, Ivan, Ivan y -su voz ya de por sí chillona subió una octava- y… yo ni siquiera le veía!

– ¿Qué? -Elizabeth estaba confundida-. ¿No podías verle? ¿Qué quieres decir?

Sam meditó cómo explicárselo.

– Quiero decir que no podía verle -dijo simplemente encogiéndose de hombros.

– Pero si jugabas con él todo el tiempo.

Elizabeth se pasó los dedos pegajosos por el pelo.

– Sí, claro, porque Luke lo hacía, pero me harté de fingir y Luke seguía dale que te pego. No paraba de decir que era real -agregó poniendo los ojos en blanco.

Elizabeth se apoyó los dedos en el puente de la nariz.

– No sé a qué viene eso, Sam. Ivan es amigo de tu mamá, ¿no?

Sam abrió más los ojos con cara de desconcierto.

– Eh… Pues no.

– ¿No?

– No -corroboró Sam.

– Pero Ivan cuidaba de ti y de Luke. Iba a recogerte y te acompañaba a casa -balbuceó Elizabeth.

Sam se mostró preocupado.

– Tengo permiso para volver a casa solo, señora Egan.

– Pero él, eh, la, em… -Elizabeth se cuadró de repente al recordar algo. Chasqueó los dedos sobresaltando a Sam-. La batalla de agua. ¿Qué me dices de la guerra de agua en el jardín de atrás? Estábamos tú, yo, Luke e Ivan, ¿te acuerdas? -preguntó tratando de sonsacarle-. ¿Te acuerdas, Sam?

Sam palideció.

– Éramos sólo tres.

– ¿Qué? -gritó Elizabeth más alto de lo que quería.

Sam arrugó el semblante y comenzó a llorar en silencio.

– Oh, no -dijo Elizabeth presa del pánico-, por favor no llores, Sam, no tenía intención de asustarte. -Tendió las manos hacia él, pero el chiquillo corrió hacia la puerta llamando a su madre-. Perdóname, Sam. Por favor, para. Chisss -dijo en voz baja-. Oh, Dios -rezongó al oír los pasos de Fiona.

Ésta entró en la habitación.

– Lo siento mucho, Fiona -se disculpó Elizabeth.

– No pasa nada. -Fiona parecía un tanto preocupada-. Está un poco susceptible al respecto.

– Lo comprendo. -Elizabeth tragó saliva-. En cuanto a Ivan -volvió a tragar saliva y se puso de pie-, tú le conoces, ¿no?

Fiona frunció el ceño.

– ¿A qué te refieres con lo de conocerle?

El corazón de Elizabeth se disparó.

– Me refiero a si ha estado aquí alguna vez.

– Ah, claro -Fiona sonrió-, vino varias veces con Luke. Incluso se quedó una vez a cenar -añadió guiñándole el ojo.

Elizabeth se calmó, aunque no estuvo segura de cómo interpretar el guiño. Se puso una mano encima del corazón, que comenzaba a latir más despacio.

– Uf, Fiona, menos mal -rió aliviada-. Por un momento he creído que estaba perdiendo el juicio.

– No digas bobadas. -Fiona apoyó una mano en su brazo-. Todas lo hacemos, ¿sabes? Cuando Sam tenía dos años le pasó lo mismo. Rooster, llamaba él a su amiguito -sonrió abiertamente-. Así que puedes creerme si te digo que sé exactamente por lo que estás pasando, sé lo que es abrir puertas de coche, preparar cenas de más y poner un cubierto adicional en la mesa. No te preocupes, lo entiendo. Hiciste bien al seguirle la corriente.

La cabeza de Elizabeth estaba empezando a darle vueltas, pero Fiona continuaba hablando.

– Si te paras a pensarlo es un desperdicio de comida espantoso, ¿verdad? Se queda en el plato durante toda la cena perfectamente intacta y, créeme, eso me consta, pues no le quitaba el ojo de encima. ¡Muchas gracias, pero sólo me faltaría tener espeluznantes hombres invisibles en esta casa!

Elizabeth estaba a punto de sentir náuseas. Se agarró al respaldo de una silla para no perder el equilibrio.

– Pero como te decía antes, así son los niños de seis años -prosiguió Fiona-. Estoy convencida de que este tal Ivan desaparecerá con el tiempo; dicen que en realidad no duran más de dos meses. Pronto se habrá marchado, no te apures. -Por fin dejó de hablar y volvió la cara con gesto interrogante hacia Elizabeth-. ¿Te encuentras bien?

– Aire -jadeó Elizabeth-. Sólo necesito un poco de aire.

– Por supuesto -dijo Fiona conduciéndola apresuradamente hacia la puerta principal.

Elizabeth salió corriendo al jardín inhalando grandes bocanadas de aire.

– ¿Te traigo un vaso de agua? -preguntó Fiona preocupada frotando la espalda de Elizabeth mientras ésta permanecía inclinada de cara al suelo y con las manos apoyadas en las rodillas.

– No, gracias -contestó Elizabeth en voz baja al tiempo que se incorporaba-. Enseguida me pondré bien.

Se marchó con paso inseguro sin despedirse, dejando a Fiona mirándola con nerviosismo.

Una vez en su propia casa Elizabeth cerró con un portazo y apoyando la espalda contra la puerta se escurrió hasta el suelo con la cabeza entre las manos.

– ¿Qué te pasa, Elizabeth? -preguntó Luke, preocupado, plantándose delante de ella todavía en pijama y descalzo.

Elizabeth no podía contestar. No podía hacer más que repasar mentalmente los últimos meses una y otra vez; todos los recuerdos de sus momentos estelares con Ivan, todas sus conversaciones con él. Habían estado en lugares concurridos, la gente los había visto juntos, Benjamin los había visto, y también Joe. Siguió rememorándolo todo tratando de recordar ocasiones en las que Ivan hubiese conversado con alguna persona. No podía ser que se estuviera imaginando todo aquello. Era una mujer cuerda y responsable.

Estaba muy pálida cuando por fin levantó la vista hacia Luke.

– Aisatnaf -fue lo único que pudo decir.

– Sí. -Luke soltó una risita-. Es fantasía al revés. ¿Verdad que es guay?

Elizabeth tardó segundos en comprenderlo. «Fantasía.»


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