– O sea que John sigue como de costumbre -sentenció Opal divertida.
– Sí, todavía me ve -contestó Tommy como si eso fuese algún tipo de victoria-. Los matones de la clase se están metiendo con él, Opal, y lo han amenazado para que lo mantenga en secreto; no piensa decir nada a sus padres. -Meneó la cabeza con tristeza-. Le da miedo que le critiquen o intervengan, lo cual empeoraría las cosas, y también le avergüenza haber permitido que sucediera. Es un compendio de las emociones típicas en los casos de acoso.
Se lanzó un caramelo a la boca.
– ¿Y qué piensas hacer al respecto? -preguntó Opal con preocupación.
– Lamentablemente, antes de que yo entrara en escena John ya estaba padeciendo intimidación crónica. De modo que había adoptado una postura de conformidad con las injustas exigencias de quienes creía más fuertes y estaba comenzando a identificarse con los bravucones y a convertirse en uno de ellos. Pero yo no permití que me acosara -dijo Tommy con chulería-. Hemos estado trabajando la postura, la voz y el contacto visual; como sabéis, éstos dan mucha información sobre tu vulnerabilidad. Estoy enseñándole a vigilar a los sujetos sospechosos y cada día repasamos una lista de posibles indicios. -Se recostó y cruzó los brazos detrás de la cabeza-. Estamos trabajando para que madure su sentido de la justicia.
– Y habéis estado desenterrando larvas -agregó Opal con una sonrisa.
– Siempre hay tiempo para desenterrar larvas, ¿no es cierto, Ivan? -Tommy me guiñó el ojo.
– Jamie-Lynn. -Opal se volvió hacia una niña con un pantalón de peto tejano y zapatillas de deporte sucias. Llevaba el pelo corto y meneaba el trasero sobre una pelota de fútbol-. ¿Cómo le va a la pequeña Samantha? Espero que no andéis escarbando en los parterres de su madre.
Jamie-Lynn era como un chico y siempre andaba metiendo en líos a sus amigas, mientras que Caléndula era más dada a asistir a meriendas con lindos vestidos y a jugar con muñecas Barbie y My Little Pony. Jamie-Lynn abrió la boca y comenzó a parlotear en un idioma misterioso.
Opal enarcó las cejas.
– Observo que tú y Samantha seguís hablando vuestro propio idioma.
Jamie-Lynn asintió con la cabeza.
– Muy bien, pero ten cuidado. No es buena idea que sigáis hablando así durante mucho más tiempo.
– No te preocupes, me consta que Samantha está aprendiendo a formar frases y a ejercitar la memoria, así que no lo voy a alargar -dijo Jamie-Lynn volviendo a hablar normalmente. Añadió en tono entristecido-: Samantha no me ha visto esta mañana al despertar. Pero volvió a verme a la hora de almorzar.
Todos nos apenamos por Jamie-Lynn y le dimos muestras de condolencia ya que sabemos muy bien qué se siente. Aquello era el principio del fin.
– Olivia, ¿cómo está la señora Cromwell? -preguntó Opal con más ternura.
Olivia dejó de hacer punto y mecerse y movió la cabeza con tristeza.
– No le queda mucho. Anoche tuvimos una charla fantástica sobre una excursión que hizo con su familia hace setenta años a la playa de Sandymount. Eso la puso de un humor excelente. Pero esta mañana en cuanto ha contado a su familia que había estado hablando conmigo de ello todos se han marchado dejándola con la palabra en la boca. Piensan que se refiere a su tía abuela Olivia, que falleció hace cuarenta años y están convencidos de que se está volviendo loca. Sea como fuere, permaneceré con ella hasta el final. Como he dicho, no le queda mucho y su familia sólo ha ido a visitarla dos veces durante el último mes. No tiene a nadie por quien resistir.
Olivia siempre hacía amigos en hospitales, hospicios y residencias de ancianos. Era buena en esa clase de trabajo, pues sabía cómo ayudar a la gente a recordar para llenar el tiempo cuando no podían dormir.
– Gracias, Olivia.
Opal sonrió y entonces se volvió hacia mí.
– Bueno, Ivan, ¿cómo va todo por Fucsia Lane? ¿Cuál es esa gran emergencia? El pequeño Luke da la impresión de estar bien.
Me arrellané en el saco de alubias.
– Sí, está muy bien. Aún tenemos que trabajar algunas cosillas, como lo que siente a propósito de su montaje familiar, pero nada que suponga un gran trastorno.
– Me alegro -dijo Opal, complacida.
– Pero ése no es el problema. -Miré a todos los presentes-. Su tía, que lo adoptó, tiene treinta y cuatro años y a veces percibe mi presencia.
Todos dieron un grito ahogado e intercambiaron miradas de horror. Sabía que iban a reaccionar de aquella manera.
– Pero eso no es ni la mitad del asunto -proseguí, procurando no disfrutar demasiado con el drama, ya que, al fin y al cabo, el problema era mío-. ¡La madre de Luke, que tiene veintidós, ha entrado hoy en la oficina de Elizabeth y me ha visto y hablado!
Doble grito ahogado de todos excepto de Opal cuyos ojos me miraron chispeantes de complicidad. Me sentí mejor al verlo, porque entonces supe que Opal sabría qué hacer. Siempre se las arreglaba para que uno saliera de la confusión.
– ¿Dónde estaba Luke mientras tú estabas en la oficina de Elizabeth? -preguntó Opal insinuando una sonrisa.
– En la granja de su abuelo -expliqué-. Elizabeth no me ha dejado bajar del coche para ir con él porque le daba miedo que a su papá le enojara que Luke tuviera un amigo a quien no podría ver.
Me quedé sin aliento al terminar la frase.
– ¿Y por qué no regresaste a pie a reunirte con Luke cuando llegaste a la oficina? -preguntó Tommy despatarrado en su saco de alubias con los brazos detrás de la cabeza.
Los ojos de Opal chispearon otra vez.
– Porque no -contesté.
– ¿Porque no qué? -preguntó Caléndula.
«Ella también, no», pensé.
– ¿A qué distancia está la granja de la oficina? -preguntó Bobby.
¿Por qué me hacían todas aquellas preguntas? ¿Acaso el meollo del asunto no era que esas dos mujeres percibieran mi existencia?
– Queda a un par de minutos en coche y a unos veinte caminando -expliqué un poco confundido-. ¿A qué vienen todas estas preguntas?
– Ivan -dijo Olivia sonriendo-, no te hagas el loco. Sabes de sobra que cuando te separan de un amigo vas en su busca. Una caminata de veinte minutos no es nada comparada con lo que hiciste para dar con el último amigo que tuviste -sentenció riendo entre dientes.
– Venga, chicos, ya es suficiente. -Levanté las manos con un ademán de impotencia-. Intentaba averiguar si Elizabeth podía verme o no. Estaba hecho un lío. Es la primera vez que me ocurre algo así.
– No te preocupes, Ivan -terció Opal sonriendo, y cuando habló su voz fue dulce como la miel-. Es poco frecuente, pero no es la primera vez que sucede.
Todos dieron otro grito ahogado.
Opal se levantó, apiló sus carpetas y se dispuso a abandonar la reunión.
– ¿Adonde vas? -pregunté sorprendido-. Aún no me has dicho qué tengo que hacer.
Opal se quitó las gafas de cristales morados y sus ojos castaño oscuro me miraron.
– Esto no es ni mucho menos una emergencia, Ivan. No puedo darte ningún consejo. Tendrás que confiar en ti mismo para dilucidar si tomas la decisión correcta cuando llegue el momento.
– ¿Qué decisión? ¿Acerca de qué? -pregunté sintiéndome más perdido que al principio.
Opal me sonrió.
– Cuando llegue el momento lo sabrás. Buena suerte.
Y dicho esto salió de la reunión dejando a todos los demás mirándome desconcertados. Sus rostros inexpresivos bastaron para que me guardara de pedir consejo a ninguno de ellos.
– Lo siento, Ivan, estoy tan confundida como puedas estarlo tú -dijo Caléndula levantándose y alisando las arrugas de su vestido de verano. Me dio un fuerte abrazo y un beso en la mejilla-. Ahora tengo que irme si no quiero llegar tarde.
La observé ir dando saltitos hacia la puerta con los tirabuzones rebotando a cada paso.
– ¡Pásalo bien en la merienda! -grité.
Tomar la decisión correcta, rezongué para mis adentros pensando en lo que había dicho Opal. ¿La decisión correcta sobre qué? Y entonces me sobrevino una idea que me dejó helado. ¿Y si no tomaba la decisión correcta? ¿Acaso alguien se vería perjudicado?