«Algún día harás lo mismo que yo, pequeña Saoirse -decían sus ojos a la diminuta figura mientras se alejaba de allí-. Prométeme que harás lo mismo, que te marcharás de aquí.»
Con los ojos llenos de lágrimas Elizabeth miraba cómo la casa se iba haciendo pequeña en el retrovisor hasta que por último desapareció al llegar al final del tramo recto de la carretera. Acto seguido se le relajaron los hombros y se dio cuenta de que había contenido la respiración todo el rato.
– Bueno, Ivan -dijo mirando por el retrovisor el asiento trasero vacío-, supongo que te vienes conmigo al trabajo.
Entonces hizo algo muy extraño.
Rió tontamente como un niño.