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Onésimo Canabal a Nicolás Valdivia

Señor Presidente, con alarmada discreción me dirijo a usted. Con urgencia también. La sede del Congreso de la Unión ha sido violada. Bueno, sólo una oficina, pero el Congreso es un todo inviolable. Es el santuario de la Ley, señor Presidente. Pues imagínese que hoy mismo amanecí con una llamada urgente del conserje Serna.

Alguien, de noche, había entrado al Parlamento de San Lázaro. Alguien desactivó las alarmas, evadió a los guardias, acaso sobornó la vigilancia. No lo sé. Alguien con poder, evidente. Señor Presidente: la oficina de nuestra amiga la diputada Paulina Tardegarda la compañera a la que tanto debemos usted y yo, ha sido violada. Su caja de seguridad ha sido arrancada, sí señor, arrancada de cuajo, dejando un horrendo boquete en la pared que no sólo afea la oficina, sino que nos va a obligar a rehacer la pared, ¿se da usted cuenta del gasto que esto implica? (Por cierto, ¿cuándo nombra nuevo secretario de Hacienda después de la defección de Andino Almazán?)

Y lo peor no es que la caja haya sido robada. La Honorable Diputada ha desaparecido, señor Presidente. No está en su departamento de la calle de Edgar Allan Poe. Ni siquiera llegó a dormir, nos dice su servidumbre. Hemos llevado a cabo discretísimas averiguaciones. Nomás no aparece. Se esfumó sin dejar rastro.

¿Qué será de ella? ¿Usted sabe algo? Si sólo fuera que se fue de vacaciones o a pasarla bien con alguien, bueno. Pero la caja de seguridad, señor Presidente. Lo alarmante son las dos cosas juntas.

Quiero consultarle. ¿Debemos lanzar una alerta nacional sobre el paradero de Paulina Tardegarda? Pobrecita. No era una santa, pero tampoco una pecadora. No imagino que alguien la raptara por razones de amor, tan poco agraciada. Aunque ella tenía tamaños para raptarse a alguien, se lo aseguro.

En fin, necesito que usted autorice el llamado. Yo solo no puedo. Ya ve usted las responsabilidades. Luego nunca aparecen los restos. O se encuentran en el jardín de una bruja, y resulta que eran falsos. O de repente la fina se ha hecho la cirugía facial como aquel famoso narco, El Señor de los Cielos. Perdone la indiscreción, don Nicolás, pero yo creo que le traía ganas a usted… Perdón, perdón. Quién quita y nomás quiso verse un poquito más chula. En todo caso, buena falta le hacía una buena estiradita a la pobre Paulina, tan poco agraciada ella…

Bueno, no quiero ir más allá. Estará de acuerdo en la urgencia del caso. Espero sus órdenes para actuar o para dejar morir el asunto, como al señor Presidente le parezca más conveniente.

Su afmo. y ss. ss.

Onésimo Canabal

Presidente del H. Congreso de la Unión.

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