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Tácito de la Canal a Presidente Lorenzo Terán

Señor Presidente, bendigo la crisis en que nos encontramos, provocada por la respuesta poco meditada de nuestros vecinos del Norte, porque me da la oportunidad de dejar constancia escrita de mis sentimientos de lealtad hacia usted. Aplaudo su decisión de poner los principios permanentes por encima de toda consideración pasajera. Sé muy bien que para usted todo propósito tiene que ser ético. No puede ser de otra manera. Me basta ver sus manos, señor Presidente, para saber que son capaces de hacer milagros. Y es que tiene usted un sexto sentido del cual carece la mayoría de los mortales. Su intuición le habrá dado a entender, por ello, que yo estoy aquí para protegerlo y no permitir que nadie se le acerque que pueda importunarlo. ¿Me atrevo a añadir: que no se le acerque nadie sin sentirse rebajado ante su presencia? Usted ya sabe que yo obedezco las órdenes suyas antes que las dé. Añado a esta virtud la siguiente. El secreto es el hábito de mi vida. Es decir, que en mí usted puede tener plena confianza. Sé que se lo debo todo y hacerle un daño sería hacérmelo a mí mismo. Enfatizo mi actitud para que, en la circunstancia que se avecina -la sucesión presidencial del año 2024- tenga la seguridad de que así como hay opositores que sólo quieren seguir en la oposición porque le tienen terror al ejercicio del poder, así hay quienes, como yo, están ya cerca del poder pero nunca ambicionaron llegar al poder. Por eso puedo hablarle con convicción desinteresada, señor Presidente.

Tenga a la vista que debe poseer el don imperial de la inmovilidad. Deje que otros sean "buenas gentes". Usted no tiene derecho a serlo. Este país se arrodilla ante el poder con respeto, pero no acepta la bonhomía, mucho menos la simplicidad ranchera, en la figura presidencial. Respetamos al Emperador, a Moctezuma, al Virrey español, al Dictador digno y condecorado por el mundo, como Porfirio Díaz. Y también, por supuesto, al hombre de derecho y legitimidad, defensor de la patria y Benemérito de las Américas, don Benito Juárez. ¿Hubo alguien más serio que él? ¿Se le conoce una sola broma a Juárez? ¿No lo llama la historia "Juárez el Impasible"? Pero, ¿no es Juárez el autor de la implacable frase:

– A los amigos, justicia y gracia. A los enemigos, la ley?

Con lo cual quiero decir que la seriedad no es sinónimo de arrogancia imperial, sino de seriedad republicana, pero nimbada de un fulgor monárquico. Sí, seamos siempre república hereditaria, monarquía sexenal y para ello mantengamos siempre la dignidad y el difícil acceso al solio presidencial. Por eso me atrevo a decirle, en relación con ciertos miembros del Gabinete que alardean de derecho de picaporte y muestran excesiva confianza con usted: con los inferiores no se discute. Póngalos siempre en su lugar, señor Presidente. No oiga consejos interesados -porque no existen los consejos desinteresados si el que los oye es el jefe de la Nación.

Señor Presidente: Yo trabajo para usted. No soy distinto de la mayoría de nuestros compatriotas. Todo buen mexicano trabaja por usted. Porque si al Presidente le va bien, le va bien a México. Permítame decirle que en esta hora política que vivimos en este país, hay ocho pequeños partidos. Y hay usted.

El guacamole de la partidocracia confeti sólo puede comerse con una cuchara, la del Presidencialismo que aproveche, según los programas que usted proponga, ora a estos, ora a aquellos. Ponga a prueba este mensaje, señor Presidente, ahora que se acercan las elecciones presidenciales. Los mexicanos no saben gobernarse a sí mismos. Lo demuestra la historia. Verá cómo reciben el mensaje de su autoridad subrayada con gratitud y con alivio. Se lo digo con ánimo de demócrata. No hay dictablanda que no degenere en dictadura. Más vale empezar con dictadura para que degenere en dictablanda.

Perdone mi sinceridad al respecto. Es la de un cancerbero, lo sé, lo entiendo, lo asumo con humildad. Usted actuará con la libérrima voluntad que le otorga su investidura. Pero, ¿qué pensaría de un jefe de Gabinete -puesto con el que me honra- si no le hablase con sinceridad? Con humor histórico le digo, no soy el secretario al que el General, Presidente y Jefe Máximo Plutarco Elías Calles le preguntó:

– ¿Qué horas son?

y respondió:

– Las que usted guste, señor Presidente.

Soy un hombre acostumbrado a hacer lo que me disgusta.

Disponga de mí.

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