Литмир - Электронная Библиотека
A
A

39

María del Rosario Galván a Tácito de la Canal

Tienes razón, Tácito, abajo las máscaras y arriba el telón. Tú y Bernal son contendientes políticos y pueden hablar claro. Yo no voy a perder la serenidad como tú lo haces, pero sí voy a aprovechar, casi por indispensable catarsis, para decirte unas cuantas verdades…

Has creído que para ascender todo se vale, pero no has calculado el precio del combate cuando ya nada se vale porque nos hemos quedado sin cartuchos y tu cartucho era el señor Presidente.

Has contado con que tu servilismo sea un pasaje gratis a la Silla del Águila. El país entero te ha observado tratando al Presidente como si fuera un intocable Mikado japonés. ¿Cuál crees que es la imagen con que se te puede presentar, mi impresentable amigo, al electorado? ¿Quién no sabe que le acomodas la silla al Presidente cuando éste se sienta a comer y luego te quedas a lamer el plato de las sobras presidenciales? ¿Quién no te ha visto de pie detrás del Presidente con la actitud de guardar la persona del Emperador, que nadie lo toque y que nadie lo escuche? "Dejen que al Presidente le crezcan el pelo y las uñas. Yo se las cortaré en secreto, sin que se dé cuenta, mientras duerme, y las guardaré en un cofrecito…"

Sí, Tácito, como todo lo que guardas en tus cajones. Como objetos robados. Tácito, te especializaste en revelar el pasado desagradable de las personas. Sé perfectamente que yo fui víctima de tus calumnias y ahora me amenazas con volver a hacerlo. Pero ahora es tu propio pasado el que se te va a aparecer de noche a quitarte el sueño. Has desenterrado todos los secretos menos uno, el tuyo. Ahora tu culpable misterio se te va a desenterrar y te lo juro, Tácito, te va a aterrar y con suerte, te va a desterrar.

Por mí no va a quedar. Te lo digo con todas sus letras. En este momento, lo que intentas hacer contra mí y contra Bernal, rebotará contra ti. La verdad de tu conducta la tengo yo y la daré a conocer si me tocas un pelo de la cabeza. Y aunque me cortaras la cabeza, mis pruebas contra ti saldrían a la luz, con un cargo más: el de asesino.

Sabes, hay gente pequeña y malvada que sabe demasiado. Pero también hay gente buena y grande que sabe lo suficiente para callar tu insoportable y tipluda voz de cura recién ordenado. ¿Sabes a quién te pareces por la voz y el físico? A Franco, mi Tácito, al generalísimo Francisco Franco. Pero esta no es España ni estamos en 1936. Has caído en la ilusión premeditada con que Lorenzo Terán ha manejado a su Gabinete. A todos les ha hecho creer: Tú eres el Bueno. Tú eres mi sucesor natural.

¿Te has metido alguna vez en la cabeza del Presidente? ¿Te has imaginado lo que él imagina?

Pobre Tácito. Leíste todos los mensajes de los secretarios de Estado al Presidente y le insinuaste que cada uno era prueba de deslealtad -hasta que el propio Presidente se preguntó si todos sus colaboradores eran desleales menos Tácito de la Canal.

Pobre Tácito. Nunca te diste cuenta de que mientras más adulabas al Presidente, más desprecio público te ganabas -y menos confiaba en ti el Presidente, conocedor de que en este país te mata a coces el caballo al que haces Emperador.

Pobre Tácito. En el fondo, no te quiero mal. Simplemente, no te quiero. O más bien dicho, sólo quiero verte humillado. Rico, exiliado, pero humillado.

Te voy a hacer daño, Tácito, te lo juro, y no sentiré culpa alguna porque te desprecio. Aunque, la verdad, una no debe prodigar el desprecio. Hay demasiados necesitados. ¡Abur! Posdata: La próxima vez, aprende a robar mejor…

47
{"b":"81766","o":1}