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Xavier Zaragoza "Séneca" a Presidente Lorenzo Terán

Con cuánto dolor, señor Presidente, reviso el calendario de nuestra relación y me doy cuenta de que he sido el tábano que le criticó su inmovilismo. Un rey sentado en un trono sin moverse, creyendo que así aseguraba la paz del reino. Si movía la cabeza a la izquierda, predecía guerra y muerte. Si la movía a la derecha, pronosticaba libertad y bienestar, anhelados aunque utópicos.

Y ahora, encamado, como lo acabo de ver, como me permitió usted verlo, consumido, mi amigo, ahora sólo mi amigo, querido amigo, hombre bueno y honesto, Presidente animado por el amor al pueblo, ahora que lo veo agonizando entiendo mejor que nunca que un Presidente no hace ni se hace. Es un producto de la ilusión nacional -o de la alucinación colectiva-. Alguna vez le dije,

– Menos gloria, señor, y más libertad.

¡Qué terrible, qué cruel es la política, porque al desaparecer usted no pasarán muchos días sin que pierda su gloria y nosotros nuestra libertad! Señor Presidente, deja usted irresuelta su propia sucesión. ¿Qué se puede hacer para que el nuevo Presidente sea un hombre semejante a usted, un político decente como Bernal Herrera, y no un pillo como De la Canal?

¡Qué huecas, qué melancólicas, mi querido Presidente y amigo, me suenan hoy mis primeras recomendaciones!:

– Aproveche el periodo de gracia al asumir la Presidencia. Las lunas de miel son muy cortas. Los bonos democráticos se devalúan de la noche a la mañana.

– El primer requisito para ejercer el poder, señor Presidente, consiste en ignorar la inmensidad del puesto.

– La Presidencia es como el sistema solar. Usted es el sol y los secretarios de Estado son satélites. Pero ni usted es Dios, ni ellos son ángeles.

– La política -le dije entonces- no es el arte de lo posible. Es el grafito de lo impredecible. Es el garabato de la fatalidad.

¡Mi pobre Presidente! Jaloneado durante tres años por el pragmatismo de Herrera, el servilismo de Tácito y el idealismo de "Séneca"! ¿Qué le diría yo a usted hoy si hoy fuese su primer día sentado en la Silla del Águila? Le repetiría, no para exorcizarlas, sino para saberlas aprovechar o evitar, las características más entrañables de nuestra dictablanda tradicional:

– No hay que temerle a la pasividad de un Presidente, sino a su actividad desenfrenada.

Con usted ha sido lo contrario. Más suspicacia provocó su pasividad que su actividad. Acaso siente hoy la tentación suprema del poder. Ser un líder que organice nuestras energías nacionales y nos someta a la voluptuosa pasividad de la obediencia total.

Es lo más fácil.

Es lo más cómodo.

Pero es lo más peligroso. Y ese peligro usted lo evitó, mi querido, queridísimo señor Presidente. Un día me dijo:

– Creen que me engañan dándome a leer informes largos. Creen que sufro de letargia, como si me hubiera picado la mosca tsé-tsé. Falso. Leo de noche y lo sé todo. Los he engañado. Duermo tranquilo.

Sí, pero la imagen de pasividad que dejó usted puede ser malinterpretada ahora; la gente puede clamar por un Presidente hiperactivo porque la autoridad puede cambiar de rostro de un día para otro (piense en las sucesiones del siglo pasado, de Madero hasta Fox) porque el público se nutre de paradoja y ama el contraste y aun la contradicción.

Gracias, mi amigo querido, señor Presidente Lorenzo Terán, por permitirme entrar a su recámara y verle postrado, rodeado de enfermeras, doctores, sueros, calmantes. Gracias por darme la oportunidad de ver completa su vida.

No sé si nos volveremos a ver. Sé que a nadie más que a su fiel mosquito, "Séneca", le ha permitido usted entrar a esta antesala donde el poder termina para siempre.

Adiós, señor Presidente…

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