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Nicolás Valdivia a expresidente César León

Distinguido señor Presidente y fino amigo: Nadie mejor que usted conoce las reglas de la política nacional. Todo Presidente va dejando un rosario de dichos más o menos célebres que pasan a formar parte del folklore "polaco".

– En política hay que tragar sapos sin hacer gestos. -Un político pobre es un pobre político. -El que no transa no avanza. -Arriba y adelante.

– La solución somos todos.

– Si le va bien al Presidente, le va bien a México. Le recuerdo sólo dos de su cosecha:

– Para conservar las costumbres, violemos las leyes.

– Llegar a la Presidencia es como llegar a la Isla del Tesoro. Aunque te expulsen de la isla, nunca dejarás de añorarla. Quieres volver a ella, aunque todos, incluyéndote a ti mismo, te digan que no.

Pues bien, señor Presidente, ha llegado el momento de abandonar la Isla del Tesoro. Comprendo sus sentimientos. Usted quisiera ser factor de reconciliación en momentos que prevé difíciles para la República. Ha dicho usted públicamente que

– La lucha por el poder destruye lo único que le da sentido al poder, que es crear riqueza para el país en un orden de paz y legalidad.

No podría estar más de acuerdo con usted. Comprendo su desazón, señor Presidente. Avizora usted la lucha que se aproxima. Teme que degenere en asonada, guerra civil, balcanización, hombre lobo del hombre y todo eso. Se ve a sí mismo como factor de unidad, experiencia, autoridad y continuidad.

Señor Presidente: Yo lo miro actuar y pienso que el político que se anda creyendo que es más de lo que realmente es, nunca puede saber quién es.

Esta desorientación, esta falta de conciencia acerca de uno mismo, puede ser interesante materia de psicoanálisis, pero es fatal para el personaje en cuestión y sobre todo, para la salud política del país.

Entiendo lo que pasa por su mente, a medida que el ruedo se va abandonando mueren algunos matadores, antiguos diestros se protegen en burladeros, pero el toro bravo se niega a abandonar la querencia.

– Sí, quiero eliminarlos a todos hasta que sólo quedemos dos en el redondel: Él y Yo.

Ahora bien, la cuestión es definir, ¿quién es Él? ¿Y quién soy Yo?

Cómo no, señor Presidente, el poder hacer eficaz su propia ficción, dice el distinguido filósofo chileno Martín Hopenhayn, hablando de Kafka. Y hace ya medio siglo, Moya Palencia, a la sazón secretario de Gobernación como lo soy yo actualmente, dijo que en México Kafka sería considerado como escritor costumbrista.

Me divierte que en México llamemos "costumbres" algo que en el mundo serio se llama realpolitik, que es nada menos que la política pregonada por mi tocayo Maquiavelo: Como los hombres son naturalmente perversos y jamás te serán fieles, sé a tu vez, Príncipe, infiel y perverso. La habilidad del Príncipe consiste en emplear esta realidad maligna en provecho propio, pero hacer creer que actúa en provecho de todos.

La fisura del maquiavelismo, señor Presidente, consiste en creer que los enemigos están adormecidos por el brillo y amedrentados por la fuerza del Príncipe del momento. El poderoso cree que derramando beneficios hará olvidar viejas injurias.

– Se engaña -dice mi tocayo.

Más le valdría al Príncipe cortar de un tajo todas las cabezas enemigas, instantáneamente, para no tener que cortarlas de a poquito y correr el peligro de olvidar una que otra. "Las crueldades hay que cometerlas de un solo golpe. Los beneficios hay que otorgarlos uno a la vez."

Allí estuvo su error, señor Presidente León. En su afán de consolidar aprisita su poder nacido de elecciones (seamos claros, bastante turbias), usted derramó los beneficios, la adulación, las prebendas, los jugosos negocios, de un solo golpe. Quería ganarse aliados que lo legitimaran, sin considerar que otorgándolo todo no saciaría a una jauría que siempre quiere más.

Y ese más es el poder mismo.

Entonces usted, señor Presidente, se ha quedado sin cartas porque ya repartió toda la baraja. En cambio, como trató de seducir a tantos enemigos potenciales, perdió la oportunidad de cortarles la cabeza de cuajo. Resultado: a usted ya no lo quieren ni los amigos a los cuales les dio todo, ni los enemigos a los que les dio un poquito. Y usted mismo lo sabe.

– Hace unos minutos, era mi amigo. Bastó media hora para hacerlo mi enemigo.

Sea sincero. No lo niegue. ¿Cuántas veces no se ha dicho a sí mismo estas palabras?

Créame que soy su amigo y entiendo bien su queja:

– Ayer, todos me vitoreaban. Hoy, todos guardan silencio. ¡Si al menos me insultaran! Ayer era yo indispensable. Hoy, soy un estorbo. ¡Si al menos me expulsaran!

Que es exactamente, interpretando sus sentimientos, lo que en estos momentos estoy haciendo, señor Presidente.

Esta carta se la entrega mi colaborador, el señor Jesús Ricardo Magón. Él mismo lo acompañará a la puerta de su casa, donde lo espera una escolta militar digna de su categoría, para acompañarlo al Aeropuerto Internacional, donde le espera un cómodo asiento de primera clase de la línea aérea Qantas, que lo llevará directamente a la bella tierra del kangurú, Australia. Le ruego prestar atención allí a esos marsupiales que cargan a sus críos en una bolsa del vientre, a fin de asegurar su desarrollo posnatal, su crecimiento sano y, a la postre, su descendencia.

Con las seguridades de mi distinguida consideración y deseándole buen viaje,

Nicolás Valdivia

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