General Mondragón von Bertrab a Nicolás Valdivia
Señor secretario y fino amigo,
Fiel a las instituciones de la República y en atención al Artículo 89, fracción VI de la Constitución, me permito informarle que esta madrugada he pasado por las armas al señor general don Cícero Arruza, culpable de sedición e intento de sublevación golpista ante el Tribunal Militar Ad Hoc que me permití convocar de facto para hacer frente a una situación impostergable, con la seguridad de que mis acciones serían legitimadas por usted en ausencia de un Presidente Sustituto tras la lamentable desaparición de don Lorenzo Terán.
Usted sabe tan bien como yo que hay situaciones que le imponen a las fuerzas armadas actuar sin demora, siempre y cuando dicha acción tenga por objeto salvaguardar las instituciones republicanas amenazadas.
La intención criminal del general Cícero Arruza consta en las numerosas comunicaciones que a partir de las crisis de enero me hizo llegar con imprudencia que sólo puedo atribuir al entusiasmo etílico. Lector, como lo soy yo, de Clausewitz y de Maquiavelo, podemos invertir los términos del germano y decir que la política es la continuación de la guerra por otros medios. Y con el florentino, que más vale prevenir en tiempos de paz que dejarse sorprender en tiempos de guerra. La amenaza golpista del general Arruza ha sido erradicada de cuajo.
Lamento informarle que el general fue sorprendido en lecho adúltero con la señora doña Josefina Almazán, esposa del señor secretario de Hacienda don Andino Almazán. El impulsivo intento de sacar su pistola de debajo de la almohada provocó la reacción natural de los elementos enviados a aprehenderle. Por desgracia, la ráfaga no perdonó a la señora Almazán, cuyo cadáver ha sido entregado a su esposo, cuya renuncia al cargo, si no me equivoco, ya está en manos de, usted.
Confío en que comprenda y apoye, señor secretario, mi decisión de retirar el cuerpo herido del general Arruza del lecho ya citado para trasladarlo, moribundo, al cuartel general de la XXVIII Zona Militar en Mérida, colocándolo de pie contra el muro a fin de poner fin a sus días de manera consecuente con sus indudables méritos militares. Quisiera decir que tuvo miedo. No lo tuvo. No por valiente. Nomás no pudo. Ya no tenía pistola para decir su verdad. Sus palabras finales en el lecho de amor fueron,
– A mí no me vacila nadie.
Y apoyado ya en el paredón, dando las últimas boqueadas, alcanzó a decir:
– ¿Qué pasa? Disparen. ¿No tienen güevos?
Con respeto sea dicho y por obligación de dar cuenta cabal de lo acaecido a la superioridad, quedo como siempre a sus órdenes el día de hoy y en las circunstancias futuras que juzgo favorables para usted y la patria,
General Mondragón von Bertrab, DEM
Ps. Hay muchos cenotes en Yucatán. Arruza tiene tumba de agua.