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General Cícero Arruza a general Mondragón von Bertrab

Señor general, si alguien respeta el orden jerárquico, ese soy yo, su fiel servidor Cícero Arruza. Perdone que le insista. Esta vez le mando una cinta con mi fiel asistente "El Máuser" y mi voz grabada para que oiga vivamente mi franqueza y mi angustia. Ora es cuando, mi general. Algo está pasando y es la oportunidad de acción para que pase lo que queremos usted y yo. Lo único que no se puede permitir es un vacío de poder, pero a esa barranca vamos derechito. Pregúntese, ¿desde cuándo no se ve en público al Presidente? Yo se lo digo, yo llevo la cuenta. Desde principios de enero, cuando leyó su informe y nos provocó el mandarriazo de los gringos. ¡Tres meses sin verle la careta al llamado jefe de la Nación! Si eso no es el vacío de poder tan mentado, ¿qué clase de hoyo será? Hoyos, hoyos, todo en la vida es puro hoyo, salir del hoyo, caer en el hoyo, cagar por el hoyo, meterla o dejar que nos la metan por el hoyo… Voy a serle sincero, mi general. O actuamos ya o nos la meten a usted y a mí. Lo noto indeciso. Lo noto hasta distanciado de su fiel subordinado Cícero Arruza. ¿Qué pasa, tan tarde me descubre usted tal como soy, mi general? Perdone la franqueza. Estoy diciendo este mensaje y estoy de vuelta de donde salí, que es una cantina, señor general, ya que a los militares nos choteán diciendo que sólo ganamos nuestras batallas en las camas y en las cantinas. ¿Recuerda a ese tabasqueño González Pedrero que nos hizo la vida de cuadritos a todos con eso que llamaban el dardo de la verdad? ¿No dijo González Pedrero que hubo un millón de muertos en la Revolución Mexicana, pero no murieron en las batallas sino en las cantinas, tiroteándose entre sí? Es para decirle que usted sabe quién soy yo, de dónde vengo y de qué soy capaz. Se lo recuerdo porque quiero que esté seguro de una cosa: las violencias me las puede cargar a mi cuenta. Los muertitos son de mi peculio… Yo no me guardo nada, señor general, sepa con quién trata y nunca se engañará como el marido de la canción… "¿De quién es esa pistola, de quién es ese reloj, de quién es ese caballo que en el corral relinchó?"… Perdone mi voz. Cuando bebo, me entran unas ganas locas de cantar… Sepa quién es su aliado… Ya le dije una vez que añoro la violencia de a de veras, no esos encarguitos de disolver asambleas soltando ratones y vaciando chis desde los balcones. Déjeme presentarle mis credenciales, para su seguridad. Como comandante de zona en diversos estados de la Unión, mi general, yo he acabado con los revoltosos y descontentos de un solo golpe genial. A los jefes de la oposición en Nayarit los liquidé poniéndoles benzedrinas en las cubas cuando celebraban una dizque victoria electoral. Ya no tienen nada que celebrar. El candidato de la oposición en Guadalajara desapareció tranquilamente en una excavación del Metro. Excavación chiles, mi general. Tumbita, diría yo… A los estudiantes revoltosos de la

Universidad, hará diez años, los liquidé encerrándolos en un laboratorio lleno de conejos infectados. Y con el hambre no se juega, mi general… A los rebeldes de Chiapas los mandé fusilar en una lavandería de Tuxtla Gutiérrez, para que se notara más la sangre entre las sábanas… Cuando Yucatán se quiso separar otra vez de la Federación, con gran apoyo popular y oficial, hice desaparecer a la burocracia entera (no me pregunte dónde terminaron) y luego invité a la población a visitar las oficinas vacías del gobierno. No había un alma.

– Ocupen las mesas -les ordené-. Siéntense a trabajar, ¿no ven que los de antes ya no van a regresar?

Cuando el enésimo levantamiento zapatista, esta vez en Guerrero, ordené a la tropa pintar cruces en cada dos de tres casas en Chilpancingo, con un letrero que decía "Aquí murieron todos por oponerse al general Cícero Arruza y al gobierno".

¿Ya sabía usted todo esto, mi general? Puede que sí, puede que no. No importa. Ahora que el alcohol me vuelve sincero, quiero que quede constancia de con quién trata usted, sepa que yo no lo engaño, conmigo puede contar para los trabajos de lavandería como ése que le rememoro de Tuxtla Gutiérrez, usted siga con los guantes blancos, que yo no permitiré que nadie se los ensucie… (Largo silencio, seguido de grito de mariachi.) Jayjayjay, aquí está Cícero Arruza, un generalizo capaz de ofrecer un cerote de mierda como caramelo a sus enemigos. ¿Enemigos a mí? Ah, qué la chingada… (Eso bórralo, Máuser, el general Bombón es muy decente y se nos puede ofender por apretado… aprende a distinguir, pinche Máuser, entre los pelados como tú y yo y los fifis como mi general Bombón.)

– Perdone a sus enemigos -me dijo una vez el señor obispo de Huamantla.

– No puedo -le dije muy seriecito-. No queda uno solo. Los maté a todos.

¿Ha visto usted mi colección de fotos de fusilados, mi general? Hay una que tengo encima de mi cama. Es bien famosa. Es la foto de un cabecilla rebelde a punto de ser tronado. Tiene el sombrero tejano puesto. Tiene un cigarrillo en la boca. Adelante una pierna. Ha enganchado los pulgares en el cinturón. Y sonríe de oreja a oreja. Espera con tremenda sonrisota a la muerte pelona. ¡Así quiero morir yo, mi general, ahora que estoy entrado en copas se lo digo como mi hermano del alma y compañeros de armas, así quiere morir Cícero Arruza, muerto de la risa frente un pelotón de traidores y jijos de la chingada…! (Otra larga pausa en la grabación.) Ay, mi general, mire nomás qué enana está mi suerte, ¿cuándo la veré crecer? De usted depende. Usted da la orden y yo la ejercito. Mire qué fácil. Se le cargan los crímenes a la policía y el ejército queda a salvo de toda culpa. Le juro que yo sé cumplir órdenes hasta el límite de mi deber. No por nada dicen que tengo cara de pocos amigos. Es que no tengo amigos. Ni siquiera usted, mi general. Lo obedezco. Es mi superior. Pero no es mi amigo. No le conviene. Se lo aseguro. Ser amigo mío es algo así como un atentado a la salud. En cambio, con lo que puede contar es con mi lealtad y mi conocimiento del terreno que piso. Cuento con el apoyo de los que cuentan. Los gobernadores y caciques que ejercen el poder real en ausencia de la autoridad de nuestro democrático Presidente que confía en que la sociedad se gobierne solita. Cómo no. Primero se derrite el infierno. Los mexicanos sólo entienden la mano dura. Cabezas en Sonora. Quintero en Tamaulipas. Delegado en Baja California. Maldonado en San Luis. Todos están hartos del güevón gobierno democrático y listos a unirse a nosotros… No digo nada del tabasqueño, porque con ese nunca se sabe cómo va a responder. Un día da seguridades de apoyo, al siguiente traiciona la palabra empeñada. Para que vea que no le escondo ninguna verdad, mi general. Y en cuanto a los otros candidatos que se perfilan para la sucesión, verá cómo se les aparece el coco cuando vean que las fuerzas vivas con los militares al frente se les adelantan a tomar el poder en nombre de la seguridad de la nación. Al expresidente César León ya le tengo preparado un funeral público. No, no lo voy a matar, los crímenes no se anuncian, se cometen. Al intrigante César León le voy a organizar una procesión fúnebre que pase frente a sus ventanas al mediodía. A ver si entiende la alusión, pues. A Bernal Herrera lo dejamos actuar. Es como el doble del Presidente Terán y nadie quiere un segundo acto en esta carpa. A Tácito de la Canal no va a haber más remedio que desaparecerlo, mi general. Ese pinche pelón tiene demasiados secretos perjudiciales para todo el mundo. El muchachito ese llegado a Gobernación, Valdivia, está muy ciruelo, apenas le salieron pelos en los sobacos. Yo me encargo de manejarlo por su propio bien. Salucita, joven. Y en cuanto a la argüendera señora María del Rosario Galván, le tengo preparada una sorpresa. ¿Que dizque es muy cogelona la vieja? Pues entonces va a gozar que veinte de mis muchachos le invadan la casa, destruyan todo y se la tiren uno tras otro, de a trenecito. ¿Quién me falta, mi general? Ah, sí, el secretario de Hacienda. Pues viera usted que ese es nuestro cándidato para provisional -pero provisional de veras, porque no dura dos días en la Silla del Águila sin entregarle el poder a las fuerzas armadas-, o sea la junta, señor general, presidida por usted mismo con mi patriótico apoyo para poner orden en el país, darle seguridad a la gente, restaurar la pena de muerte, cortarle las manos a los rateros, el pene a los violadores, las patas a los asaltantes y los ojos a los secuestradores, porque ese es el tema número uno, la inseguridad, el crimen, y ese es el motivo de patriotismo público que nos mueve a usted y a mí, la seguridad pública, no la ambición personal, por eso vamos a obtener el respaldo unánime de la nación. Se acabó la impunidad. No más asaltos. No más secuestros. No más asesinatos -salvo los que usted y yo juzguemos indispensables-. Orden, orden, orden. Mi deseo… es que… la muerte natural… deje de existir… (Voz desfalleciente y lengua trabada.) Mi general, en estos momentos la Prudencia se llama Pendeja. Uyuyuyuy, yo soy puro mexicano porque para mí todas las noches son 15 de Septiembre. (Sonoro eructo.) Y no tenga una mala impresión de mí nomás porque soy francote. Y contésteme ya. Hay que moverse ahora mismo. Hemos andado juntos un largo camino, mi general. Contésteme. Usted nomás me oye, pero no me dice nada. Yo tomo su silencio como alianza y acuerdo. Chitón, en esta boca no entran moscas… entra puro tequila, compadre… Perdón, mi general. No me haga pensar que tiene usted una mala impresión de nuestro proyecto. No me haga sentirme como el nopal, que nomás lo visitan cuando tiene tunas… Y sabe una cosa, ¿ha matado alguna vez? Después de la primera muerte, las que siguen son fáciles… Jyuyuyuy…

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