María del Rosario Galván a Nicolás Valdivia
Pues bien, en noche lóbrega, galán incógnito… ¿Incógnito, me dirás? ¿Desconocido tú? ¿Tú, mi hechura, mi plastilina, mi Galatea masculina? Sí, es mucho lo que me debes. Me lo debes todo, diría yo. Todo. Menos el premio final. El gordo de la lotería. Eso se lo debes a gente menor. Te valiste de los enanos para llegar a donde estás. ¿Por qué? ¿Me tuviste miedo a mí? ¿Temiste que debérmelo todo te iba a convertir en nadie?
Has aprendido mucho, menos las sinuosidades de la confianza. ¿A quién otorgársela en política? No nos queda más remedio, Nicolás, que estudiar el carácter tanto o más que los actos. ¿Qué dijo Gregorio Marañón sobre Tiberio? Que no era bueno y fue el poder lo que lo volvió malo. Siempre fue malo. Lo que sucede es que la luz del poder es tan poderosa que revela lo que realmente éramos desde siempre y ocultábamos en las sombras de la impotencia.
Tanto tu poder como el mío nos revelan lo que realmente somos. Un par de bandidos. Una pareja de gángsters. Chantajistas. Depredadores. Criminales. Seguramente los dos sabemos bien que el más ambicioso es el que menos se dramatiza a sí mismo.
Cuídate, pues, del menos conspicuo. Te lo dije al principio, para que no te impresionaran las estúpidas baladronadas de Tácito de la Canal, el hombre político más transparente que he conocido. Lo único confiable de Tácito era su falta de confiabilidad. ¿Cómo podía llegar a la Presidencia un hombre que a causa de su hipocresía cultivaba el aspecto de un perpetuo necesitado a punto de regresar, si no lo socorríamos, a la mendicidad?
"Séneca", el pobre, era el anti-Tácito. Lucía demasiado su inteligencia. Era eso que los fastidiosos ingleses deploran en una persona. He is too clever by half . El brillo excesivo ciega a quienes viven en la penumbra de la mediocridad. Séneca ofendía por su inteligencia, como Tácito por su hipocresía. Se criticaba a sí mismo:
– Mis principios son excelentes, pero mi práctica es pésima. No tendré más remedio que acabar en cínico.
No. Se suicidó. Y eso que nunca contrajo matrimonio, que es la antesala más segura del suicidio…
César León, ahí lo tienes, discreto con quien le convenía, pero brutalmente indiscreto con los que despreciaba. La indiscreción venció a la discreción. En el fondo, era un sentimental. Fuera de la política, se sentía desterrado. Como si sólo existiese la tierra que habitó como Presidente. En un drama teatral, le atribuiría este parlamento:
– Yo le hablé de tú al destino. Desafié a la fortuna. Le dije: Atrévete, cabrona. Soy invulnerable en el bien. Y lo que tiene más chiste, soy invulnerable en el mal.
¿Tú sabes que siempre trae en el bolsillo una guillotina miniatura con la que juguetea como otros hombres con el pene?
El Presidente Lorenzo Terán era, en cambio, demasiado discreto. No decía nada o decía muy poco. Es cierto que tenía reflejos musculares perfectos. Debió ser avión. Por eso manejaba bien las relaciones públicas. Sabía que por fortuna, en México las fuerzas de la naturaleza nos favorecen. Si no hay un terremoto, hay una inundación, una sequía o un huracán. Los funcionarios mexicanos convierten los desastres naturales en dividendos políticos. A un Presidente le basta hacer una aparición en el lugar del desastre y desaparecer de nuevo. Así se ahorra la necesidad de resolver los problemas gobernando a fondo.
Pero dime tú si había alguien más inconspicuo que Onésimo Canabal, el presidente del Congreso, ese fugitivo de los lavabos públicos. Mediocre, sumiso, acomplejado por su fealdad física y su origen humilde, como tantos políticos mexicanos. Pero, ¿no nació Jesucristo en un pesebre? Donde menos se espera, salta la liebre. Nadie iba a imaginar que el verdadero kingmaker de esta sucesión sería el pobre canchanchán político Onésimo Canabal.
Nadie sabía, tampoco, que estaba aliado con una víbora capaz de llevar los colores del Infierno al Paraíso, tu íntima amiga Paulina Tardegarda. ¡Y yo que me creía la doble perfecta de Madame de Maintenon, la preceptora de príncipes que acaba casándose con el Rey! ¿Retirarme, como la otra amante de Luis XIV, Madame de Montespan, a un convento a educar monjitas para que sean mejores cortesanas que yo? ¿O crees que tu poder actual, Nico, evapora el proceso sucesorio, las elecciones del 2024 que llevarán -te lo juro- a Bernal Herrera a la Presidencia? Sí, a Bernal Herrera. Por el bien del país, Nicolás. Porque Bernal es el más discreto, si la palabra "discreción" significa reserva, prudencia, pero también tacto, buen juicio y es más, uso mesurado e inteligente, pero inapelable, de la fuerza.
Vamos a pelear, tú y yo, Nicolás Valdivia, porque a mi tú no me engañas. Tú has llegado a la Presidencia como simple sustituto del 2020 al 2024. ¿Crees que no adivino tu ambición? No puedes sucederte a ti mismo. Pero puedes eternizarte. Eso es lo que temo. Una colosal treta tuya para quedarte en el poder.
Hay un arsenal de pretextos. Crisis económica, estallidos revolucionarios internos, invasión extranjera, vacíos de poder. ¡Lo que no se puede invocar para perpetuarse! Todos menos aspirar al Premio Nobel de la Paz. Eso te hunde irremediablemente. Pero en lo demás, te temo. Esta es ahora la lucha. Bernal Herrera y yo haremos lo necesario para que abandones la Presidencia en 2024. Lo necesario y hasta lo imposible. Como tú harás lo necesario y hasta lo imposible para seguir eternamente en la Silla del Águila.
No eres Lorenzo Terán, un hombre bueno y demócrata que no estaba enamorado del poder. Ah, siempre hace falta una figura noble que con su dignidad redima la abyección de todos los demás. Ese hombre es ahora Bernal Herrera, como antes lo fue Lorenzo Terán, pero él estaba enfermo. Tú te crees interminable. Y cuentas con una virtud, lo reconozco. Representas la sangre nueva. Te volverás viejo apenas empieces a derramar la sangre de los demás, cosa que harás si quieres perpetuarte. Pero recuerda el precio de la sangre. Tlatelolco, el dos de octubre de 1968, duró una noche pero se proyectó un siglo.
Hoy eres elogiado como un funcionario limpio y juvenil. Una esperanza. Digno de detentar el poder.
Pero a ti el poder te va a corromper. Te lo digo yo. Tú no resistes las tentaciones. Ya te conozco. No sabes detenerte. Lo has demostrado, eficaz pero precipitadamente, desde que llegaste a la Presidencia. Has eliminado a Tácito desde antes, ahora a César León de nuevo exiliado, a Cícero Arruza asesinado, a Andino Almazán cornamentado, a Moro enterrado para siempre en ceremonia pública de cuerpo presente y con cadáver indudable y balaceado en Veracruz, despojando de paso de toda raison d'étre al Anciano del Portal, que sin el secreto de Moro se convierte en un lastimoso jugador de dominó jarocho. Te falta lidiar con el gabinete que heredaste de Lorenzo Terán. Y con los caciques del interior. A ver cómo le haces. Te estoy observando.
¿Sabes una cosa, Nicolás? Un hombre puede dejar de actuar en política. Lo que nunca deja de actuar son las consecuencias de sus actos políticos. Tú lo sabes y ese será tu dilema. Por más que tapes los hoyos de tus errores (¿y de tus crímenes?), por cada hoyo cubierto se descubrirán otros tres. Se llaman "consecuencias". La pasividad del Presidente Terán se debió a eso. No quiso tener "consecuencias". Quería vivir en paz al retirarse. Se le cruzó un cáncer de la sangre, una leucemia doblada con enfisema pulmonar. Pero siempre temió que las "consecuencias" de sus actos -o de su inactividad, que también es un acto, acaso el más peligroso- lo persiguieran más allá de su tiempo en la Silla del Águila. Intervino el destino. No fue así. Vamos a ver cómo lo recuerda la historia.
La historia. Para ti apenas comienza, Valdivia. Recuerda que gobernarás a un país destructivo que se protege, engañándose a sí mismo, con psicologismos postizos y sensibilidades prestadas por el sufrimiento al arte y a la muerte. Tú has querido, inútilmente, cultivar el área neutral. No te quedaba más remedio cuando no eras nadie. Pero ya habita en ti -y yo te lo adelanté, lo admito- eso que los alemanes llaman el dunker-instinkt , el deseo mal entendido pero profundo de tener poder y de ejercerlo con estilo.
El estilo es el hombre, dicen. El estilo lo es todo.
¿Y la belleza? ¿Es parte del estilo? No. Sólo los tontos lo creen. La belleza, como el estilo, es cuestión de voluntad. También la belleza es poder. Mírame a mí, mi rendido galán. ¿Crees que no me veo al espejo todas las mañanas? ¿Sin maquillaje? ¿Crees que me engaño a mí misma? Coquetamente, engaño sin mucho éxito a los demás. ¿Te dije que tenía cuarenta y cinco, cuarenta y siete años? Ya no me acuerdo. No es cierto. Ya cumplí los cuarenta y nueve. El caso es que cada mañana tengo que construir mi belleza como se pinta un cuadro, se esculpe una máquina o, más peyorativamente, como se pega un anuncio a la pared. La verdad es que no quiero convencer. Quiero ser admirada para salirme con la mía. Admirada pero intocable. Quisiera ser estatua. Un amante me dijo un día,
– Lo malo es que eres tan bella por fuera que debes ser espantosa por dentro.
– No -le contesté-. Lo malo de la belleza es que te condena al sexo y lo malo del sexo es que siendo un placer, no transforma las malas noticias en buenas.
– Pero quizá te salva a pesar de lo malo -dijo mi olvidado galán.
– Yo quiero salvarme a pesar de lo bueno -le dije, confundiéndolo para siempre y obligándole a huir de todo lo que no entendía, que era mucho.
¿Me entiendes tú, mi pobre, pequeño Nicolás? Mírame bien. La edad es el asesino impune de una mujer. Tú has de haber creído que, diez años menor que yo, podrías gozar de mi madurez y acaso ser el último godible de mi vida.
¿Te desengañaste ayer, tontito?
Sabes, te vi el día que asumiste la Presidencia en San Lázaro. Vi en ti una peligrosa sonrisa que desconocía. Me diste miedo. Era una sonrisa, más que de poder, de engaño. De picardía suprema. La sonrisa del pícaro. La sonrisa que decía, "les he tomado el pelo a todos", "no saben a quién han elevado, güeyes". Decidí allí mismo que iba a hacerte sufrir por lo que yo he sufrido en toda mi vida, no porque tú me hayas hecho daño.
Te asumí como la razón de todo lo malo que me haya podido ocurrir -como el saco en el que quería meter todos mis pesares, aunque tú no fueras la causa.
Me di cuenta viéndote ceñir la banda del águila y la serpiente.
– Nicolás Valdivia se volvió grande. Pero su amor es pequeño. Es un hombre que no sabe amar.