Te revisé rápidamente, como a un libro abierto. No se te conoce ningún amor. Padre, madre, familia. Novias. Amantes. Eres como una isla cubierta de maleza, solitaria en medio de un río caudaloso. Y tú enredado en las ramas de tu ambición, sin contacto profundo con nadie. Lengüeteado por las aguas del río, pero incapaz de bañarte en ellas. Tú idéntico al islote que no sólo te aísla: te inmoviliza para el amor.
Dime si no hay ausencia de amor que no se cure con la presencia del ser amado. Esa era mi promesa. Te propuse un camino para llegar a mí. Tú lo desviaste. Tú lo pospusiste. Tú me humillaste. Separaste "llegar al poder" de "ella me permitió llegar al poder". ¿Crees que eso te lo puedo perdonar?
Quiero que sufras lo que yo he sufrido. Mira cómo me sincero. Mira cómo me rebajo. Mira cómo me dejo llevar por la pasión, en contra de las advertencias serenas de mi verdadero hombre Bernal Herrera. Pero entiende algo. Quiero que sufras por lo que yo he sufrido desde que nací, no porque tú me hayas hecho daño. Ni porque crea por un solo instante que tú me has querido de veras, ni yo a ti.
Acudiste a la cita frente mi ventana, igual que en enero.
¿Te dolió verme anoche en la ventana?
¿Te dolió verme desnuda otra vez?
¿Te dolió verme en brazos de otro hombre?
¿Te llegaron, confundidos con el llanto agitado de los árboles, mis suspiros de orgasmo, mis aullidos de placer?
Tú me pospusiste. Perdóname. Siempre me dijiste cómo te gustaba él. No me lo hubieras dicho. Te lo quité. Manejaste bien todas tus cartas, menos esta.
¿Debo agradecerte que me hayas revelado al mejor amante que he tenido en mi vida, el más bello, el que con más impudicia me lame el culo, me lengüetea el clítoris, me mete los dedos por la vagina y me hace venirme dos veces, con la boca y con la verga, gritándome, pidiéndome que le acaricie el ano, que es lo que quieren secretamente todos los hombres para venirse más fuerte -el ano, que es lo más cercano a la próstata, el hoyo del placer más secreto, menos confesado, menos exigido?
Él sí. Él sí me lo pide.
– Tu dedo en el culo, María del Rosario, por favor, hazme gozar…
Moreno, alto, musculoso, tierno, rudo, apasionado y joven.
¡Qué buen amante me diste, Nicolás! ¡Desde el principio me tuteó!
Pero cuídate mucho de él.
Jesús Ricardo Magón está convencido de que quieres matarlo.
Este es mi último consejo. Más bien cuídate tú de que él no te mate a ti.
El crimen inspirado por el temor a ser matado es más frecuente que el crimen por la voluntad de matar.
Olvídate de mí como amante. Témeme como rival político.
Y ándate. Buscas en vano un resquicio por donde penetrarme el alma. No lo encontrarás, porque no lo tengo. ¿Acaso soy distinta de todos, hombres y mujeres? ¿Quién es dueño de su alma? El que lo crea se engaña. No somos. Estamos siendo. No nos sometemos a la realidad. La creamos. Ándale, criatura, mon choux …