María del Rosario Galván a Bernal Herrera
Ha muerto el Presidente Lorenzo Terán. Es como perder a un padre bueno, Bernal. Yo he vivido desde joven con la imagen detestable de mi propio padre déspota y corrupto. A veces es él quien se apropia de mis pesadillas. Despierto gritándole,
– ¡Vete! ¡Desaparece! ¡Eres más terrible muerto que vivo!
Cuando murió Franco, Juan Goytisolo, anti franquista de toda la vida (hoy tiene ochenta y nueve años y vive ilocalizable en el dedal de la Medina de Marrakech), no pudo dejar de entonar un réquiem por el padrastro que dominó a los españoles durante cuarenta años.
En cambio, Lorenzo Terán fue un patriarca bueno. Quizá demasiado bueno. Lo llamo "padre", pero en realidad fue hijo nuestro, tuyo y mío, Bernal. Nosotros lo hicimos. Nosotros lo persuadimos para que dejara sus negocios en Coahuila y se lanzara como Presidente de la sociedad civil ante la catástrofe de nuestra partidocracia, que no salva del desastre a una sola formación política en México, como si fuesen ocho niños caprichudos encerrados en el mismo cuarto y contagiados de sarampión.
En cambio, Lorenzo Terán, limpio, sin compromisos, hombre de empresa. Y por añadidura, hechura nuestra, Bernal. Tomamos, sin embargo, una decisión. No íbamos a manipular. Le seríamos leales respetando su investidura y su autonomía. Lo serviríamos. Lo aconsejaríamos. Pero no le daríamos trato de marioneta. ¿Hicimos mal? ¿Debimos ejercer presiones más severas sobre él? ¿Debimos ser algo más que consejeros -mi caso- o leales ejecutores -el tuyo-? ¿Se dio cuenta el Presidente de que todos los actos de poder te los debió a ti: huelgas, estudiantes, campesinos? Fuiste tú el que actuaste. Le presentaste hechos consumados al Presidente. Porque Lorenzo Terán, tan combativo en campaña, decidió ser una especie de santo estilita en el gobierno. Trepado en una columna para servir solitariamente a Dios y dejar que la sociedad se gobernase a sí misma.
Tuvimos que actuar en su nombre tú y yo. Fue nuestra manera de serle leales. No lo manipulamos. Respetamos su autonomía. Pero llenamos sus vacíos para favorecerle. Como no nos llamó la atención, hicimos lo que pudimos. Tú, desde la Secretaría de Gobernación. Se puede mucho desde allí. Pero no todo. Creo que había un utopista extraviado en el corazón del Presidente Terán. Sólo le hizo caso, para nuestro mal, a "Séneca", provocando la respuesta brutal de los yanquis. Cosa que era de esperarse.
Mi propio papel se vio limitado por mi condición femenina. Por mucho que hayamos avanzado, sigue privando en nuestra sociedad una ley no escrita. A un hombre se le perdonan todos los vicios. A una mujer no.
Adivino tu sonrisa, Bernal. Eres bueno. Eres generoso. Sólo una vez me recriminaste mi indiscreción al pelearme con Tácito de la Canal. Tenías razón. Me ganaron las hormonas. De nuevo, te pido perdón. No sólo violé nuestro pacto político. Discreción, discreción y más discreción. Lo malo del poder es que te da una sensación irremediable de impunidad. Una va perdiendo la discreción debido a la costumbre del poder mismo.
Juro no repetir ese error. Y por eso contesto por escrito, para que esta vez sí quede constancia, a tu proposición de ayer durante el funeral del Presidente, hincados los dos lado a lado en la Catedral Metropolitana.
Piensas, como yo, en tu futuro. Con la muerte del Presidente, los calendarios políticos no sólo se adelantan. Se transforman. ¡Mira nada más la de vueltas que da la política! ¡Tiene más recodos, serpentinas, cataratas, anchuras y angosturas, islotes imprevistos, atascaderos y honduras que todo el curso del Río Amazonas! Cuando le dije a Nicolás Valdivia,
– Serás Presidente de México,
le estaba dando atole con el dedo. Creí que, una de dos. Él lo tomaba como un desafío erótico, una promesa sexual aplazada, un legítimo capricho de mujer:
– Ven a mis brazos, muchacho… Sé el Presidente de mi lecho. ¿No me entendiste? Mi cama es la verdadera Presidencia de México, borrico…
O aceptaba el acicate de la ambición. No se engañaba. Yo trabajaba para ti. Pero la política es "lo que el hombre hace a fin de ocultar lo que es y lo que ignora". Nicolás Valdivia era lo bastante listo, arriesgado y bello como para entender esta propuesta. Todo o nada.
Resultó que fue todo. Va a ser Presidente Sustituto. No me mires así, amor. Déjame guardarme uno que otro secreto. A ninguna mujer se le niega ese derecho. ¿Has visto con qué facilidad le sacamos nosotras los secretos a los hombres? Desde el "Si no me dices, me enojo" hasta el "Guárdate tus secretos. A mí no me volverás a ver". Bernal, tú sabías de mi relación íntima, en un momento de su vida, con Lorenzo Terán. Fue él quien protegió a nuestro malhadado, pobre hijo. Yo quise darle las gracias sin reservas. Fueron sólo unas semanas de amor, cuando viajé a los Estados Unidos. Nos encontramos en Houston él y yo. Me mostró las radiografías. Yo siempre supe, Bernal, que el Presidente iba a morir. Ni cuándo ni cómo. Había que estar preparados. Lo hice por ti, mi amor. Si el Presidente vivía hasta la elección del 2024 o más allá, Valdivia nos cubría la espalda en Los Pinos. Si Lorenzo Terán moría en la Silla del Águila, ¿quién más maleable que Valdivia, hechura nuestra, para ser Presidente Provisional o en su caso, Sustituto y preparar así tu elección? Tal fue mi cálculo. Sí, "la política es lo que el hombre hace a fin de ocultar lo que es y lo que ignora". Con Valdivia salíamos ganando por los dos lados. De las oficinas de la Presidencia a la Subsecretaría de Gobernación a secretario encargado del despacho hoy. Perdona mis engaños. Comparte nuestros éxitos. El Congreso habrá de nombrar un Presidente Sustituto. Tenemos a nuestro hombre. Es Valdivia. Lo hemos preparado para el puesto. Él ordenará la elección de julio del 2024 y tú serás candidato, nuevamente, de la ciudadanía. ¿Quién elige al Presidente de México? En un setenta por ciento, la ciudadanía sin partido. ¿Quién será tu opositor? Tácito está eliminado. Andino no da el tamaño. Nadie en el "gabinetazo", como se decía a principios de siglo, tiene los tamaños.
Hay las tentaciones: los militares. Hay el misterio de Ulúa y su detentador, El Anciano del Portal, al cual no puedes ni torturar ni asesinar para que suelte prenda. Se llevaría el secreto a la tumba. Y torturar a un anciano puede matarlo o sería una crueldad deshonrosa. Luego hay esa inoportuna señorita De la Garza, que le escribe cartas de amor al difunto candidato Tomás Moctezuma Moro.
En suma, que debes encontrarte un contrincante, Bernal. Ya ves, la última vez que tuvimos un Presidente electo sin opositor, López Portillo, cómo nos fue. La vanidad se devoró a la inteligencia. La prepotencia rebasó los límites de la reflexión.
¿Quién será tu oponente en el 2024, Bernal?
Eso es lo que debería preocuparnos, no tus locas serenatas de amor entre rucos. Porque tú tienes cincuenta y dos años y yo cuarenta y nueve, digamos la neta. Tú me susurras al oído en Catedral, en medio de responsos fúnebres,
– María del Rosario, hemos aplazado nuestro matrimonio un cuarto de siglo. Sabemos las razones. Pero ahora piensa en lo indispensable que es un candidato casado.
– El Presidente Terán era soltero…
– Pero con fama de monje. Nadie le reprochó nada. Pero dos al hilo, María del Rosario, dos al hilo, date cuenta, van a creer que soy puñal. Disimulé la risa tras el velo negro. -Encuéntrate otra, Bernal. -Marucha, yo sólo te he querido a ti.
Perdón. No quise romper las cuentas del rosario que llevaba entre las manos. Se regaron con un ruido espantoso.
– Luego hablamos.
– No. Ahora.
– Mira la fila para la comunión, ven. Hablemos en voz baja.
¿Qué te dije, Bernal, los dos juntos en la lenta cola que iba camino a la eucaristía? ¿Qué te dije? Vamos dejando constancia.
– Todo hombre teme a una mujer capaz de pensar y actuar por sí misma. Todo hombre teme a una mujer fuerte y capaz de defenderse. Prefiero actuar sola y no inspirarle temor a un marido. Te lo digo por tu propio bien. Por eso nunca me casé contigo de jóvenes. Nunca me tengas compasión. ¿Tú le pedirías a un hombre que abandone a sus amigos? ¿Sus restoranes, sus costumbres? Yo misma no lo aceptaría. ¿Por qué habría de obligar a nadie a ser lo mismo que yo no quiero ser? Déjame ser mi propia mujer. Recuerda que soy hija de un temible padre y que en política me siento autorizada a actuar como él lo hizo en los negocios. Me justifico a mí misma, Bernal, diciendo que él tenía la energía del mal -más que hacer dinero, ser dinero- y que a mí, tortuosamente si tú quieres, me inspira el bien común. Ríete aunque no puedas porque estamos en un Te Deum. Ríete por dentro. Pero reflexiona y piensa que tengo una gran falla. No sé ser una buena esposa. No sé compartir, reír, aliviar. Sólo sé intrigar, pero eso j espérelo hago con una elegancia que honra a mis aliados. Quizá no sepa querer a un hombre. Pero a un amigo, como tú, sí que sé honrarlo…
Recibimos el cuerpo de Cristo, hincados lado a lado frente al altar mayor y de manos del arzobispo de México, Pelayo Cardenal Munguía.
Al terminar la ceremonia, me invitaste a subir a tu auto. Manejabas tú mismo y me dijiste que no te resolvía tu problema. Se necesita una Primera Dama en Los Pinos. El Presidente tiene que decir,
– Tengo una vida privada.
Me obligaste a reír.
– Todos tenemos derecho a una vida privada. Siempre y cuando tengamos con qué pagarla. Si me casara contigo, no tendríamos con qué pagar nuestra infelicidad.
– Tú eres la única que me dice cosas que me reconfortan más allá de la política, ¿me entiendes? -Y tú también el único para mí. Dejemos las cosas como están. Casarnos sería una mentira. -¿No lo es la política? -Sí, por eso exige tanto tiempo. -¿Qué quieres decir?
– Que mentir con éxito requiere más tiempo y atención que los que la vida nos otorga. Habría que dedicarse enteramente a cultivar la mentira. Que es precisamente lo que la política autoriza. -¿Te queda energía?
– Mírate en el espejito del auto, Bernal. Mirémonos los dos. ¿Crees que somos los mismos que hace veinte años? ¿Qué te dice el espejito, Bernal?
Tu voz me sonó muy melancólica, mi amor. -Que nada volverá a ser como fue. Chapultepec convertido en Castillo del rock, cimbrado por tanto concierto de beneficencia tan ruidoso que dicen haber visto a los fantasmas insomnes de Maximiliano y Carlota deambular, con la guardia de los Niños Héroes, en medio de los fanáticos del anciano Mick Jagger, que vino aquí a celebrar sus ochenta años y que, como todos los jipis melenudos y provectos, parece una viejecita en busca de cereales contra la constipación.