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Expresidente César León a Tácito de la Canal

¡Vaya situacioncita, mi viejo y distinguido amigo! "Un político mexicano no deja nada por escrito", ese era antes el dogma. Pues mira nomás, zoquete, en la que nos ha metido nuestra decantada y soberana soberbia -¿o será nuestra soberanía soberbia?-. No juguemos con las palabras, te conozco demasiado bien y tú a mí también. Llámame Augusto y yo te llamaré Caligula, aunque éste nombró sucesor a su caballo y en tu caso, el caballo serías tú si llegas a donde quieres llegar.

Deja que me ría, Caligulilla de mierda, traidor repugnante. Fíjate que soy yo el que te puede llevar a la Silla del Águila, pero te llevaré humillado, debiéndome no sólo el favor, sino la vida misma. ¿Recuerdas lo que te dije un día, cuando chambeabas para mí, pinche lambiscón? No te dejes obsesionar por la posibilidad de una conspiración, porque aunque no la haya, acabarás por inventarla.

Créeme que he pensado mucho en ti durante estos años de mi lejanía, Calígula. Tu César Augusto no te olvida, tanto que me expongo a escribirte porque no nos ha quedado de otra. ¿Que no hay teléfonos, ni faxes, ni e-mail, ni computadoras, ni red, ni satélites? Pues entonces te diré lo que hay. Hay lo imprevisto.

Lo desconocido y lo sutil. El general Mondragón von Bertrab y el general Cícero Arruza, tan diferentes en todo lo demás, se han puesto de acuerdo en la manera de tenernos fichados a todos. No me preguntes cómo lo inventaron y cómo lo lograron. Dicen que Mondragón siempre ha tenido un brain-trust pagado millonariamente, imagínate, zopenco, puro cerebro del MIT, de Silicon Valley y del CNRS de París.

Pues ¿sabes lo que han inventado para suplir todo lo que hemos perdido?

Un alfiler, mi estimado Don Baboso, un alfilercillo que graba nuestras voces y las transmite a la central de inteligencia en la oficina de Mondragón. El muy águila le filtra a Arruza lo que le conviene. El hecho es que todas nuestras conversaciones están grabadas por un alfiler-micrófono que cada uno de nosotros trae implantado en algún lado, sin saber dónde. No en la ropa, porque me consta que cuando entro al baño, el ruido de la regadera no logra silenciar la voz de mi canción. Ojalá crean que canto boleros en clave mientras me enjabono.

– "No me platiques más,

déjame imaginar…"

– "Veracruz,

rinconcito donde hacen su nido

las olas del mar…"

Todo bolero puede tener una interpretación política… Pero ese no es el punto. El hecho es que no sabemos a qué horas, cuándo y dónde (o peor tantito, por dónde), con su meticulosa (y no es un albur) ciencia alemana, Mondragón von Bertrab nos ha implantado a todos -en la ceja, en la rodilla, en la oreja misma, en una muela, sí, en el mero culo- una agujita invisible que le transmite nuestras conversaciones.

A escribir cartas, pues. No nos queda de otra. ¿Esperanza? Que apenas las leamos, las destruyamos. ¿Astucia? Escribir lo contrario de lo que pensamos o hacemos. Pero por tarado que seas, Calígula, entenderás que una falsa instrucción por escrito puede ser tomada al pie de la letra. Nuestro inteligentísimo y muy teutónico secretario de la Defensa se las ha ingeniado para que no nos quede más recurso que escribirnos cartas y decir la verdad.

Por lo menos podemos disfrazar nuestros nombres, como lo hace desde siempre Xavier Zaragoza, conocido por todos como "Séneca". Bueno, pues te cuadre o no, yo soy "Augusto" y tú eres "Calígula". Y déjame decirte, pobre pendejo, no te creas César cuando seas caballo. Voy al grano: tú te hiciste poderoso conmigo, a mi sombra, me enterraste un puñal y diste la triste orden:

– No le den el gusto de insultarlo siquiera. No lo vuelvan a mencionar.

¡Silencio en la noche, el músculo duerme! Pero la ambición no descansa, ¿eh tarugo? ¿Sabes lo que es, en términos de espionaje, un mole? Es una palabra en inglés de múltiples significados. Es un lunar peludo. Es un insectívoro de ojitos u orejas pequeñitas, pero con patas como espadones para cavar sus lares subterráneos. Es una barrera para protegerse contra la fuerza de la marea. Es un anclaje en puerto seguro. Es la carne floja y sangrienta del útero. Es el racimo de uvas de la placenta. Y es, finalmente, el espía que infiltra una organización enemiga, se muestra fiel y paciente largo rato y al cabo traiciona a quienes lo acogieron para servir a quienes lo nombraron. (Ah, claro, y también es un riquísimo plato de la cocina mexicana, el mole, y significa hacer sangrar a golpes a un adversario, sacarle el mole.)

Bueno, pues yo te designo mi espía, mi mole allí donde tú sabes. Mira que soy generoso contigo, pinche cucaracha. Si gano, ganas conmigo. Si pierdo, ganas con mis enemigos. Mejor trato político no se le ha ofrecido nunca a nadie, desde que a Rudolf Hess, en vez de colgarlo, lo condenaron a prisión perpetua. Confórmate. Sabes que la piel de un hombre cambia cada siete años. Somos serpientes y lo sabemos. Pero en cuestión de política, la piel cambia cada seis años en México.

Piénsalo, Calígula, y decídete a cambiar de piel antes de que te la arranquen. Para desollados, el Xipe Totec del Museo de Antropología. Cada seis años hay que cambiar de lealtades, de esposas (bueno, de querida en tu caso), de convicciones. Prepárate, mi leal amigo. Prepárate. Tú nomás mantén una ilusión:

– Esta noche dormiré en la cama del vencido.

Lo malo es que si llegas a ese lecho, vas a dormir debajo del colchón. Porque encima estaré yo. No lo dudes.

Soy Augusto

Posdata: ¡Cómo odio los sexenios! Son como un pastel dividido en rebanadas que no puedes terminar de comer cuando de veras te entra el gusto. Y te advierto, ni se te ocurra acusarme ante tu jefe. Mis trincheras con él están no sólo cavadas, sino compartidas. Es un buen hombre. Crédulo. No le vayas con cuentos contra mí. Te considerará un intrigante, un metiche. Y tus pretensiones se irán a la purísima chingada. Vale.

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