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Te visité en la cárcel de Ginebra. Llevabas el pelo largo. Me detuve alucinado. Estaba viendo a tu madre con cuerpo de hombre. Más moreno que ella, pero con el mismo pelo negro, lacio, largo. La simetría perfecta de las facciones. Un rostro clásico de criollo. Piel con sombra mediterránea, oliva y azúcar refinada. Ojos largos, negros (verdes en tu caso: mi aportación), ojeras, pómulos altos, aletas nasales inquietas. Y ese detalle que es como un sello de maternidad, Nicolás. La barba partida. La honda comilla del mentón.

¿Quién sino yo se iba a fijar en esos detalles? ¿Quién sino tu padre? ¿Quién sino el amante desvelado de tu madre, ganando horas memorizando su rostro dormido?

Te interrogué tratando de mantener la compostura. Até cabos. Tú eras tú. La fecha de nacimiento, el aspecto físico, todo concordaba. Declaré que eras mexicano y pagué la fianza. Me hice cargo solemnemente de ti, pero te pedí -como pago por mi testimonio- una etapa de estudios en la Universidad de Ginebra. Pero los suizos son perros de presa. Te expulsaron porque tus documentos anteriores eran falsos.

Intervine una vez más, jalado por el corazón pero tratando de mantener la cabeza fría. Ya ves. Nunca he querido comprometer mi posición. ¿No es mejor así, a fin de poder ejercer influencia? Te llevé conmigo a París, te inscribí como oyente en la ENA, te recomendé leerlo todo, saberlo todo sobre México, pasamos horas en vela, tú oyéndome contarte qué era nuestro país, historia, costumbres, realidades económicas, políticas, sociales, quién era quién, locuciones, canciones, folklore, todo.

Entre lo que te conté y lo que leíste, regresaste a México más mexicano que los mexicanos. Ese era el peligro. Que se notara demasiado tu mimesis. Te envié cinco años a Ciudad Juárez, a la frontera. Pergeñé con las autoridades los documentos del caso para hacerte nacer en Chihuahua en vez de Cataluña. Queda inscrito en el registro civil de Ciudad Juárez: hijo de padre mexicano y madre norteamericana. Los documentos de tus falsos padres también fueron fáciles de confeccionar. Ya sabes que en México todo lo puede la mordida. Nadie avanza sin transa.

Cuando llegué a la Secretaría de la Defensa Nacional con el Presidente Lorenzo Terán, me sentí seguro y te mandé llamar, te puse a circular, te envié con recados míos a las diferentes Secretarías de Estado, sobre todo a la de Gobernación. Allí conociste a María del Rosario Galván. Lo que siguió era inevitable. María del Rosario no resiste a un chico guapo. Y si además cree que lo puede formar políticamente, el ligue se vuelve inevitable. Ella es por naturaleza una Pigmalión con faldas.

Ella sabía que el Presidente padecía de una leucemia incurable. Yo, como encargado de la seguridad nacional, también. Obligatoriamente. Cada uno hizo su juego. Ella te hizo creer que apostaba por ti para Presidente. Ya sabes la verdad. Sí, Presidente pero Provisional al morir Terán para preparar la elección de Herrera. Para ello había que eliminar a todo un reparto. "Los sospechosos de siempre", como dicen en las películas. Tácito de la Canal, César León, Andino Almazán, el general Cícero Arruza. Había que deshacer el complot del expresidente veracruzano y su secreto prisionero del Castillo de Ulúa. Había que vencer los accidentes sentimentales de la llorona del puerto, Dulce de la Garza. Y nada más fácil, imagínate, que neutralizar a las mujeres, peligrosamente simples y enamoradas como Dulce de la Garza, estúpidamente intrigantes y vulgarmente licenciosas como Josefina Almazán, o inteligentes, demasiado inteligentes para su propio bien, como Paulina Tardegarda, de quien, te lo aseguro, no se volverá a saber más. Detalle personal y quizás hasta romántico: sólo un tiburón puede frecuentarla en el fondo del Golfo de México, con su caja de seguridad atada con cadenas a las patas. Pues como solía decir mi general Cícero Arruza,

– ¡Aguas con las viejas!

Pues agua no le faltará a tu sospechosa amiga Paulina Tardegarda, dueña de demasiados secretos que te convertían peligrosamente en su chantajeado. Aprende a desconfiar. Vamos, desconfía de mí mismo, Nicolás, de tu propio padre. Y no llores por Paulina. Se la comerán los tiburones del Golfo. Pero su corazón va a sobrevivir. La ventaja de un corazón envenenado es que se vuelve inmune al fuego y al agua. Si te consuela, piensa que el corazón de la Tardegarda va a sobrevivir como un capullo de sangre en el fondo del mar.

Quedan cabos sueltos, hijo mío, no lo olvides. Tu protegido Jesús Ricardo Magón está tan desilusionado de todo que no le quedan arrestos anarquistas ni homicidas. Lo hice expulsar del país con cargos de narcotraficante. Está en una prisión en Francia, donde fue detenido al descender del avión por elementos de la Surété ligados a mí. No te preocupes. Le pagué el viaje en primera clase. Los padres don Cástulo y doña Serafina creen que estudia en Europa. ¡Es tan joven! Me agradecen la ‘beca' que, por órdenes tuyas, le di. La señorita Araceli cuenta con una suscripción de por vida a la revista Hola! Se ha casado (la he casado) con Hugo Patrón, feliz de tener una disco-bar en Cancún.

Y quedan nuestros contrincantes formales, María del Rosario Galván y Bernal Herrera.

Su cálculo es correcto. En comicios democráticos en julio de 2024, Herrera gana. No hay quien se le pare enfrente. Tú mismo estás anulado por tu puesto actual. No puedes sucederte a ti mismo.

Entre tu talento natural y mis orientaciones y enseñanzas, en catorce años, entre tus veinte y tus treinta y cuatro, te armaste de una cultura impresionante. Ahora tengo que darte un consejo. No seas tan precoz. No vayas a enseñar el cobre a base de tanto relumbrón. Ya ves, El Anciano te puso un par de trampas -la guerra de los Pasteles, Mapy Cortés, la conga, pim-pam-pum- pero tú no tenías por qué saber de Mapy Cortés o la Conga. Sí debías tener noticia de la Guerra de los Pasteles. Ten cuidado. No exageres la erudición reciente. No obligues a nadie a rascar tu baño de oro y descubrir que eres de metal más vil. Que no le tengan celos a tu cultura. Modérate. No abuses del crimen. No es excusa. Estamos haciendo lo indispensable para consolidar nuestro poder.

Pero párale allí. Muertitos, sólo los indispensables. Ya ves la mala fama del pobre Arruza. Tanto presumir de sus crímenes y jamás imaginarse que había alguien capaz de superarlo matando a nadie menos que al propio Cícero Arruza. Era indispensable matar a Moro. Te equivocaste enviando al "Mano Prieta" Vidales. Es un hombre vengativo y convencido de que su sucesión dinástica prolongará hereditariamente sus vendettas. Creíste comprometerlo con tu propia culpa mandándolo a Ulúa. No lo creas. Él te puede comprometer a ti. Nos, va a dar dolores de cabeza. Hay que pensar cómo lo neutralizamos mejor. A esa víbora hay que darle regalos envenenados. De ahora en adelante, deberemos seducirlo hasta adormecerlo. Tiene sus ventajas el letargo presidencial. Terán no supo aprovecharlo. Tú ve la manera de no pasar por un hombre violento, asegurándote de que tu violencia siempre pase bajo el nombre de “justicia". Y cuídate de que no te llegue nunca la hora de tener que decir la verdad. Pero no pienses, ni por un minuto, que en México ha terminado el tiempo de la violencia…

Hijo mío, hijo de mi corazón. Seguramente entiendes la profundidad del sentimiento de un padre que perdió a tu preciosa, inigualable madre a causa de las tiranías y prejuicios brutales de su familia, los Barroso. Ella fue el frágil altar de mi pasión más fuerte. Entre los dos debemos reconstruir ese templo arruinado por la mentira, la pretensión, la avaricia, la arrogancia de una clase dominante sin escrúpulos, plenamente representada por la familia Barroso, de la cual la heredera única es la perversa María del Rosario Galván. ¿Crees que voy a dejarla maniobrar en paz? ¿Por qué hemos de tener escrúpulos con quienes carecen totalmente de ellos?

Piénsalo siempre: María del Rosario viene de allí, de la misma clase de tu madre. Ve en María del Rosario a tu madre con fortuna, dueña de la vida que Michelina no tuvo. Véngate en María del Rosario del cruel destino de tu madre.

De Bernal Herrera me encargo yo.

Eres mi hechura, Nicolás. Mi heredero. Mi cómplice. Ya verás que juntos lo lograremos todo. Lo único que importa. Llegar al poder y quedarse allí para siempre.

Entre tú y yo, Nicolás Valdivia hijo mío, el poder nos une como la nostalgia de la verdad. Vamos a adueñarnos de ella.

Sí te recomiendo una cosa. De ahora en adelante, ruega que nadie se entere de lo que piensas, ni siquiera yo. Sobre todo si piensas traicionarme.

Te lo digo yo. En política, no hay traición que no se pueda hacer. O por lo menos, imaginar.

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